Revista Viajero N° 77 - Septiembre 2013

 

La música de mi pueblo


Añoro esos fogones
que se hacían en mi pueblo;
esas noches de folklore
que son mi mejor recuerdo.

Mi padre entonaba coplas
con las que daba consejos,
como: "Camina, no corras,
al tranco se llega lejos".

Los violines, las guitarras,
música como de un sueño.
Bajo la luna plateada
baila el Chaco Salteño.

Entre saya y chacarera
allá en el algarrobal los paisanos de mi tierra
son RAIZ, PATRIA y VERDAD.

Vicky (14 años)
















Ojos de jade


Puedo verlos, aunque no lo entiendan, puedo verlos. ¿O se piensan que estoy parado acá perdiendo el tiempo? No, estimados, créanme, puedo verlos. Y los veo harto mejor durante las noches cuando encienden esa luz menuda que parece entibiar el salón; las pantallas rojizas de los veladores, la alfombra opaca, y los rostros gozosos de los que van y vienen luciendo ropas delicadas. Durante la noche la gente se viste mejor, considerablemente mejor. Aunque piensen lo contrario, no soy exquisito, es que desarrollé el buen gusto; quizá porque me han mal acostumbrado, sepan que aquí las damas no visten pantalones; en efecto, es un espectáculo verlas bajar por los escalones que trazan esa curva ascendente en la escalada.
Pero no todas las noches son iguales. Es que no todas las noches se encarga el mismo de la música de ambiente. Acaso algún nuevo muchachito, un tanto desvariado en sus percepciones sonoras, me estuvo irritando. Por suerte volvió aquel otro, que llegadas las ocho nos regala el mejor momento del día; Coltrane y su Tren Azul provocan curiosos efectos en mí. Una de las canciones se llama Im Old Fashioned. Traduzco. Soy chapado a la antigua. Pero si esa melodía contiene el significado de la nostalgia entonces soy el primer nostálgico. ¿En qué mujer pensaba Coltrane cuando le daba forma al tema para su disco? ¿Acaso pensaba en La mujer? ¿O en todas las mujeres? Bueno, no lo sé, pero me enamoro una y otra vez, casi sin darme cuenta. Además me miran. Sí. Me miran y nada puedo hacer. Vaya pena la que debo soportar, sin embargo creo estar acostumbrado. Acostumbrado a verlas llegar, pasear e irse. Todas se van, todas. 
Hace algunos días llegaron, como llegan todos, dos parejas maduras, de edad mediada. El primero usaba unos anteojos descomunales pero su elocuencia lo engrandecía por sobre el resto. Venía escuchando a su compañero de viaje: un hombre bajo, algo calvo y relleno en su cintura, de modales profusos y gesticulación exagerada. El primero apoyó las valijas que cargaba y tomó del bolsillo de su saco los papeles de acreditación; parecía ser el encargado de ese asunto. Las dos mujeres, atrás, hablaban sin descanso. Entonces no había llegado a notar lo que algunas horas más tarde sí.
Es en el momento que mencionaba, alrededor de las ocho, cuando se encienden las luces de los veladores, un rato antes de la cena, que algunos bajan a tomar una copa en los sillones. Las dos parejas se ubicaron enfrentadas en los primeros asientos. Al rato de comenzar a beber el Martini que les habían servido, el hombre de anteojos sacó un porta cigarrillos, lo abrió con displicencia y ofreció al resto, logrando una aceptación unánime. 
Ya podía verla; la piel de su cara levemente encendida  por el alcohol y el hilo de humo, que después de cada pitada salía de su boca, dibujaban un rostro adornado por el pelo rubio que caía ondulado por el cuello. 
Ella y su esposo, aunque él huesudo y de nariz abultada pero gentil en su andar, tenían poco que hacer con aquellos otros dos. En realidad, con aquel otro indecoroso que comenzó a mirar uno de los ceniceros; lo inspeccionaba con intriga e ignorancia. Sus movimientos eran toscos incluso para observar un pequeño cenicero. Entonces golpeó la rodilla de su compañera esgrimiendo un sospechoso ademán.
¿Qué es? preguntó Me lo llevo…
Nadie contestó. Lo miraban expectantes. Nuestro hombre de anteojos hubiera preferido escapar pero como eso resultaba irrealizable respiró profundo y deseó que nadie los mirase. El calvo de un movimiento torpe metió el objeto en la cartera de su mujer. Ella mantenía la misma expresión intrascendente; tal vez adiestrada a tal desvergüenza.

Silencio. Al instante dejaron la mesa y se dirigían por el corredor al salón principal, cuando volvió a interrumpir:
¡Ah! ¿Y este? exclamó, mientras me miraba con sus ojos vanidosos llenos de obscenidad.
Jarrón de jade, como el cenicero, típico de los orientales contestó la mujer rubia al pasar. 
Entonces, comenzó a sonar Coltrane. 

Ignacio Benedetto
















Un milagro para contar


Mi madre se casó muy joven, a los dieciseis  años y mi padre tenía veintidos años. Ella soñaba con tener un hijo, no podía quedar embarazada. Pasados cinco años, nació su primer hijo, ella estaba tan contenta que tejió toda la ropita rosada, pero tuvo un varón, mi hermano mayor. A los cinco años nació mi hermana, ya tenían la parejita, y ustedes se preguntarán ¿cuál es el milagro?. Cada vida es un milagro.
Mis hermanos le pedían a mi madre un hermanito, mi hermana inocentemente, le decía: “mami aunque sea cuando te jubilés”, ellos decían que eran muy poquitos, lo deseaban e insistían.
Pasaron muchos años, mi madre tenía cuarenta años, sentía una dureza del lado izquierdo del abdomen, pensaba que era un fibroma, le indicaron una radiografía y no lo hizo porque presintió que estaba embarazada, (ese sexto sentido que dicen que tenemos las mujeres). Ella dijo, tengo un fibroma con patitas, mi papi se sentía viejo para tener un hijo a los cuarenta y seis años, no quería, mi madre sí y estuvo en reposo, a dieta porque era hipertensa. Me cuidó mucho para que pudiera nacer, sacaron mal las cuentas a la hora de nacer, dijo el ginecólogo. Tenía que haber nacido quince días antes. En esos tiempos no habían ecógrafos, así que el día de mi nacimiento, fue un día miercoles, a las once de la mañana. Pesé tres kilos y setecientos gramos, y medí cincuenta centímetros. Ese día llovía mucho, una de mis tías dijo que se caía el cielo. Se aferró de una de las columnas del sanatorio: vine con todo. 
El parto no fue sencillo, no podía nacer. Le dieron una inyección a mi madre y nací con dos vueltas del cordón umbilical en el cuello y tragué demasiado líquido amniótico. Ese fue el segundo milagro (porque hoy día en la situación que estaba, muchos mueren o quedán con secuelas recuperables y otras no), me llevaron a Neonatología. Mi madre se sacaba la leche y me la llevaba, hasta que me pudo prender al pecho y no la quería dejar. Nunca le reproché a mi padre el no querer tenerme, porque me Amó. 
Mi familia notaba que tenía los talones colorados y preguntaban y les referían que era muy inquieta y larga, y me golpeaba con la incubadora, no era la verdad. Mi tía, que también fue la partera, nos contó unos años antes de dejarnos, que ella fue al sanatorio y entró a Neo. Justo la incubadora se recalentó y se incendió y me rescataron. Solo los talones tenía colorados. A veces digo que un ángel enviado por Dios me salvó la vida. Tres veces, tres milagros: antes, durante y después de nacer. Dios fue misericordioso y realizó estos milagros hermosos para conmigo. Mi hermana siempre me decía que Dios tenía una misión para mí, porque me había salvado tres veces de la muerte.
Encontré mi misión, servir a los demás, no solo yo tengo una misión en esta vida queridos amigos: todos tenemos una misión. Porque cada día nos despertamos por la mañana, nos levantamos, podemos caminar, hablar. A veces lo hacemos por inercia y no nos damos cuenta que son milagros, otros no pueden hacerlo. Por ello creo que tenemos que ser agradecidos y valorar lo que tenemos.

















A Candela


Ya sos un angelito más
desde ahora estas con Dios
un angelito dulce e inocente
junto a tus ángeles custodios.

No sería tu destino seguir en la tierra
por culpa de tu secuestrador y asesino
entre tanta impunidad existente.
Corruptos, mezquinos sin sentimientos.
No pudiste luchar contra ellos
no tuvieron compasión, ni indolencia
ante un ángel sonriente, inocente.

Desde ahora serás luz en el firmamento
iluminando, velando por tus padres
y hermanos, ellos no dejarán de luchar.
Para que tu alma descanse en paz
hasta tanto hacer justicia  
de tanta maldad, odio, codicia.

A ellos les llegará, hasta sentir
como es el dolor de una madre
al arrebatarle un pedazo de su carne
ellos lo vivirán con creces
tu agonía y la de tu madre
ya sos un angelito más en el cielo
que no sabrá jamás de abrazar, besar
a quien le arruinaron la vida.

Llorar en los brazos de tu madre
Solo tu madre en la tierra
quedará con tanto dolor
agonizando tu ausencia en vida.
Ya sos un angelito más con Dios

TU NOMBRE  ES CANDELA …

Marta María Nastaly

















Palomo siempre tímido


En un paisaje único
vestido de blancas túnicas
de sol incandescente
vuelo como paloma efervescente.

En colinas azules
con un majestuoso vuelo
soy paloma solitaria
en el puro azul del cielo.

Si no te tengo conmigo
palomo siempre tímido
Traerás tortura a mi vida
siendo tú el amado y querido.

Eres el sol de mi vida
el único que me ilumina
que nuestros lazos se unan
a la luz de la luna encendida.