Revista Viajero N° 7 - Septiembre 2005




El aljibe



Un aljibe seco, en una casaquinta alquilada en el verano...,
desde el primer día de las vacaciones, comencé a dar vueltas en tomo a la idea de sujetar una soga y bajar con una linterna hasta el fondo de ese mítico laberinto, recto y vertical que me seducía y rechazaba al mismo tiempo. No podía terminar mis vacaciones y dejar esa casa, tal vez para siempre, sin atreverme a explorarlo. No podría escribir una sola línea de mi tan esperada novela en esa casa de las afueras de Dolores sin haber llegado a concretar esa acuciante fantasía.
Una noche de plenilunio me levanté súbitamente de la cama, como despertado por un llamado del aljibe. Busqué mi linterna y, vestido apropiadamente, mientras mi mujer dormía, me encaminé hacia el punto exacto de la cita.
El descenso se hizo lento y prontamente la luz de la luna dejó lugar al más oscuro de los silencios. Luego de un tiempo prudente, dudé en seguir o volver pero me fue imposible ascender un solo centímetro, pensé que estaba cansado y que el final no estaba lejos. Así fue como pisé tierra firme casi inmediatamente. Pensé en descan­sar para volver a subir, pero antes saqué la linterna de mi cintura e iluminé el lugar. Un esqueleto humano se conservaba dignamente sentado en el suelo con la espal­da sobre la pared en posición de estar descansando, a su lado una pila de hojas manuscritas envueltas en un nylon. Intenté volver a subir y me resultó imposible, me senté para descansar y me dediqué a leer ávidamente esos manuscritos de 33 hojas. Contenían el comienzo fabuloso de una novela inconclusa.
Supe desde ese momento que me sería imposible volver a la superficie y que sería el único lector de esa escritura que me tenía como protagonista. Me acomodé para relajarme, envolví cuidadosamente el manuscrito y me entregué mansamente a un sueño inevitable, abrazado al autor de mi final.

Andaluz













Volver


De repente volvemos,
caemos desde el ocaso
como cayendo hacia lados que no existen
e imaginado suelos que desaparecen,
la superficie blanda absorbe distancias exageradas
que se clavan, no dejan espacios para sentir,
en ese laberinto de circunstancias.

Y en la vida hay momentos que olvidamos,
los dejamos detrás de eternas paredes espejadas
que solo reflejan parte del presente
y por las grietas es por donde padecen y salen a luz
las diferencias de interpretación,
cuando el sol no sale, fa luna tampoco,
y tú tampoco sales de ti mismo.

Un día de bajas temperaturas
una especie de apertura lineal expulsa
años que sin ser tiempo perdido
lo llamamos pasado y no lo queremos,
pero el pasado es la persona que da forma al presente,
y el desnudo es tan artístico como los sueños,
no hay nada más sentimental que las sensaciones,
y nada más represivo que el descuido,
y en su falla el olvido.

Las historias que contamos parciales inevitables,
acontecen dentro de una espina que se ata a lo que queremos,
y cuando hablamos hiere profundo el instinto de no entender,
y cuando callamos también hiere pero ya sin fuego ...

Apenas escondido el misterio de lo que somos,
lo que fuimos o aquel que realmente podríamos ser,
se encuentra el desarrollo de una vida que se asombra
pero tiene solución,
el alma sufre si es que no la sacamos a pasear,
la mente protesta y sus señales asesinan
por el encogimiento de las partículas del sol,
no hay vergüenza en la libertad,
no hay destellos de alta tensión en algo que se abre
y ya no contiene esa espesura permanente.

Termino siempre por el mismo sendero invisible,
que lo rompemos cuando damos un salto
en el sentido transversal,
porque lo continuo se encierra en sí mismo,
y el silencio es el cambio de ritmo,
cuando vemos al objeto desde el ángulo de la sombra,
aquella que se encontraba oculta, inmersa en la irrealidad,
de ser como podemos y no damos una oportunidad ...














El arte del detalle


La luna de un negro violáceo
y el cielo muy blanco.

La aurora venidera dorará su vello.

Ella pinta los bordes de bordó,
delinea la inmensidad
y sus cabellos son como labios rizados.

Ella desmenuza dulcemente
el esqueleto de la copa.

Una ventana
la muestra ansiosa detrás de lo profundo,
recogiendo tulipanes y detalles
que yo olvidé mientras la miraba.

Gastón














El sueño



Me levanté esa mañana, cansado y con muchas ganas de seguir durmiendo. La cabeza parecía que me iba a estallar los whiskys me habían caído bastante mal, pero más que nada me sentía extraño, seguía dando vueltas en mi mente el acontecimiento vivido la noche anterior.
La reunión había sido en la casa del importador de automóviles, a ella concurrían, como en tantas noches, lo más granado del pueblo. Se juntaban personajes de distintas generacio­nes, que se unían con deseos de pasar muy buenos momen­tos. Todo se transformaba en conversaciones banales e intras­cendentes, siempre consumiendo abundante comida y bebi­das alcohólicas a discreción. Estaban allí, por nombrar algu­nos, el ingeniero experto en redes de gas y la señora dueña de casa, en grata conversación, pero con intenciones lujuriosas. El anfitrión, con la señora del dueño del aserradero, departía amablemente, siempre cuidando las apariencias, por si alguien se daba cuenta de la aventura amorosa que estaban manteniendo. La joven hija del representante de cigarrillos, sacaba a relucir todos sus encantos femeninos para conquis­tar los favores de un abogado amigo de su padre, un hom­bre mucho mayor que ella, pero muy atractivo y desprejuiciado. Los otros matrimonios, junto a sus hijos e hijas mayores, y no tanto, jugaban a las cartas. Por supuesto, se hacían toda clase de trampas, con habilidades propias de tahúres profe­sionales, y entre copa y copa, bocado y bocado, criticaban y se reían de la mojigatería u honestidad de los demás habitan­tes del pueblo. Todo era, a mi entender, de una hipocresía sin límites. Un ensayo de lucha, entre sus bajos instintos contra las malas intenciones, disimulando permanentemente sus propias conductas y dejando traslucir la infelicidad que los envolvía.
En un momento, sentí como una explosión, y luego un rayo iluminaba el ámbito. Miré a mí alrededor y observé que todos se miraban con tranquilidad, como si una aureola de paz los poseyera, comenzaban a confesarse, sin ninguna vergüenza, toda clase de infidelidades conyugales, comerciales y mil atrocidades más. Se comentaban sus propios pecados cometidos, o por cometer, con personas presentes y ausentes. El ámbito se había convertido en un gran con­fesionario. Parecía que se sentían felices, porque les complacía sincerar sus mise­rias y vergüenzas, y la felicidad era completa porque no sentían culpa, y sin culpa, no hay castigo posible. Aquel fenómeno los había convertido, temporariamente, en personas menos egoístas, menos ventajeras, y con principios de solidaridad capa­ces de pensar en el prójimo, sin querer sacarles alguna ventaja. Prometían ayudar a los demás, sin esperar compensación alguna y ponían a disposición de los más desvalidos, sus bienes, que si bien, habían sido conseguidos con argumentos inmo­rales, los ennoblecía el acto en sí mismo y sentían la satisfacción del deber cumpli­do. En una palabra, se habían convertido en seres caritativos y únicos.
Pero de repente, como si nada hubiera sucedido, todo volvió a ser como al princi­pio, nadie parecía haberse dado cuenta de nada, nadie hacía comentario alguno sobre lo acontecido. Entonces volvieron a mentirse, a estafarse, a hablar mal de los demás y a pensar solamente en sus mezquinos intereses personales. Sus risotadas me resonaban, como surgidas de un enorme campanario, que a toda orquesta, hací­an que mi cabeza diera vueltas y vueltas, sin parar. Entonces, aturdido y malhumo­rado, me puse de pie, me enfundé el abrigo y caminé hacia la puerta de entrada. No entendía nada, se habían olvidado de mi presencia, por tanto, tenía la horrible sen­sación de haberme convertido en el hombre invisible. Me di vuelta, los miré a todos, sonreí por no llorar, y dando un portazo me alejé del lugar.
En el camino a mi casa, sentí que una gran angustia me envolvía, pero la soledad de la noche me devolvió la esperanza de ver, en un futuro aún lejano, que el sueño del rayo se hiciera realidad, y cambiara definitivamente los hábitos de la humani­dad.

Mario Cano













Otoñal

                                                                        a Roxana Contreras
Cae la tarde enredándose en la llanura,
el rumor de un ave parece deslizar
el tiempo al reposo de un gato infinito,
tus ojos de mañana y de futuro todavía es ese sueño.

Beso tus labios a una sola luz desnuda del otoño
que está tendido en mi memoria;
te contemplo con la última hoja de un árbol que no cae,
trasciendo más allá de toda historia.

Te revelo que estás nuevamente hermosa
y dibujas muecas como sorprendida.

El Sur se esconde en el crepúsculo nocturno,
el cielo desata una lluvia perdida de marzo;
aún queda la hoja del árbol en el aire.
Sobre tu hombro abrazo el tiempo de la noche,
el insomnio, los vómitos del tango, tu sexo y tus senos,
desnudo y hecho pedazos.

Cristian  Navarro













Una lágrima


Tarde ya muy tarde, bajo un cielo alúnido, pero rebosante de millones de estrellas que se apiñaban y dispersaban frente a un inmenso paño azabache, la silueta desdibujada de un pueblito mostraba su endeble fachada. Revelándose con los destellos provenientes de las colinas, que esa noche, parecían más cercanas que nunca.
Las casitas del poblado agonizante entre los árboles que adoptaban grotescas e intimidantes formas, se pintaban con cada fulgor. Para volver a vestir el matiz del miedo tan pronto se extinguía el brillo, el color de una noche sin luna. Cuando la muerte negra se viste de negro para acercarse sin ser vista, llegando por la espalda justo hasta donde alcanza su guadaña.
Fueron pocos los que quisieron quedarse, y apenas dormían, viviendo los inquietantes sueños de un alterado descanso.
Una solitaria luz se percibía desde lo lejos en la compacta figura del pueblo. Era la ventana imprudentemente abierta de un balcón, y en ella, dos siluetas se recortaban delante de la macilente claridad de un candil.
- ¡Te lo advertí Sansón, pero como siempre, te salís con la tuya!, y si papá nos pesca, seré yo la que tenga que soportar el sermón -
Como respuesta: solo un leve gemido, grandes orejas que trataban de aplanarse en una enorme cabeza, y dos ojos culpables mirando de soslayo a la pequeña.
- ¡Oh!, ¿lo viste?... ¡mirá!, otra vez ¡ahí! - la niña rodeó con el brazo a su amigo, y los repentinos fulgores lejanos iluminaron por momentos su asombrado y pecoso rostro - papá  dice que están cerca, y dentro de poco nosotros también vamos a tener que irnos. Hoy es un día triste, Sansón, no sé si volveremos. Lo escuche hablar con el abuelo y mamá mientras yo dormía... bueno, vos ya sabés... Es una guerra de verdad, no como cuando jugamos en el campo, ahí hay gente grande, y ellos no tienen armas de mentira, ¡qué lindo sería que nos escucharan para que les explicáramos cómo hacemos nosotros! ¿no?. ¿Sabes, Sansón?, a veces se matan por un poco de tierra. ¿Y para que lo querrán?. El abuelo dice que para amontonar los escombros y cavar sus tumbas, y papá opina que la provocó no sé qué país para venderle armas a los que pelean. Se gasta mucho dinero en una buena guerra, mil veces más de lo que debe haber gastado el padre de Manuel con la enfermedad de su hermanito... y no le alcanzó, ¿te acordás?... - preguntó la niña frunciendo el ceño, aun sabiendo que Sansón no recordaba - pero no quieren hablar conmigo. Dicen que no correspondería, ¿y vos creés que se esfuerzan por explicarme? -
Sansón comenzó a animarse meneando la cola.
- Pues no! - exclamó la pequeña, y el can volvió a su letárgico estado - ponen cara de caramelo y después tartamudean y se taran, dicen que las cosas empiezan y se van complicando hasta que después nadie sabe por qué pelean, que se transforma en una cuestión de “honor nacional”, y no sé que montón de cosas más. ¿Sabés qué pienso?, creo que no se atreven a decir lo que en realidad sienten, creo que no quieren darme la razón porque los haría ser como niños, y ya son grandes... - la niña miró sus manos y tal vez las noto infantiles - cuando yo sea grande no voy a ser como ellos... pero por las dudas, recordádmelo siempre, ¿si, Sansón? - su amigo siempre le contestaba, y se acomodó para ladrar cuando una regordeta mano trabó su hocico - ¡ay, Sunsy!, ¿cuándo vas a usar todo el aserrín que hay en tu cabezota? -
Al instante, el rostro de la niña se volvió hacia el horizonte. A lo lejos la batalla llegaba a su momento más feroz, y como una amenazante tormenta de verano, inmensas nubes de humo y polvo espejaban flamas de avérnicas cuevas.
- ¡Pobres soldaditos!. Sí, ya sé, son hombres grandes, pero creo que deberían ir sus madres y traerlos de una oreja como a nosotros. Lo que pasa es que a veces las personas hacen las cosas en el momento en que no es preciso, y después, no hacen nada. ¿Irían si pudieran? - la niña miró por un instante a su fiel compañero - no me dejes ser tan cruel, ellas deben estar muy tristes, llorando y rezando... pidiendo... ¿y Dios, Sansón?, ¿qué opinará de todo ésto?. El padre Javier dijo el domingo que su... ¿ira?... sí, que su ira debe ser infinita. Está equivocado, Él no puede estar enojado, debe estar muy triste... pobre Dios... pobres soldaditos. Pero, ¿por qué no hace algo?... el padre dice que somos sus hijos... vos también, por supuesto... - aclaró mientras acariciaba a Sansón entre las orejas, luego volvió a fruncir el ceño y continuó - ...y claro, es probable que los hombres no sean tan grandes como parecen. Quizá para ellos, pero para el bueno de Dios... -
y una lágrima rodó por la mejilla de la niña, acomodó entre sus manitos las toscas patas de Sansón y rezaron en silencio, con la mirada fija en un hermoso cielo azabache. Alúnido, pero colmado por una miríada de estrellas.
Y en lo alto, muy muy alto, una amarga sonrisa si dibujó.
Y una lágrima rodó por una mejilla.
Y quiso el azar que se dirigiera hacia la Tierra.
Y dio el destino que una estrella fugaz se precipitara en el campo de batalla.
Nadie allí tuvo tiempo de advertirla.
Pero por esa noche... el fragor cesó.

Daniel Gonzalez
mailadaniel@yahoo.com.ar














Pesadilla

En resumidas cuentas,
solo nos va quedando
el mañana.
¿Cuál mañana? El que imagina
milagros soleados, filtrando rayos
de sol esperanzado,
o el que vislumbro al borde de una realidad
que me tortura.
Preocupación asomada a oscuro vacío,
sin contención de red para el futuro.
Un futuro de envejecidos cartoneros,
inmigrantes a un mundo de desechos.
Caballo de madera, desfilando modelos
de pobreza, calesita antigua
girando en decadencia.
Luz que me abruma en la brumosa niñez
del desamparo, cabezas canas
pintadas sin sueños, desesperada búsqueda
del ayer perdido.
Humanidad embozada, tras el ansiado pan
que se niega,
inercia detenida en el cansancio,
que al fracaso sin razón,
hoy los condena.
Marcha del hombre encapuchado,
en un submundo de dolor globalizado.
Desamparo en el rescoldo de una fragua
silenciada, impotencia, angustia y rabia,
de callosas manos aquietadas.
Miseria, lluvia de cenizas nublan el horizonte,
retazos de cielo en la ventana, simiente ilusionada
de un destino mejor, el de mañana.

José Casquero Galone













Discusiones


Me desperté para ir al baño de madrugada. Suelo hacerlo; creo que ya no es que tenga tantas ganas (en algunos casos sí), sino, mera costumbre.
Traté de llegar al pasillo que da al baño, pero fue inútil, alguien me había jugado una broma. Al primer paso, me choque con una pared, que juro, jamás estuvo allí. Probé traspasarla: seguramente, esa pared era producto del sueño. Después de tropezar con ese maldito banco, levantarme un poco dolorido del piso y darme unos golpes en las paredes del pasillo, por fin pude llegar al baño.

Hace unos meses me habían regalado un pequeño chihuahua, como es ínfimo, no alcanzan a despertarme sus graciosos intentos de ladridos resfriados; pero sí, su lengua mojando toda mi cara y, a veces, un liquido que me calienta los pies. Cuando necesito dormir hasta el mediodía, pongo un banquito que cubre la entrada al cuarto.
Verónica, no entiende que yo me levanto para ir a trabajar y encuentro la inmundicia de Tomy por toda la casa. Encima de que ella no se quiere levantar, porque viene muy tarde del trabajo, tengo que desayunar solo y con un olor viciado, que precisamente no es de flores. Ella dice que más tarde lo junta, que yo podría ayudar un poco y que está cansada de mis reproches. Yo le digo que gano más que ella, que ya sé que llega muy tarde y que seguramente a consecuencia de que tiene un amante. Así discutimos seguido (demasiado, para mi gusto), hasta que un día me canso y le digo que así no podemos estar más. Pienso que va a entrar en razones, pero no. Se va de casa y a causa de la pelea queda un agujero en la puerta. La saco pensando que la voy a cambiar... y me voy a desayunar, sin dejar de atender mis necesidades fisiológicas.

Cuando volví del baño, ella estaba en la cama durmiendo placidamente. Ni bien me acosté, me rodeó con un abrazo reconfortante. Decidí no pelear por lo del perro en la mañana.

Jonatan