Revista Viajero N° 3 - Noviembre 2004



La noche interminable


Es una noche que vuelve, que no termina de ser y aniquilarse para dar paso al nuevo día; que es convocada por acciones mínimas: el sonido de un avión, un portazo, el aullido del viento en una tormenta, ciertos fulgores del crepúsculo. Una noche atravesada por alucinantes trazadoras buscando su frágil objetivo, y obuses fragmentando piedras, huesos y tripas; devorando el aire imprescindible. La mierda, el sudor, la cordita y el olor del metal caliente son los perfumes dominantes. Y el estruendo y los gritos desesperados. Luis trata de ordenar sus percepciones para zafar de esa noche, para ser otro, para vivir, y salta de pozo en pozo para escurrir su cuerpo de la muerte próxima. Los obuses cesan y sólo se escucha el tableteo de las ametralladoras y la seca detonación de los fusiles automáticos; Tomás dispara hacia la noche y Luis se arroja junto a él y abre fuego, son minutos apenas los que permanecen echados en la tierra codo con codo, pero son suficientes para ver cómo varias siluetas acechantes caen y para no convertirse en blanco del fuego de las ametralladoras británicas, se ponen de pie y corren y vuelven a echarse en el barro y de nuevo disparan. Repiten la operación hasta que los obuses vuelven a caer, corren hacia atrás, Tomas tropieza y el obús cae directamente sobre él, la fuerza de choque golpea a Luis en la espalda y lo eleva un par de metros, cae y luego de unos momentos cree escuchar los lamentos agonizantes de Tomás pero sabe que éso es imposible, como puede se pone de pie y comienza a correr por alejarse, por salir de esa noche templada por demonios, corre, corre por diecinueve años y a menudo cree dejarla atrás pero todos sus intentos son vanos y hoy sabe que la despedida exige un gesto definitivo. Lleva el cañón de la pistola a la sien izquierda, sonríe y presiona la cola del disparador.

Julio Páez




















Niño de la calle

Este niño no es de acá.
me dijo la oscura noche.
No tiene voz, ni recuerdos,
ni alguien, que muerto, lo llore.

Buscando va, entre paredes,
un rumbo que no conoce
y le salpica la cara,
mi luna de caracoles.

Sucias, sus manos y rostro
relucen, cual bellas flores.
De inocencia, va pintada
la muerte, en sus pantalones.

De jirones su camisa,
lo vi temblar junto a un coche.
Brillaban, como sus ojos,
las dos monedas de cobre.

Este niño no es de acá.
me dijo la oscura noche.
No tiene madre, ni padre
y acaso, no tenga nombre.

Lo habrá parido, la calle
que corre de sur a norte.
En su vientre de adoquines,
con pechos, de baldosones.

Y de mamar el silencio,
su sentimiento, hizo bronce.
Con cara de joven, viejo,
sus ojos, penas esconden.

Este niño no es de acá,
me dijo la oscura noche
y lloraba, en el rocío
la conciencia de los hombres.

Ricardo Ángel Moren







Caracol

 
Casi sin darse cuenta y sin prestarle atención alguna, la mujer pequeña, vestida con buzo y zapatillas, pateó el caracol arrastrado por el mar hasta la orilla, en una playa solitaria y fría, abandonada por los turistas en un agosto lluvioso y empobrecido.
Al trote y con los auriculares puestos, llegó hasta el muelle de hierro corroído y cemento desgastado, que el mar se tragaba incesantemente sin lograr desplazarlo, como si fuera una batalla sin tregua y sin razones.
Giró sobre sus pasos en unos pocos metros y volvió, de cara al sol y al viento que la empujaba hacia atrás, como si quisiera advertirle algo.
Menguó el trote y al encontrarse nuevamente con el caracol, observó que no era un simple caracol igual a los demás, tenía un extraño dibujo, formado por algas marinas. Se inclinó para verlo mejor, el dibujo contorneaba una estrella de mar, pero como ya había perdido mucho tiempo en algo insignificante lo arrojó de vuelta al agua.
Fue entonces cuando un remolino surgió entre las olas, fue directamente hacia ella y en un instante, menor que el mismo instante, se la tragó.
Mientras giraba y giraba a gran velocidad, pudo ver pasar, como si rebobinara una película, su "presente" una y otra vez, su presente giraba ... y así era, desde que se levantaba hasta que se acostaba a dormir, e incluso mientras soñaba; su vida sólo giraba sin sentido, pues jamás se detenía, ni a observar, ni a pensar, ni a escuchar.
Vivía su vida, así, tal cual se encontraba en el remolino, era el centro del universo, y el universo giraba a su alrededor.
Quiso escapar de tal situación y decidió subir, no sin temor, girando con el remolino. Subía y subía, pero, no había fin, - era imposible, se dijo- por lo menos tenía que encontrar la muerte, la muerte es el final, pero no, el remolino era infinito... entonces comprendió, era el "futuro" y el futuro es misterio, por supuesto, nada iba a encontrar en él, absolutamente nada.
Entonces decidió bajar, desde el centro, de vuelta en el presente, miró hacia abajo, todo estaba allí, su vida, con todos y cada uno de sus detalles, - i qué bueno! ­Podía reír con sus recuerdos, volver a ser niña o adolescente, sentir con alegría, llorar con las tristezas, revisar sus errores, justificar sus faltas; podía culpar a su infancia y juzgar a los demás por sus fracasos y angustias con mejor criterio y mayor sabiduría. Y también podía bajar a jugar con el caracol dibujado con algas, que había arrojado mar, allí estaba, podía verlo muy en el fondo.
No, no podía, la fuerza del remolino la retenía y no la dejaba bajar, - claro! qué ilusa -, si era el "pasado", podía verlo, sentirlo, añorarlo, odiarlo, pero nunca volver a él.
Entonces, ¿qué opción tenía?, ¿ninguna?, ¿viviría "atrapada" en el presente? Fue entonces, cuando encontró una salida, apretó el botón de Stop, la fuerza centrífuga se detuvo, abrió la puerta, sacó la ropa escurrida del lavarropa y la tendió en la terraza de la casa sobre la playa. Observó el mar, la arena, y HUY! Ese caracol en la orilla parece tener un dibujo, voy a ir a ver, total... la patrona no está! 

Liliana 28-8-99
lreineri@speedy.com.ar

















Cuentos para irse a dormir


El sapo
 
Mi papá me había dicho que no creyera en esas historias, que la realidad no era, pero yo quise besar al sapo y ser mariposa.
Me acerqué a la boca de seda y por mi mente pasó una carroza que llevaba una corona. La boca se abrió seductora y me olvidé de los cuentos las hadas.
Fui pájaro cantor y al cantar cerré los ojos y no necesité inspiración ni musas. Fui gata y con mi piel acaricié la piel resbaladiza y ronroneé hasta sentirme águila. En una fiesta de plumas sobrevolé a los desposeídos del amor y no me burlé porque era todo sentimiento y el resto no existía. No había alturas porque ahí estaba.
Cuando bajé y pisé la tierra rocosa y seca, abrí los ojos, recordé los cuentos, estaba en la boca del león.
 
La rana
 
Estaba la rana sentada cantando debajo del agua, cuando la rana salió a cantar...
La rana cubrió las hojas de ojos grandes y redondos, redondos como la "o" de ojo, la "o" de oscuridad, la "o" de olor. Interrumpió los saltos y se quedó quieta, como esperando un dato más pero el olor solo la llevaba a un tiempo lejano de margaritas y una voz que no recordaba, la voz iba y venía como a través del agua. No supo por qué pero algo le apretó la garganta, quiso sonorizar una canción pero de los ojos salieron lágrimas como burbujas. Y tuvo miedo, tuvo miedo de respirar más hondo para hacer vivo el recuerdo vago, tuvo miedo de que la noche fuera más oscura y cerró los ojos grandes y redondos, redondos como la "o" de ocaso.
... cuando la rana salió a cantar vino el hombre y la hizo callar.
 
Liliana Prystupiuk


















La flor del amor


Un día, un chico llamado Esteban, que paseaba por todos los parques, vio una flor muy especial y quería ponerle un nombre; como no supo cuál ponerle, se la llevó a su casa.
Él tenía una chica que apreciaba mucho. Ella tenía el nombre de Mariza. Esteban era muy tímido, pero una tarde, él se animó a pedirle si quería ser su novia y ella dijo que sí.
Para guardar su cariño por siempre, Esteban pensaba qué hacer; se acordó que tenía una flor en su casa y fue a buscarla. Cuando volvió Mariza, quiso ponerle como nombre "la flor del amor" y desde ese momento su amor fue eterno.

María Victoria
9 años












El tiempo

 
Pasan las historias que algún día sonrieron en mí, pasan los argumentos que sin darse cuenta crecieron en un manto de algodón, en las sombras que sin querer se convierten en la estrella que nos verá entristecer, por la misma energía del andar, por esas cosas que maravillan el paso de una luz desde el vacío hacia el final.
Qué comienzo al retomo, qué vuelta del tiempo nos llevará al lugar donde las rosas cambiaron su color, y de nuevo aquí, en la brisa de un cementerio azulado, en el llanto de una risa sorprendida, en las infantiles batallas de los minutos contra un cielo de elefantes, que arriban en su tumo como una estrofa de mar.
Interesantes las inmensidades de ese océano hacia atrás, las conquistas del mundo en una noche distante y fugaz, lo que diría una eternidad, o apenas infelicidad.
La ternura del olvido hoy nos lleva a encontrar, la sinceridad del fracaso nos mueve de mano en mano cuando se trata de investigar, cuando se quiere buscar, yen esa búsqueda insolente se halla mi destino, de fecundante sabor, y un insignificante giro bloquea la ciencia del tiempo y sus números de azar, los puntos exactos de un ritmo introvertido y locuaz.
Un respiro de aire del presente me suaviza este penoso habitar, un saludo expresivo al pasado organiza en el alma esa fuente de vida que a veces no se quiere mostrar, que cuando el protagonismo necio de las nubes ansiosas se encaprichan por demás, siempre nos volverán a rescatar, y esa lucha podría de perdurar.
Querido tiempo filoso que encuentro en mis ojos en esta noche ocasional, yo valoraría tu esencia si es que a ti me permitieras mirar, si tus lágrimas empapadas de olvido no me dañaran al pasar, y una lluvia mi malestar. Termino mi día reloj con la imagen esperanzada de una carrera ingeniosa sentimental, un recorrido pausado por las hojas que mi corazón alguna vez derramará, por las nostalgias ajenas que se instalan en el paladar, o las propias que sin duda nunca nos abandonarán. 

Esteban


















El Árbol


El árbol, esa maldita estructura orgánica que desarrolla sus dos extremos con idéntica simetría, con la misma fuerza, con las mismas ansias de extenderse y extenderse. Como si quisiera tocar los pies de Dios y los cuernos del Diablo al mismo tiempo. 
El árbol, ese montón de células sin alma que el hombre se empeña en defender, en mimar y en preservar para los hijos de sus hijos. El árbol tiene embelesada a la humanidad, y nadie se da cuenta de que nos engaña con una astucia concebible únicamente dando por hecho que posee el don del raciocinio, o por lo menos, la inteligencia intuitiva y universal que mueve los hilos de la naturaleza, (y yo no tengo dudas de que no sólo existe, sino que también es). Nos atrae con el verde de una sombra acogedora y respira inmune nuestro veneno, nos empalaga con frutos dulces y engalana a enamorados con colores y perfumes, nos deja podarlo y ornamentarlo para que gocemos junto a él momentos memorables. Hasta si le confiamos nombres y secretos, corazones e ilusiones. 
Pero se cobra su precio, todo lo hace en aparente sumisión escondiendo la macabra simbiosis que nos lleva a no poder vivir sin él. Imaginen una tierra sin árboles, imaginen una humanidad sin madera. El árbol nos distrae y nos hace esclavos de su merced con tal que no le prestemos atención a la cara oculta que se muestra en la profundidad de la tierra. Allí es donde mora lo más perverso de su lado oscuro, donde sus raíces pardas y vellosas, sus gusanos ávidos de la putrefacción y de la inmundicia, se alimentan como voraces vampiros nocturnos, buscando algo más nutritivo que sales y minerales. Sondea en la podredumbre de cientos de lombrices e insectos que abonaron el terreno, estiércol, humus y todo tipo de inmundicia. El árbol es el cerdo del reino vegetal. 
El árbol es mítico, como todo lo que sobrepasa el parpadeo de una vida humana, por su existencia centenaria lo hemos convertido en el símbolo de la sabiduría. Dios nos lo prohibió y nosotros lo desobedecimos. Tal vez el bautismo no lava el pecado original, tal vez estemos pagando una vieja deuda con el creador, y tal vez el mismo Jehová, nos haya maldecido por toda la eternidad, dejando que el árbol se convierta en el vengador divino que cobre la ofensa de Adán y Eva, y, como postrera elucubración enfermiza: tal vez Dios mismo no tenga forma humana, sino de árbol. 
Pero por favor, no piensen que odio a los árboles, nada más los conozco a través de mi árbol, (y cuando se conoce a uno...). Créanme, los conozco como ninguno de ustedes lo hace ni lo ha hecho, y estoy seguro de que con el tiempo me darán la razón. En la vida todo es cuestión de tiempo... 
Hay en mi terreno un árbol, y el objetivo de mi árbol, (creo que tengo derecho a considerarlo mío aunque tal vez algún otro lo reclame como suyo), parece ser el de estirarse y estirarse hasta alcanzarme. No me persigue, pero me busca. No me ha tocado, pero lo hará. ¿Hasta cuándo lo veré acercarse sin pausa...? Conozco la respuesta, y maldigo a los que me dejaron aquí abandonado e indefenso a merced del árbol. Si no fuera por mi invalidez, por mi imposibilidad de moverme, lo cortaría sin piedad hasta hacerlo astillas. Deshaciéndolo como tosca en un puño, del mismo modo que él pretende hacer conmigo. 
Pido perdón a los defensores de los árboles, es posible que mi resentimiento no esté bien enfocado, y que el árbol obedezca a la ley de la conservación sin ningún otro fin siniestro más que el de no perecer en el intento por vivir. Después de todo, yo también lo único que deseo es poder vivir. Es que mis seres amados me abandonaron en el momento que más los necesitaba. Me dejaron solo y desmoronándome al lado de un árbol que, si tengo que ser sincero y agradecido con él, será mi último compañero de viaje. ¿Por qué lo hicieron?, no quiero saberlo. ¿Yo habría hecho lo mismo que ellos?, tampoco quiero responderme la pregunta. Ya he gritado por piedad, ya intenté terminar con el martirio por mis propias manos, ya hice todo lo que podía hacer.... menos lo imposible. 
Sé que mi hora se acerca, que quizá el motivo por el cual fui creado esté a punto de cumplirse: mi desaparición por siempre jamás del mundo, el acto supremo al que debe enfrentarse todo mortal. Es por todo lo que me ha ocurrido que es posible, (pero la posibilidad se resume a un dudoso quizá), que posea tanto odio acumulado y lo esté enfocando en la única cosa viva que tengo a la vista: mi verdugo el árbol. Para ustedes un símbolo de vida y esperanza; para mí, de muerte y olvido. 
Lo observo continuamente, mantengo mis ojos abiertos sólo para mirarlo sin pestañear siquiera, y por más que las horas pasen y soy conciente de que debe haber un sol que antecede a la luna, desde que me despertó del lento fluir hacia mi destino, su perseverante y tenaz crecimiento me ha sumergido en una eterna y oscura noche. Lo escucho crecer milímetro a milímetro, rasca, se retuerce y avanza. El árbol murmura cuando evoluciona, gime, suspira y ronronea como un gato acechando la cueva del ratón. No sé si lo percibo gracias a un don, a una hipersensibilidad de mis sentidos desequilibrados, o si simplemente por primera vez me dedico a prestar una cabal, (y aterradora), atención en las plantas. 
Soy menos de la mitad de la persona que era, un guiñapo puro piel y huesos, débil y postrado. Por eso me dejaron de lado los adoradores de la vida, los idólatras del árbol. Ya no tengo fuerzas para respirar y mucho menos para defenderme, lo único que me resta es la autocompasión, y no puedo más que observar con terror cómo se acerca, cómo gana el terreno que me pertenece, estrechándose a mí tanto como puede día a día. Sé que conseguirá su cometido, ya horadó la puerta de madera de mi morada de madera, y me observa desde lo alto con ojos toscos como topo, pero con el sexto sentido que guía a ciegos. 
Es irónico, podría decirse que hasta paradójico. Pensándolo bien, yo estoy encerrado en un podrido ataúd hecho de carne de árbol, y él viene por mi carne de humano descompuesta. Buscando el alimento que le permitirá, un día no muy lejano en su casi eterna existencia, ser la madera de otro féretro al que otro árbol abrazará entre sus raíces. La serpiente de la vida mordiéndose en un círculo sin fin el propio cascabel de la muerte. La revancha del árbol... 

Daniel González




















Huella

Las caricias que rozan la hipocresía
mi paz interna sanará las heridas
mis alas caídas sienten el cautiverio
mi espalda adolorida solo quiere descansar
las manos rotas quebrando
los cristales de mis ojos.

Cambiando emociones por monedas
lanzo mis lágrimas al río
tiemblo como una hoja al viento
vuelo sin sentido el extravío
baña mi alma el rocío
de una noche contenida.
Exploro el aire que respiro
veo entonces el dominio de sus besos
rindo el cuerpo al abandono de mi fuerza
caigo en definitiva al suelo
me atrapa y me controla el miedo
y no sé si es odio lo que siento
no lo sé, tal vez nunca lo entienda.
Gris el cielo, apenas veo
ha de consumirse totalmente el fuego
abrazando el final del juego
veo el aire atravesar el tiempo
sin pensar en esperanzas nulas
sin querer una oportunidad incierta
deseando el consumo lento
de este frágil respirar
y decir hasta mañana
y que el sol me despierte temprano
para verte una vez más
y explicarte quizás un día
lo que significas en mi vida de verdad,
quizá algún día lo entiendas
quizá aquel día no me lo puedas contar.

Matías Gabriel Rodriguez

Revista Viajero N° 2 - Septiembre 2004



Por la paz

De la serie "Cantar de los Cantare" a la vida
"La de Aristóteles", "El motor de la creación es el amor"
"Los poderes"
Las voces del mundo,
se alzaron...
para decir tu nombre,
Paz en la tierra...

Entre ellas, la palabra, la música, el pincel y el canto.
Apenas opiniones y acuerdos...
El tiempo fue transcurriendo
pasando ligeras las aguas, bajo los puentes.

Mientras tanto el Obrero,
Campesino...
Intelectuales,
trabajando trabajando... trabajando.

En una lucha intestina por existir y vivir.
El hambre por el hombre, jugando a todo o nada.
Y como en un goce maquiavélico...
hasta te declararon Guerra Santa.

Mabel Bucich


















Juntos en una sinfonía


Cuando tus brazos
apretaron mi cuerpo
notas musicales
escuché a la distancia.

Como una sinfonía
vibré toda junto a ti
tu boca juguetona
buscaba la mía
apurada e inquieta
como si el tiempo se acabara.
Y con más fuerza apretabas
tu cuerpo en mis senos
como si quisieras
en un pequeño preludio
acabar con los años
que tanto nos añoramos-

Sinfonía de clarines
cascabeles y campanas
resonaron al unísono,
cuando nuestras bocas se juntaron
tus brazos con los míos
un solo cuerpo formaron.

Y muy juntos hemos tocado
la sinfonía del fuego.
Donde hemos perdido
los sentidos y suspiros.

María del Carmen


















Juntos en una sinfonía


Cuando tus brazos
apretaron mi cuerpo
notas musicales
escuché a la distancia.

Como una sinfonía
vibré toda junto a ti
tu boca juguetona
buscaba la mía
apurada e inquieta
como si el tiempo se acabara.
Y con más fuerzas apretabas
tu cuerpo en mis senos
como si quisieras
en un pequeño preludio
acabar con los años
que tanto nos añoramos.

Sinfonía de clarines
cascabeles y campanas
resonaron al unísono,
cuando nuestras bocas se juntaron
tus brazos con los míos
un solo cuerpo formaron.

Y muy juntos hemos tocado
la sinfonía del fuego.
Donde hemos perdido
los sentidos y suspiros.

María del Carmen










El desbande se derramó en los andenes

El desbande se derramó en los andenes. Las pancartas gritaban ahogadas y un estampido instaló el silencio apenas; uno chiquito que reventó en clamor con algo de ovación y de replique. Y una mano enguantada sin dueño, como siempre, disparando una chispa y la línea directa, impecablemente recta, invisible, decidida y certera abrió el aire con un silbido de muerte. Buscaba un lugar fijo, sólo uno, ése, el único que le correspondía: su camisa de algodón, la piel; penetró en un punto entre el trapecio y el deltoides, la base de la fosa del omóplato izquierdo, justo allí. Blanda de blanduras, fácil de facilidades. Encontró el ritmo de la aurícula izquierda retumbando en la humedad de las rojiazuladas horas pasadas. 

El cuerpo cimbró apenas. El dolor fue ligero, recuerdo de otros ya calmados. Un cansancio sobre los párpados, en la nuca, bajó ó a las piernas que se doblaron y minuciosamente se dejó recoger por las baldosas sucias del andén. Alrededor las corridas lentas y mudas, solo las bocas se deformaban, se movían rápido con sonidos de cavernas. Brazos y piernas rozaban la caída; no pudo evitar que los párpados se cayeran con ella adentro de la oscuridad del cerebro. Un negro de terciopelo. Y se fue desprendiendo. Se vio desde arriba. Separándose de ella. Sin sonido, sin frío, sin dolor, nada. Nada. 

 

Chalo Agnelli / Diciembre 2002

















El juego


Desde hace mucho tiempo atrás.Desde hace tiempo atrás, Desde hace mucho pero mucho tiempo atrás mi mente, mi mente. Mi mente juega un juego. Siniestro juego, absurdo. Donde las piezas una vez utilizadas invierten su rol. Donde el paso al frente repentinamente se convierte, en retroceso. Inevitable es escapar de Él. Ya que el universo entero, ambiguo por naturaleza, una y otra vez hace que el principio del mismo se de nueva y constantemente. Constantemente...
Todo hace pensar que es inexistente, pues intangibles son sus piezas, inexplicable que el escenario del juego sea un tablero tan visible como complejo. La vida misma, el pasar de los días en esta vil existencia. ¿Quién será el ganador? ¿Habrá un solo triunfador o será una estirpe de ellos? Con un pasado y una ideología en común. Nadie puede saberlo. Nadie aún puede saberlo. Nadie aún puede saberlo pues es este el mayor y más secreto de los secretos. Y es bien sabido por aquellos participantes más avanzados, que el inconocible reglamento nunca encontrado advierte sobre algunos crédulos y curiosos que intentarán descubrir la esencia y el sentido del juego. Visión está prohibida y que exige la total descalificación del participante. Y su posterior desaparición de la faz de la tierra, para nunca volver a pisar el tablero del cual en algún momento fueron pieza importante.

El Elegido










Más alla del cuadro (o más adentro)

Ofende la música sabía nuestro deseo 

Arthur Rimbaud 


Un paisaje. Una límpida burbuja de azúcar. Numerosos triángulos marrones, troncos oblicuos enfrentados; sus ojos verdes rodando por las laderas. Entre las montañas, espacios llanos de insolada locura, siglos diurnos y fertilidad para sembrar circos. Incontables variedades de espectros (de inéditos colores), desenfrenados como pañuelos ingrávidos, intensamente embriagados por el viento añejo, embotellado en el valle. Meteoritos inmóviles, en amarradura a los verticales y laberínticos muelles; son rocas sabrosas que reprimen en su interior las estelas de elixir. El lago de hojas y brújulas lozanas amortigua la brusca caída de la suicida felicidad.

El pintor, con  su carne arrugada, como una amapola, por la obstinación solar, aparece con una cubeta y se dirige hacia el establo. La blanca vaca lo presiente y rumia la angustia. Sus semejantes ríen. Las hábiles manos aprietan y desaprietan las tetillas y un chorro de leche se dispara dentro de la cubeta. Las manchas negras brotan del pelaje de la blanca vaca hasta que cubre la totalidad. Su cuerpo, sustraído de enérgico espíritu, cae provocando un movimiento sísmico propagado por los eslabones de la cadena montañosa y provocando su ruptura. Abolici{on de la esclavitud del fuego: se libera y se extingue. El sol es un espejo  lunar. El día eterno es una momia; eficiente conservación bajo casi doce capas de leche, sábanas de aluminio, muros de muelas. El pintor ajetreado tiene una idea, decide la creación de un lecho para la razón, de una tumba transitoria. Hunde el pincel dentro de la cubeta de leche. Lo saca y lo acerca al cielo. La torpeza de su hastío produce un movimiento corto y erróneo, la leche se salpica. Esas pizcas se titulan estrellas y la mancha posterior e intencional, debe ser la insigne luna.

El día se desenvolvió y su esencia, su corazón, era azul oscuro o negro. Es la noche. Son mil y una moscas, del tamaño de ávidos vampiros, del tamaño de noches, que oyen los cascabeles azucarados, y se desesperan por ceñir la cintura de la femenina luna y los caramelos de las estrellas. Aguardan el momento oportuno para devorar la dulzura. Luego de varios mordiscos, se detienen y aprovechan los huecos, las heridas. En esas cunas colocan sus bebés ovalados, que cuentan regresivamente para la gran explosión:collage de queso y rouge, oro y sangre. Una mujer sufre, goza. Su amante la degrada, la ama. La leche es, ahora, gobernada por las fuerzas autoritarias desatadas durante el estallido, se alinea y marcha como un ejército de telas angostas y extensas; como ríos blanquecinos y censuradores. La noche se momifica y el día despierta, abre sus luces dentro de la pequeña y opaca pirámide de la vanidad. Luego, se peina frente al espejo del mar. Cree estar solo, ser genuino en la vasta eternidad. Cree ser autónomo, único, omnisciente y sublime, pero no lo es. No lo somos. Estamos atrapados dentro del cuadro y existe algo más allá (o más adentro).


Gastón










El jardín de los peligros


Ese día me había despertado muy tarde. Observaba cómo aquella preciosa bola dorada iluminaba ese tremendo espacio en el que me encontraba. Era el lugar más grande que había conocido en toda mi vida. Pegada a mi lado había una vara larga y muy alta que sostenía algo hermoso en su extremo superior, algo color rojo con delicados pétalos, una flor. Mirando al frente podía ver otras parecidas, o bien hojas extrañas y largas que caían casi sobre las cabezas de mis compañeras.
Yo tenía una enorme curiosidad por saber qué había fuera de ese lugar. Quería subir a la flor para poder ver más allá, pero me había lastimado un alita y ahora ya no podía volar. De todos modos, estaba decidida, iba a trepar con mis patitas hasta la punta de aquella planta. Seguramente mis amiguitas se quedarían allí abajo y, desde la cima, podría distinguirlas por sus alados colores.
Sin pensarlo más tiempo, comencé a subir lentamente, enganchando mis patas en los pequeños pelitos del tallo. Sin embargo, debí esquivar con extremado cuidados esos puntiagudos y filosos triángulos que salían de la larga vara.
Un tiempo después, llegaba agitada a la flor. Desde allí arriba pude ver todo con mucha claridad, pero cuando volví a observar la tierra, me di cuenta de que mis amigas ya no estaban. Grité y grité, no obstante nadie vino, por lo que decidí quedarme a disfrutar de esa vista espléndida. En ese momento, comencé a oír un sonido muy fuerte que se acercaba más y más.
Tuve miedo y me quedé en lugar inmóvil, sin hacer el más mínimo ruidito, hasta que vi acercarse una cosa grande, que se movía velozmente y que era muy distinta a mí. Tenía tan solo cuatro patas muy largas, de las cuales usaba dos para caminar y las otras dos para matar, como si fueran tenazas. Era un humano, como lo llamaban mis padres y todo mi grupo, y venía hacia mí. Seguramente había escuchado mis gritos, ahora me buscaba para matarme.
Traía en sus flacas patas delanteras ese tubo raro, ese tubo asesino que había matado a muchos de los míos. Ese que destapaba con tanto cariño y que luego rociaba sobre nosotros. Mi miedo se convirtió en terror, por lo que, sin meditar un segundo, me tiré alocadamente desde la flor hasta el suelo. Cuando caí, me lastimé una de mis seis patitas, pero aún tenía otras cinco para escapar. Al menos debía intentarlo, ya que si me quedaba allí moriría retorcida y sin remedio.
Escuché el ya conocido “ssshhhh” y, al instante, ese odioso y temido líquido empezó a esparcirse por todo el lugar. Si no me iba, me alcanzaría, así que comencé a correr como podía, hasta que me cansé y me escondí debajo de un papelito transparente y pegajoso. Allí me detuve por un largo rato, con mis ojitos mirando sin ver. De repente, sentí nuevamente los pasos que se fueron haciendo más tenues hasta desaparecer. Por fin se había ido. Levanté aún con temor, mi vista, pero no vi nada.
Cuando intenté salir de mi escondite, me percaté de que una de mis amiguitas venía caminando muy despacito. Un momento después, se desmoronó en el suelo. Asustada, me acerqué para preguntarle qué le sucedía. La vi, sus ojos le daban vueltas hacia todos lados, ya no tenía salvación. Me apoyé sobre ella que estaba boca arriba, con sus alitas en el piso. Al levantar mi cabeza de su cuerpo, observé sus patas, las cuales se fueron cerrando lentamente hasta acurrucarse en su pancita. Había dejado de sufrir.
Sin casi pensarlo, supe que ese líquido la había matado. Le di la espalda a mi amiga con el más profundo dolor que una compañera pueda sentir y continué caminando. Por fin, pude hallar a las demás, quienes al verme se juntaron para llevarme en sus espaldas. Un tiempo después, volvía a jugar con ellas; ahora ya tengo mi alita sana y puedo volar, mi patita todavía está entablillada con medio fósforo y vendada con un hilito. Sin embargo, Ninita ya no está y yo me pregunto: ¿ese será el destino de todas las vaquitas de San Antonio?
 
Natalia S. Rotelo
















Ejércitos de la mente


El espacio perdido
y la nebulosa de tu alma,
comprenden los ejércitos
de una mente desarrollada.
 
Y te puedo mirar,
y sabré de los años enfermos
si me comienzo a llamar,
y llegará algún día,
y seré lo que nunca fui
por colmar en la brisa de tu paz,
por los deseos de sol y libertad,
por lo que siempre
ansía una sangre caprichosa
y voraz.
 
Y en la cima de una luz inventada,
descubriré la ciencia dibujada en vano,
y tendré que volver a callar,
y silenciaré mis sentidos
cuando quiera gritar,
cuando desde, un laberinto espejado,
las corrientes se alternen al azar
y yo, no existiré más ...
 
Y me puedo mover,
y no quiero volver,
y los siglos de especies
dañinas empapelan un cielo
que de a poco seducen al mal,
y ya no quiero más,
siento una muestra interesante
de tiempos marginados en la neutralidad,
de lo que un corazón amorfo
escribe en una poesía sin sal...

Esteban

















Yo inversamente proporcional

 
Yo soy.
No soy. ¿Qué soy?
 
Acá estoy sentado sobre un mar,
como flotando. Duermo alborotado
en un papel que en mi sien es calor,
o será el frío, que es amor aplastado.
Solo y conmigo tengo soles cuadrados,
que mis dedos ven para olvidar.
 
No soy. ¿Soy qué?
Yo soy.
 
Yo soy el que con un plano dibuja formas gigantes,
que dentro de un vacío encuentra un lleno,
en un vaso roto, aún gotas de agua.  
Nado en la arena de mi reloj;
Devoro monedas del puerco glotón,  
que tiro hacia el egoísmo,
hacia la vergüenza. Mipropio yo.
 
¿Qué soy? Yo soy.
No soy.
 
Tras esa ventana azul, el abismo
pobre, solitario. El abismo
espera. Siempre espera.
Yo abismo. Y la misma ventana.
Los pies rasgan cornisas.
Y yo: abismo cornisa.
Me trago el cielo,
suplico a una nube.
Pero en fin. Yo soy esa nube,
que detesta el suelo.
 
Un niño mira. Una playa.
Una ventana. El horizonte. Yo nube.
Se ve una forma. La piedra.  
Tras esa roca. El abismo. Yo abismo.
Yo mar y sol y luna.

Jonatan

Revista Viajero Nro. 1 - Julio 2004



Renacer (primeros pasos)

En una noche mágica,
la luna iluminó tu rostro,
para entre tinieblas hallarte
y dejarte desprovista, desnuda
ante el sol y ante mi.
Nos emborrachamos,
nos amamos, nos besamos,
hasta llegar a la más grande
de las locuras.
Fue pasión, fue placer,
instantes de sumo ardor;
mixtura entre el bien y el mal.
Pero se involucró el corazón,
y lloró como nunca,
y murió tres veces:
dolor, abandono, dolor.
Se cayó gritando,
no dijo nada,
se apagó en la luz,
dibujó flechas rotas
una y mil veces,
pensó el suicidio,
rompió rosas,
pegó pétalos a las margaritas
como queriendo no haberlas deshojado,
se tatuó un no,
dijo sí al demonio,
se ahogó en penas
desbordando mares con su llanto,
flotó en las miserias
que escondía su alma,
y subió al cielo
para descargar su furia
en las nubes.
Y cuando el dolor y el rencor
del corazón pasaron,
me tomó de la mano,
se incrustó en mi pecho vacío;
y empezaríamos de nuevo,
los dos,
en busca del amor sincero:
de cuerpo y alma,
de fuego y aguas mansas,
de verdad y sin misterios;
para poder al fin unirnos,
alcanzar la felicidad
y dejar atrás todo el mal,
que hace tiempo pasé.


Jonatan



















Hipermercado del sur

 

La vio borrosa en el hiper detrás de la góndola de productos de jardinería. Debo continuar se dijo, y apuró el paso poniendo la proa del changuito en dirección de los lácteos.
Se demoró con los quesos y prosiguió hacia el sector de las verduras. Ella volvió a aparecer por el sector opuesto de las frutas, le sonrió seductoramente sin dar muestra de conocerlo y se detuvo ante una exuberante montaña de cerezas, tomó una con un movimiento gracioso y la mordió apenas con ese gesto sensual que le resultó primero familiar y, luego, inconfundiblemente irresistible. El sacó sus lentes para mirar de lejos y la observó conteniendo la respiración. Es ella, se confirmó a si mismo y sintió un galope en el pecho. Ella se deslizaba con su andar gracioso y decidido entre los papeles higiénicos y las servilletas de papel rumbo a la caja de 10 unidades. No la puedo dejar ir nuevamente, se reprochó, mientras dudaba, porque había venido por una super oferta de 3 packs de pomarola, su pensamiento se atascó en una brevísima duda ¿perder la promoción del día o perder el rastro de esa mujer que hacia 20 años que no veía y de la cual había perdido toda señal? Razonó velozmente y decidió ir por ella, pero no sin pasar antes, de un pique, por la góndola de los tomates en lata, el pillo se sentía muy
hábil para aprovechar ofertas.
Cuando llegó a la caja ella terminaba de pagar y se alejaba hacia la calle.
_ Señor (le desvió la atención la cajera sonriendo) usted ha ganado con esta compra un descuento extra, ha sumado $200 con las compras del mes, espere un momento por favor que llamo a la supervisora para que lo verifique.
Él se impacientó imperceptiblemente, carraspeó como era su costumbre cuando algo lo irritaba, la veía alejarse cruzando la calle, estaba atascado en esa caja por el ahora maldito descuento del 10 % ... Cuando terminó de pagar embolsó todo y salió. No la vio, había desaparecido como hacía 20 años, cuando partió con sus padres rumbo a España en la época del proceso.
Llegó triste, desolado al departamento, pero se fue sobreponiendo...
Hay que vivir el presente, se consoló ¿quién se resiste a las promociones de fin de semana?

 Andaluz




















El Ángel Caído

 

Proty se despertó temprano y desactivó el llamador antes que comenzara con la metálica perorata de siempre: - Protheus... es hora Protheus... vamos, que en las inmediaciones es un día despejado, con una temperatura promedio en urbanidades de ... bla, bla, bla ... -. No le importaba nada de eso, para él bastaba con que fuera sábado, y con mal o buen tiempo la pasaría holgazaneando, tal vez con amigos, tal vez solo. Aunque la segunda posibilidad no estaba en los planes que por más de una semana venía lucubrando.
Todos los sábados su madre le dejaba el desayuno listo para prepararse, y al pasar apurado rumbo al baño gritó: - ¡cocción pendiente! - sin detenerse. Le hubiera gustado tener padres que trabajaran de martes a jueves como la mayoría, pero bueno, alguien tenía que dedicarse a vender lo que otros fabricaban.
Llevó la bandeja humeante a la mesa, y antes de meterse en la boca el dedo con dulce, dijo: - Pantalla, 2D -, y se dedicó a saborear mientras miraba embelesado a su serie predilecta. Tema prohibido activar el sistema 3D cuando comía, ya había causado algunos problemas por enredarse entre sus héroes durante el desayuno, además, los médicos recomendaban utilizar esta modalidad con precaución, y sus padres siempre seguían al pie de la letra todas las recomendaciones y ordenanzas.
Llegó al parque montado en el sidi flamante que había estrenado el miércoles, pero los chicos ni se enteraron de su arribo, y esto lo desilusionó, frustrándose las expectativas de dejarlos boquiabiertos cuando se presentara ante ellos con su sistema inteligente de desplazamiento interurbano, rojo metalizado y cargado de innovadores sistemas y accesorios.
Desalentado, pero no vencido, estacionó el sidi al costado de la vereda y probó la alarma varias veces, haciendo como si no estuviera familiarizado con los controles sólo para captar la atención de sus amigos, aunque ellos seguían apiñados mirando la base del monumento. < ¿Qué puede tener la estúpida estatua mejor que mi sidi último modelo? > se preguntó enfurecido, en ese momento uno de los chicos lo vio, agitando el brazo con frenesí a modo de saludo, lo llamó con urgencia: - ¡vení! ... ¡corré, Proty! -.
Proty caminó hacia ellos refunfuñando con las manos en los bolsillos, - ¡hey, tengo sidi nuevo! -, les dijo odiándose por quebrar la sorpresa, y nadie pareció escucharlo.
Cuando llegó por fin al tumulto, debió abrirse paso hasta el centro. Digamos que más de uno recibió un golpe demasiado fuerte como para simplemente lograr que se apartara, los codazos y empujones tenían mucho que ver con el fracaso de la presentación en sociedad del vehículo, y poco con abrir camino. De todos modos, en el momento en que estuvo en primera fila, ni el mismo Proty se acordó de que tenía un sidi nuevo.
Acurrucado sobre el plítrex, se encontraba el niño, (¿o niña?), más hermoso que jamás hubiera visto, su piel era la prótesis perfecta, tersa y suave, excepto que los pómulos rosados parecían la única porción de tejido vivo que le quedaba. El cabello, rubio y rizado, se mecía con la brisa como si se tratara de plasma sobreexitado, y la túnica, que evidentemente era lo único que llevaba por ropa, estaba hecha de un extraño material, como el que Proty había visto en el museo, y pensándolo bien, el modelo lucía como el de las recreaciones virtuales de las antiguas civilizaciones. Y aquí no acababa todo, la punta de cada pie de aquel ser poseía cinco largos dedos, resultaba horripilante ver aquellos cinco gusanos rechonchos y acorazados en cada pie, no quedaban dudas de que debía tratarse de una bestia... o una momia en excelente estado de conservación. Pero todo lo visto era nada importante comparado con el detalle máximo, el niño/niña, el androide, o lo que fuera, tenía alas. ¡Sí!, a - ele - a - ese, ¡alas!, como los pájaros de las Tierras Madre.
¿Qué era?, ¿estaba vivo?, ¿se los comería de un solo tarascón cuando despertara o se activara?, todos estos interrogantes se confundían con el asombro y la intriga en la mente de Proty, y de seguro en la de los demás, pues tanto ellos como él, estaban petrificados observando atónitos a la criatura. De pronto, lo tan temido ocurrió. La cosa abrió los ojos, y extendió su mano hacia los niños mientras balbuceaba frases inteligibles.
Todos se hicieron desesperadamente hacia atrás en un embrollo de apretujones y corridas, la alarma del césped se activó, y con ella volvieron las corridas hasta que los chicos alcanzaron el plítrex antes de que llegaran los cuidadores.
El ente, con una cálida sonrisa que parecía brillar en su rostro, los observó sentado desde la base del monumento, - niños... - expresó visiblemente conmovido - ... gracias, mi Dios... son niños -
El espanto se percibía en cada par de ojos, que abiertos tanto como podían, observaban al ser, trocando paulatinamente su pánico por algo que, por fortuna, ni en ese siglo ni en ninguna era, faltará en la mirada de un pequeño: la curiosidad.
De a poco y sin tomar coraje (se les había esfumado) los chicos volvieron a acercarse con cautela y se compactaron alrededor de la cosa otra vez. Proty no era más valiente que el resto, pero su incipiente carrera de mitólogo preplanetario, lo convertía en el experto del grupo para abordar el contacto, honor que los demás le cedieron con alivio en forma tácita.
- ¿Eres un... ?, ¿cómo se llamaba ... ? - tenía la palabra en la punta de la lengua, pero no le salía, pues lo único en que pensaba era: < ojalá sea un androide, así le paso el barullo a Electra >. Electra era, por supuesto, la novicia en biomecanismos.
- Un ángel... - el ente completó la frase, y Proty escuchó a Electra respirar aliviada tras de sí.
- No puedes ser un ángel, digo... un ángel de verdad, de carne y hueso - porfió en un intento por que el ángel confesara que estaba hecho de puros servomecanismos.
- No, no soy de carne y hueso como ustedes, pero tampoco soy un muñeco si a eso te refieres... soy un ángel, un verdadero, auténtico y... - suspiró acongojado - ... espero que no, quizá el último ángel que ha caído -
Proty se lamentó por haber dejado el interdata en el departamento, ¡¿cómo rayos iba a saber que lo necesitaría un sábado en el parque?! se suponía que estaba allí para deslumbrar a sus amigos con el sidi nuevo y no para repasar lecciones de historia.
- Un ángel... - masculló - ... fetiches de comienzos de milenio, creo... -
- ¡Fetiches!, ¡¿dijiste fetiches?! - respondió la criatura ofendida, pero con tan poca fuerza que apenas intimidó con la queja, y luego recapacitó - sí que fueron buenos años aquellos ... buenos en el sentido que se nos reconocía, la gente nos buscaba, nos rezaban y pedían deseos felices -
- ¿Éso fue antes o después del armagedón? - preguntó Zenith, el niño con dientes de cuatro milímetros de largo.
Proty se molestó ante tanta ignorancia, - antes, pedazo de trifo - le dijo sin quitarle la vista al ángel, - entonces, ¿podemos pedirte un deseo? -
- No - contestó el ángel.
- y ¿por qué no? -
- Pues, porque no soy tu ángel - respondió con amargura, trató de acomodarse y a duras penas mejoró la postura de las alas, de sus ojos brotaron lágrimas redondas y perladas, rodaron, y rebotaron sobre el plítrex.
- ¡Seremos ricos, miren, llora silicio! - dijo sorprendido un chico.
- ¡Oh, Dios! - exclamó el ángel, y su llanto creció - ¡¿es que para ustedes todo es silicio, chips y microondas?! -los niños lo miraban sin comprender - ¿saben... saben por qué no pueden formularle un deseo a sus ángeles?, ¡porque están muertos! - y pese a las lágrimas, su rostro se endureció ­¡ustedes los mataron!, así como yo moriré porque alguien nunca tuvo un deseo feliz - los niños lo miraban sin comprender - Hubo una época ... ¡sí, Proty!, cuando tú crees que éramos fetiches, en que había guerras, enfermedades y hambre en este mundo, pero ¿saben qué?, también había esperanzas, sueños, anhelos, ideales ... - el ángel suspiró con lo último de sus fuerzas y hundió el rostro en el pecho - ... y deseos felices - concluyó, y los niños lo miraban sin comprender.
- ¿Qué es un chip? - preguntó Zenith, como si fuera lo único importante que había oído.
- Mi abuelo una vez me mostró uno, que era de su abuelo... - dijo Electra - ... es de antes de los tetraprats, incluso de mucho antes que los prats -
- Oh... - dijo Zenith, no muy seguro de haber entendido.
- Váyanse, por favor - suplicó el ángel - déjenme morir en paz... debí volar directo hasta la aurora, como los otros. Fui un tonto al tratar de decirles adiós a mis amados humanos, a mis niños... vamos, márchense ya –
Y los chicos se marcharon cuchicheando y riendo. Uno de ellos juntó las lágrimas del ángel, y descubrió que al ponerlas en su bolsillo, en realidad estaba guardando un puñado de agua. - ¡¿De quién es ese sidi?! - exclamó Pániel, y todos corrieron a ver y tocar el espectacular vehículo rojo metalizado. Todos menos Proty, que volvió sobre sus pasos y se agachó para mirar al ángel frente a frente.
- ¿Dios morirá también? - preguntó Proty.
El ángel tenía las mejillas tan pálidas como el resto de su piel, ahora, lo único rosado que le quedaba en el rostro eran los ojos, que miraban a la nada mientras meditaba - ¿podrá la obra trascender a su creador? ... - se cuestionó haciendo caso omiso de la presencia de Proty - ... en tu mundo sí puede... ¿puede el hombre vivir sin ángeles? - sonrió débilmente y continuó - claro que puede, pero... sí, ésa es la cuestión. Si el soplo de la vida ya fue dado hace miles de milenios y es inagotable, autosustentable, ¿podrá entonces la obra trascender a su creador...? - el ángel miró a Proty y le contestó: - yo estoy muriendo, y Dios sufre la enfermedad del olvidado. Tal vez segundos antes que se acabe tu mundo, lo verás morir; y tal vez, sólo tal vez... nunca te enterarás cuando fue que murió... - dijo el ángel en un susurro, bajó sus ojos, y exhaló su último y triste suspiro.

Daniel Gonzalez