Revista Viajero Nro. 144 - Septiembre de 2019



Actor

Adiestrado
en simular,
convirtió en triunfo
el arte de fracasar,
siendo tantos
como ninguno,
porque nadie fue,
al final.
En esa alucinación
dirigida,
habría de ocultar,
las mil formas del no soy
antes de acabar, consumido por el hastío
y horror,
de ser el yo de muchos,
sin tener un yo propio
al terminar.

Dojo







Luz radiante

Parado allí en el umbral.
¡Oh, maravilloso SER DE LUZ INFINITA!
Tú has sido mi CAMINO, mi VERDAD y mi VIDA.

Tu SANTO ESPÍRITU traigo, aquí, en mi corazón:
ÉL me ha perdonado,
ÉL me ha sanado,
ÉL me ha transformado,
ÉL me ha recreado,
y me ha guiado por este DIVINO CAMINO de VUELTA A CASA.

Parado allí en el umbral.
¡Oh, que EMOCIÓN TAN GRANDE!
¡Qué ALEGRÍA INMENSA inunda mi alma!

Sé que LA PAZ ES CONMIGO.

Y Tú me dices: “SOLO FALTA UN PASO".
Y mientras tu mano me extiendes,
yo mi mano, a la tuya UNO.

Siento...
¡Al ESPÍRITU SANTO VIBRANTE!
¡Al ESPÍRITU SANTO DANZANTE!
¡Al ESPÍRITU SANTO REBOSANTE EN MI CORAZÓN!

Y ahora, más y más cerca estoy.
Ya percibo el RESPLANDOR,
percibo ese SUBLIME AMANECER...
Al fin, ¡Veo TU ROSTRO!

¡TODOPODEROSA LUZ RADIANTE!


Erika Luz de Dios
erkabd2008@hotmail.com







Entre maderas

-Se encontró pensando, a fuerza de espacio contra espacio, incómodo, algo apretado.-
Lo silenció la furia un segundo donde miles de recuerdos en flash lo surcaron insatisfecho, nunca había tenido miedo del amor (siempre se consideró un gran tenorio), pero sí de su velocidad, su capacidad mondes.
Abrió los ojos y sintió una oscuridad magnánima de tierra umbría, distinta a la de la noche, no encontró ni un atisbo de destello, incluso el silencio era paz indescriptible.
Divagó sumido en su pensamiento, no logró entonces distinguir la falta de oxígeno, ni las tablas creosotadas, acolchadas y rectas que estiraban su columna casi maquinalmente, sus pies juntos, su olor a humedad, una suerte de troj que lo empuñaba.
Pasó de un sueño delicioso, breve, que le susurró tentación, media parte luces muertas blanquecinas, media parte tinieblas negras, a otro de castigo y penitencia.
Dulciamarga la garganta emuló el peor alquitrán, algo ascendía por su cuerpo alineado y subterráneo, un frío que giraba entre las tripas, rompía los huesos injertando el corazón  célula a célula  y deshojando las horas en su paso.
De pronto escuchó algo una pisada o dos, se alertó súbito, y al querer incorporarse de prepo golpeó fuertemente  su frente y cara contra la parte interna de la tapa del féretro, un ruido sordo pobló el rectángulo y enmudeció en una centésima de segundo.
Allí como raíz de prado, mirto enjambrado, desesperó forcejeando para  liberarse  y arqueándose  gritó a viva voz hasta el agotamiento, hasta cerrarlo.
Ya nada podía sacarlo de aquel confinamiento, pensó resignado (en lo que pareció días de lucha), de aquella última estación sin gloria y se sintió culpable, se odió a sí mismo, rió amargamente por haber desaprendido a vivir (lo perforó esa clarividencia absoluta).
A golpe de infortunio se sumió en un último sueño plegando ojos junto a los gusanos, allí fue cara y cruz, carne carcomida y caminó solo, cruzó fronteras, resplandores de viento, sin mirar atrás.
-Tan solo como había vivido, alzó vuelo.-

Luciano Calzada
lucianoquilmes@yahoo.com.ar







Te esperaré

Te esperaré
No abriendo mis ojos lo haré
¿Para qué?
Si con mis retinas ninguna parte tuya veré

Te esperaré
Y trataré de no más oír
Porque lo único que me importa es decirte que yo te amo
Y como respuesta, lograré, amedrentado, un silencio meridiano

Tratando de no tocar a nada ni a nadie
Te esperaré
Porque si lo hago, sé que me impurificaré

Mi olfato anularé
Porque si no huelo sino el olor lechoso de tu cuerpo
Temo que, con cualquier otro, me envenenaré

Te esperaré como quien espera la vida misma para poder ser
Anulándome como un todo lo haré
Y si me entero de que algún día ya no vuelves
Ya tampoco respiraré
El hacerlo ¿Para qué? ¿Para quién?

Javier Bueno
javierbueno274@yahoo.com.ar







Envidia

Despojados de todo pudor e inhibiciones viven el sueño ancestral de fundir pieles y sentimientos, mientras el crepúsculo marino se cuela por la ventana e inunda la habitación con ese perfume que mezcla sal, yodo, y humanidad en comunión placentera con el cosmos.
Caído el sol, se abre paso insolente entre las tinieblas, el dedo blanco, guía de los navegantes por seguras singladuras lejos de los escollos de la costa.
Es en ese instante cuando, cual si fuera un fantasmal destello de un Cupido curioso, recorre sus cuerpos el círculo de luz que expone a la luna, palmo a palmo, cada centímetro, ora un torso, tal vez el borde de una areola, o simplemente labios apretados preparando un suspiro más en la contienda.
Entonces la luna torna en rosado su plateado rostro y pudorosa se oculta tras una nube, espiando a los amantes, envidiosa de tener tan lejos el sol.

Juan A. Ruffinelli
ruffinelli3@gmail.com







Literato

Los ojos son el punto
en el donde se enlazan alma y cuerpo

Agota ser errante
volver a una parte,
desvanece fe
en cada viaje.

Espíritu inquieto
observador, intuitivo,
comprendió impulso
del corazón.

Idealismo sentimental.
Podrás soñar,
busca juventud del alma
pureza en cuerpo.
Permanecer vigente
donde pocos amanecen,
cualquier propósito
sin cuartel ni estrategia.

Rescataré al general
del sentir
viril y agobiado,
sensato pero enamorado.

Serguei Nahuel Nasgho
nahuelgomez@gmail.com
"Participación Destacada" en el Concurso 







El moro

Hijo de moro naciste
pero en tierra de Sevilla
creciste en un bodegón
roseado con manzanilla.

A la luna le pediste
que fuera tu compañera
de ronda con amigotes
por angostas callejuelas.

Y del juego fuiste el rey
con los naipes y los dados
y morenas que te daban
con placeres los cuidados.

A los toros no faltabas
y jugabas las pesetas
y así la vida pasabas
entre bebidas y apuestas.

Una noche muy oscura
sin la luna de testigo
salio a tu paso una daga
para cortarte el camino.

Se hizo leyenda tu andar
y entre coplas fue contada
la vida que a los morales
les pareció disipada.

Nunca sabrán quien salio
a cortar aquella noche
tu paso con gran sigilo
y sin hacerte reproches.
Al chaval de los corrales
le cargaron otra muerte.

¡Fui yo, la Carmen del Monte!
la que sellara tu suerte.
Me cobré por mil embustes
joven madre abandonada
y me fui de aquel lugar
Con una daga manchada.

Beatriz Di Nucci
dinuccibeatriz@gmail.com
R.P.I 202.418