Revista Viajero N° 45 - Junio de 2010




Oda a la nostalgia de Andreí


Muy a menudo nos mata la insoslayable necesidad de ver lo que uno no va a encontrar. Es que la nostalgia es como el arte, intraducible. Se dice que el que viaja fortalece el corazón, pero yo creo que quien vive viajando en realidad se encuentra huyendo de algo, de algo que va con el viajante y no justamente en sus valijas. ¿A qué le temes?, es la pregunta; A mí, acaso la respuesta. En realidad le tememos a dos cosas, a aquello que no conocemos o a aquello que no podemos controlar. He ahí las dos grandes corrientes dialécticas del temor humano, pero existe algo que sobrepasa ambas, tal vez por rigor de integrarlas, y no hablo de la dulce señora que nos corteja en este idilio que es la vida, sino de algo, probablemente mayor, que es el destino.
Si la lluvia nos salvara de este apócrifo estancamiento de quiméricos dialectos de un atemporal pretérito. Mi fidelidad se encuentra intacta como aquel poema que no leí y aquel niño que no nació. Es claro que en la infancia somos adictos a la vida, la consumimos a más no poder, y saboreamos cada instante como si fuera el último, pero con la frescura de una sabor flamantemente revelado. Cuando incendie estas hojas, de alegre luto carnal, me consumiré en la angustia de una calle vacía, de un carnaval sin guarida y de una vela prendida, y no hablo de falta de amor, o peor aun de ausencia del mismo, sino de sumisión a éste. Hablo de tiempos ganados y perdidos en este laberinto de galerías dilatadas, hablo de la bella arrogancia de un espíritu cisterciense.
La vida es tan simple que no logramos comprenderla, en nuestro racionalista intento de sensato entendimiento. Y, al igual que a mis hojas, serán los girones de fuego los que me inunden comiendo y purificando este impío cuerpo ante la absorta mirada de mis coterráneos, súbitos espectadores, que me verán cruzar las secas aguas de pie, defendiendo inútilmente  la llama de los avatares de las corrientes de aire, en esta filantrópica tarea. Y cuando finalmente llegue a destino y haya regresado a mi hogar, mi padre me estará esperando tan flaco y barbudo como se conserva en mi equivoca memoria. Es en dicho preciso momento, cuando mi lealtad hará de mi casa y el templo una misma cosa, uno reflejo del otro, y la lluvia bañara nuestros cuerpos con la sutileza de una foto blanco y negro en la que se representan nuestras madres a su vez hechas todas y una.

Emanuel Cañoto














Tía Emilia


Traía los cabellos recogidos ya que eran muy largos y canosos, las gordas trenzas parecían víboras enroscadas en sedoso espiral. Nunca hablaba más de lo necesario, al contrario era retraída casi misteriosa. Cuando la tía me miraba fijo debía desviar la mirada, la misma era penetrante y hasta maliciosa. 
De noche ella se encerraba en su cuarto y nos prohibía la entrada, aducía que entes malignos se apoderaban de la habitación. Eso bastaba para mantenernos alejados, y también dificultaba nuestro sueño. Una noche me atreví a posar mi oído en su puerta, se la escuchaba susurrar palabras ininteligibles, y en un momento dado un frío me atravesó el cuerpo como cuchillo a la mantequilla saliendo el mismo por mi pecho y entrando a la habitación, los susurros cesaron y yo salí corriendo hacia mi cuarto.
Al otro día mientras desayunábamos Emilia me miró suspicazmente y yo entendí que se había dado cuenta sobre mi intromisión nocturna, ella no dijo nada pero de alguna forma entendí que su mirada era como una fugaz amenaza; no intenté ninguna otra artimaña por miedo.
Antes de levantar las tazas de la mesa nos dijo:
-Mañana es “Noche de Brujas” y vamos a divertirnos mucho.
Los cuatro nos miramos.
-Mañana vendrán unas amigas mías y la pasaremos muy bien, ustedes deben idearse un disfraz. 
Entonces le pregunté
-¿Tía vos también usarás disfraz?
-Claro que sí, yo seré una de las cuatro brujas.
No nos causó ninguna gracia, al contrario, el miedo comenzó a crecer y definitivamente no quería conocer a las amigas de la tía ni festejar la noche de brujas.
Mi disfraz era de diablillo, el de mi primo Hernán de Drácula, mi prima Noe de Muerta, y Nico de Frankestein. 
Comenzamos a recorrer las casas del barrio recolectando muchos dulces, ya había olvidado a mi tía y sus amigas, cuando volvimos con los bolsillos repletos y al entrar a la casa, notamos que las luces estaban apagadas y sólo una vela iluminaba apenas el comedor, mi tía estaba sentada en la mesa, al acercarnos nos dijo:
-Que bien que regresaron, ahora conocerán a mis amigas.
La vela se apagó bruscamente, mientras mi tía reía a carcajadas, al cabo de unos segundos se sumó otra risa y otra más, no podía ver nada sólo me tiré debajo de la mesa, donde ya estaban mis primos espantados.
Habrían pasado otros tantos segundos cuando cesaron de reír y la luz volvía. No pude ver los zapatos de mi tía, al parecer estábamos solos en la sala, nos incorporamos y buscamos por todos lados a Emilia sin encontrarla nunca jamás















Soledad


Quisiera poder morirme con todas las muertes juntas
si así con todas esas muertes lograra comprar tu vida.
Quisiera poder quedarme entre todo ese silencio
de misterios que descansan 
e introducirme en tu lecho
y calentar tus entrañas.
Quisiera, como quisiera 
que estés conmigo de nuevo 
en la vida, en la muerte, 
en el cielo, en el infierno, en la tierra de los que aman
con salvaje egolatrismo o en el mundo mudo y frío
de los que callan su olvido.
Quisiera que mi alma enferma sedienta de tus recuerdos
en sombra se convirtiera 
y así andar por los caminos pegada siempre a tu cuerpo 
quisiera, como quisiera!, 
más ya no puedo ni eso.
La fila larga infinita de todos los que existieron
están contigo, en tu encierro, 
en tu misterio insondable,
en tu viaje sin regreso,
en tu adiós sin un reencuentro
y yo sola mendigando que me mires un momento,
que mitigues mis lamentos, que no te vayas tan lejos
porque estoy sola, muy sola con mi carga de recuerdos.
Quisiera, como quisiera 
que estés conmigo de nuevo
quisiera, como quisiera 
más ya no puedo ni eso.

Mari Bacot














primero pensar en el muro |
hasta que al muro le crezca una ventana 

después pensar en la ventana |
hasta que los vidrios estallen

finalmente | de cara al vacío
pensar otras razones:
la seducción del abismo
el deseo de ser pájaro

Miguel Angel Morelli















A veces no sabés cómo el deseo que cosechaste 
durante tanto tiempo, se haya gastado así; es que el 
tiempo a erosionado sobre él, prevaleciendo con su
desgaste y dando lugar a que otras locuras 
florecieran sobre la ruina del amor que a nuestro 
lado anduvo, en el sendero donde ambos marcaron 
el camino.
A veces quisiera aflorar en mi imaginación los recuerdos de 
tantos pasos perdidos y no me deja retrotraer ni un instante 
de ellos.
A veces oteo mi mirada hacia el poniente en el ocaso de 
alguna tarde y no comprendo el por qué, de ese final diario 
donde febo nos cobija y lumbre nos da.
Es que a veces nuestras vidas en su transcurso ocultan a su 
paso todas las miserias que ofrece diariamente el placer que 
deleita y halaga hasta transformarnos en prisionero de él, 
cuan sabio sería si pudiera haber evitado lo inevitable.

Luis 528