Revista Viajero Nro. 150 - Marzo de 2020



Yo soy; el que soy


Hace tiempo, mucho tiempo
Conocí a un gran Señor
Me hablaba con dulzura
Que impacto mi corazón.

Yo pregunte:
Quien eres señor?
Y él me respondió
Yo soy, el que soy
Que nació y murió
Para darte salvación.

No te olvides nunca de mí
Yo siempre estaré a tu lado
Para darte protección
Y en mis brazos tú estarás
Y siempre te amaré.

Llamame nunca dejes de llamarme, yo soy el
Que soy jesus de nazaret…Jeremías 33:3  33:11

Coca Inchauste
Ezpeleta,quilmes








¿Quién te dice?


No esperés hasta mañana
en el loco mundo de hoy
todo aquello que sentís
no lo calles “gritalo”.
No esperés hasta mañana
prefiero escucharlo hoy
desprolijo y como salga,
mañana quizás no estoy.
Besame siempre, abrazame,
discutamos ¿Por qué no?
y aunque no estemos de acuerdo
acordemos, que es mejor
el seguirlo conversando
pero no mañana ¡hoy!.
Despertame con un beso
un llamado o una flor
no importa cual sea el día
pero si es el de hoy, mejor.
Y esto hacelo con todos.
Mirá siempre alrededor.
Todos esperamos lo mismo
¿O acaso pensás que no?
Con esto quiero decirte
que no seas remolón,
porque antes que el mañana
siempre tenemos el hoy
Y mañana ¿quién te dice?
mañana tal vez no estoy.

Stella Maris López









Por un juego de niños


Eran las 5 de la tarde cuando Federica entró al bar.
Todas las mesas estaban vacías. Sin embargo se quedó parada, buscando donde sentarse. Finalmente, eligió la mesa de siempre; sobre la derecha, al lado de la ventana. Era la mesa que más le gustaba porque a esa hora daba el sol de costado y podía leer sin problemas.
Pero también era la misma mesa que había compartido todas las tardes con Ramiro unos meses atrás, cuando entre café y café hablaban de sus proyectos de vida y él aún no pensaba marcharse hacia nuevos horizontes.
Con su partida, Federica quedó con el corazón helado, los pensamientos vacíos y una gran tristeza.
A pesar de todo, seguía tomando el mismo café, en la misma mesa y en el mismo bar.
Sin embargo algo pasaba esa tarde. No se podía concentrar. Su mente vagaba y recordaba…hasta que las voces de unos niños la sacaron de su letargo.
Los miró de soslayo. Eran dos chiquillos idénticos y atrás de ellos, un hombre joven. Faltaba la mamá.
El bochinche que hacían los mellizos se volvió terrible; corrían entre las mesas y trataban de alcanzarse mientras gritaban y se reían. Fede recordó a sus sobrinos, y sonrió.
El más rubio que usaba lentes, corría hacia ella, mirando hacia atrás para que su hermano no lo alcanzara, y entonces pasó lo inevitable: tropezó con la mesa de Fede. El niño cayó a su lado y los lentes volaron contra la ventana… Y por supuesto, comenzó el llanto, ese llanto que siempre sigue a las grandes diversiones de los chiquilines.
El padre, que había elegido una mesa en las antípodas de la suya, se acercó a grandes trancos llevando de la mano al otro mellizo, más bien arrastrándolo para que no escapara.
Estaba rojo, pero Fede no sabía si era de enojo o de vergüenza.
El rubio de los lentes se abrazó a Federica, mientras seguía llorando con desconsuelo. Era una imagen caótica pero a la cual ella estaba acostumbrada; esto era moneda corriente en su familia.
El padre no sabía como disculparse mientras balbuceaba sobre la falta de la mamá que había muerto cuando nacieron los mellizos.
Después de unos instantes, se recompuso.
-Voy a tener que arreglarlos rápido si no mañana no podrá ir a la escuela.
-Hay una óptica en la mitad de la otra cuadra- le dijo Fede.
-Puedo invitarla con un café para que perdone tantas molestias?
En ese momento Fede clavó la vista en el padre y sintió su mirada sincera y preocupada. El papá y los niños se sentaron en su mesa. El rubio seguía abrazado a Federica, pero ahora mostraba apenas un sollozo, que desapareció cuando llegó el helado de chocolate .
Y la charla fluyó como si fueran viejos conocidos.
Ya eran las 19.30 y el papá debía apurarse para llegar a la óptica . ¿Qué pasó con la hora? ¿Voló?
-¿Tenés tiempo para acompañarnos? le preguntó a Fede.
Ella miró su amplia sonrisa y sus ojos profundos ….
-Sí, vamos  le dijo.
Salieron del bar; él la tomó del brazo para cruzar; el rubio se aferró a su mano y el otro de la mano del padre.
Y Federica después de tanto tiempo sintió que algo nuevo iba a empezar en su vida.

Susana Stazzone
susariv@gmail.com








Supe ver en la naciente luz
cuellos cansados, ojos tenues condensando horas
viajando en trenes,
de aquí para allá
pequeños autómatas.
Hay tanta confusión entre la gente ¿por qué se tratan así?
Sin movimiento, esperan desplazarse,
con labios profanos no llegan ni a un grito que les vacíe la rabia.

No hay arcos triunfales,
-ojalá en eso estemos de acuerdo-
los humanos se pierden, se someten a la televisión y al vicio;
lloran por una serie, pero no por el mendigo en su puerta porque les repugna.

Hay batallas eternas, pero en general,
son con uno mismo.
Hay muertos sin rostro,
mucha pompa, demasiadas caretas, poco esfuerzo,
torpe optimismo, todo es moneda corriente.

Las calles se abren para caminarlas, eso dicen y la suerte
la bendita suerte sólo existe si la convoco ( no justamente con dinero),
la idiotez abunda, creo que es un patrimonio de la humanidad ,
¡muchas gracias por eso!
- hay que aprender a agradecer-

Tantas sombras sobre el asfalto puedo contar
armaduras del sol, son tan poco transparentes ,
alzando la bandera del amor mientras
entre dientes los prejuicios se riegan como veneno
sobre sus hijos y vecinos.

Por real suerte, quedan las ventanas, los idilios nocturnos,
los amores de primavera que te sacan de quicio,
los cigarrillos  y los secretos para estremecer .

Allí la luz naciente de nuevo
mientras me saco el traje de los sueños
 y empiezo a contar sombras , aunque con las mías ya tenga para rato
sumido en mi más pretenciosa estupidez ,
Que es escribir.

Luciano Calzada
lucianoquilmes@yahoo.com.ar








Sin voz


El ocio, permitió que me asomara a un escenario de ficción. Sumergirme en la extrañeza de la atmósfera literaria, para vislumbrar una realidad distinta, más bella, recóndita y cruel: la relectura de “La revolución es un sueño eterno”.
Cuando se intuye el borde del abismo, el círculo parece cerrarse y adentro, no hay casi nada. Solo las palabras que el autor elige para ofrecer verdad a un mundo casi imaginario.  

“Escribo: un tumor me pudre la lengua. Y el tumor que la pudre me asesina con la perversa lentitud de un verdugo de pesadilla.
¿Yo escribí eso, aquí, en Buenos Aires, mientras oía llegar la lluvia, el invierno, la noche? Escribí: mi lengua se pudre. ¿Yo escribí eso, hoy, un día de junio, mientras oía llegar la lluvia, el invierno, la noche?
Y ahora escribo: me llamaron -¿importa cuándo?- el orador de la Revolución.  Escribo: una risa larga y trastornada se enrosca en el vientre de quien fue llamado el orador de la Revolución. Escribo: mi boca no ríe. La podredumbre prohíbe, a mi boca,  la risa.
Yo, Juan José Castelli, que escribí que un tumor me pudre la lengua, ¿sé, todavía, que una risa larga y trastornada cruje en mi vientre, que hoy es la noche de un día de junio,  y que llueve, y que el invierno llega a las puertas de una ciudad que exterminó la utopía pero no su memoria?”

Andrés Rivera, el autor, nació en Buenos Aires en 1928, y falleció el 23 de diciembre de 2016. Ejerció diversos oficios, pero ser escritor, lo convirtió en alguien que conoce como pocos el peso de la palabra, lo que vale una pausa o un silencio. Tuvo dos etapas de trabajo, pero al retomar la escritura en 1982 con “Una lectura de la historia”,  da comienzo a un segundo tiempo de creatividad, el consagratorio.
En 1985 obtuvo el Segundo Premio Municipal de Novela por “En esta dulce tierra”,  y en 1992,  el Premio Nacional de Literatura por “La revolución es un sueño eterno”.
En esta novela, el protagonista es Juan José Castelli, el gran orador de la revolución,  en aquellos días de mayo de 1810. Pero el tiempo transcurre, la enfermedad se instala,  y él,  ya sin voz, queda confinado en su casa, derrotado como político y en el umbral de una muerte segura.
Andrés Rivera aporta un lenguaje de movimiento tan propio, lleno de expresividad y sentido, que su texto establece un código en el que el lector navega, con placidez absoluta.
Bajo un título tan fuerte, tan existencial y doloroso, intrigante, es imposible no hacerse diversas preguntas. Por tal motivo, “La revolución es un sueño eterno”,  merece ser leída y releída. Merece la lectura recurrente, sin culpa, porque refleja parte de nuestra historia. Remite al pasado, pero podría también, ser un objeto futurista.
Cuando se intuye el borde del abismo, el círculo parece cerrarse y adentro, no hay casi nada. Solo las palabras que el autor elige para ofrecer verdad a un mundo casi imaginario.
Porque Andrés Rivera, entre un duelo verbal y un concierto de fragilidades, estudia lo lejano y lo próximo.
Al menos,  pareciera que él,  puede con el desafío.

Liliana Souza
ls.lilianasouza@gmail.com








La vez, que he visto el cielo caer.


En tu ojos, he visto mi alma llorar
Dejando huérfano un paraíso hundido
En un lodoso fango, libre de opresión.

Es clave creer, que una vez me deslumbré
con tu voz suave, antes de conocer tu piel
Pero hay veces, que soy débil en mi mente
y fantasmas desolados se apoderan de mi ser.

Recuerdos que son reliquias.
Y ventanas que mienten un poco
con lujurias, que eran un montón de nada.
No comprometan tu mente y tu alma.

Fuego criollo que despierta tu camposanto
no será mi voluntad quien pueda calmarlo.
Mientras sigo siendo el anfitrión del calvario
Tu caldera estará hirviendo entre papel picado.
(aunque quieras negarlo)

Pero cuando los pájaros se vuelen - allá a lo lejos-
Y el árbol al fin quede quieto…
Sabrás el verdadero valor del viento.

Victor Salinas
victorsalinasliterario8@gmail.com
Fb: Víctor Salinas
Ig: poeta.paranoico