Revista Viajero Nro. 142 - Julio de 2019





Sueño de amor

“Viene en un caballo blanco, la caja en sus manos tiembla
y cuando se hunde en la noche, es una dalia negra”
La pomeña - Manuel J. Castilla

   

En noches estrelladas cabalga un caballo blanco 
llevando sobre su lomo
a su amada doncella.
Su blancura brilla en el firmamento,
tras de sí esparce dalias morenas,
cubriendo el universo.
Celosas las estrellas riegan
con sus lágrimas las dalias.

Viene en un caballo blanco,
devuelve a la doncella
a su morada.
La caja en sus manos tiembla
y cuando se hunde en la noche
es una dalia morena.
La doncella se hunde
nuevamente en su sueño.

La luna colgada en la rama de un sauce,
acuna su sueño.
El silencio quebró la noche
tras el galope del caballo blanco.
El viento ondulante, indómito
se enrolla en el sendero
sangrando por el amor de su doncella,
Cobijándose bajo la sombra del sauce llorón.

Marta María Nastaly
nastalymartamaria@hotmail.com









Pasión cósmica

Siento hacia usted una atracción de cierta gravedad
cual planetas que dialogan en la inmensidad
nuestras órbitas se aproximan en el espacio sideral
con usted, siento que existo de verdad.

No soy más una triste teoría, una hipótesis
una función aleatoria, una discontinuidad
ni resultado indirecto de un accidente universal
soy fuego de su pasión, su destino, su portal.

No resisto los encantos de su alquimia visceral
ni las estrellas lanzadas por su mirada fugaz
en su tiempo espacio no existe la relatividad
me reencuentro con la fe, saboreo la eternidad.

Y porque reconozco a la vida su fragilidad
ruego que Dios sepa cuidar su fina sensibilidad
y no se evapore nunca del éter su perfume
ni el insondable vacío acalle su místico cantar.

Luego, cuando solo seamos disperso polvo estelar
cuando nos barra el viento, el tiempo, la adversidad
y nadie recuerde el sesgo de su personalidad
la cálida esencia de su ser, su voz, su mirar.

Estas palabras alentando a su espíritu en soledad
en las letras doradas de unos versos han de volar
habiéndose transmutando en oda subliminal
que atravesará los campos, los desiertos, el mar.

Martín Rambaldo
martin.au@hotmail.com









El reloj

Estaba en el living de la antigua casa, era un reloj de péndulo, éste se movía acompasadamente y su tic-tac se escuchaba constantemente. Cada hora daba las campanadas y así Claudia sabía que hora era. La casa era muy solitaria, se encontraba en el medio de una campiña inglesa, Claudia, su única habitante, vivía sola, su única compañía era Sultan, un perro lazarillo que la guiaba, era ciega.
Un día como tantos Claudia dormía, el reloj marcó las 8 de la mañana. Se levantó, se vistió, tomó su desayuno y llamó a Sultan -¡Vamos, Sultán! es la hora de nuestro paseo- Sultán que era muy obediente se puso a su lado y salieron.
El clima era agradable, el sol se hacía notar con su calor -¡Qué lindo día! - dijo Claudia-, ¡caminemos un poco! Mientras caminaban se encontraron con Pablo, el vecino más cercano -Hola Claudia, hola Sultán! - saludó.- Hola Pablo, ¡hermoso día!- contestó Claudia. - Nos vamos a pasear un rato, si necesitas algo avisame - dijo Pablo y siguió su camino.
Después de una hora regresaron. Claudia calculó el tiempo y esperaba las campanadas, pasó el tiempo, comenzó a anochecer y no sonaban. ¿Qué pasará? ¿Por qué no suenan? -se preguntó- ¿Le faltará cuerda? ¿Se habrá descompuesto? Desesperada, mandó a Sultan a buscar a Pablo, el reloj marcaba su vida.
Enseguida llegó Pablo con Sultán -¿Qué pasa Claudia? - preguntó -. No sé, no escucho las campanadas - respondió Claudia -. Bueno, tranquilizate, voy a ver que pasa. Pablo revisó el reloj, controló la cuerda, lo limpió y nada, no funcionaba, hasta el péndulo estaba quieto. ¡Qué misterio! Exclamó.
El tiempo pasaba, se hizo de noche completamente, el reloj seguía parado, encima no tenían luz, Claudia no la necesitaba, vivía en una permanente oscuridad y se manejaba perfectamente con la ayuda de Sultán y del reloj que marcaba sus horas. Estaba desesperada, sin él no distinguía el día de la noche.
Pablo empezó a caminar, tropezaba con todo, no estaba acostumbrado a caminar en la oscuridad, de pronto... algo se cayó. - Qué pasó - preguntó Claudia asustada. - No sé , no veo nada - contestó Pablo. - ¡Claro! no estás acostumbrado - dijo Claudia, quedate quieto. Comenzó a caminar, no sabía que buscaba y de pronto tropezó con algo que no conocía cuando llegó junto al reloj. ¡Acá hay algo!, gritó. Pablo se acercó tropezando con todo otra vez y se agachó, en el piso había una pequeña caja, como pudo prendió una vela que por casualidad tenía en su bolso y por supuesto no lo sabía. ¡Es una caja!, gritó. -¡Abrila! - dijo Claudia. Cuando abrió la caja comenzó a sonar una música encantadora. Pablo no la conocía. Claudia empezó a llorar. - ¿Por qué lloras?, le preguntó. - Esa es mi música, es una canción que escuchaba en mi niñez - contestó. Y cómo llegó acá, replicó Pablo, esperá, hay una carta, ¿te la leo? - ¡Si por favor! Querida hija, comenzó a leer Pablo, te dejo tu cajita de música, el día que la encuentres todo va a cambiar. ¿Qué es lo qué va a cambiar? se preguntó Claudia, mi vida es siempre igual con esta ceguera. - Tranquila, tranquila -dijo Pablo, viendo que se estaba poniendo muy nerviosa.
De pronto una fuerza se apoderó de ella, y comenzó a correr por todos lados, Sultán ladraba, Pablo trataba de pararla hasta que sucedió, tropezó con una mesa que se había corrido, cayó al suelo y se golpeó fuertemente la cabeza, Pablo corrió hacia ella. Claudia abrió lo ojos y le dijo: - Pablo, ¡Qué lindo sos!, veo, ¡veo otra vez! Pablo y Sultán la abrazaron y desde ese momento sus vidas cambiaron por completo y todo gracias a ese reloj que dejó de funcionar.

Cristina Quarella
cristinaquarella@hotmail.com.ar









¡Hola pá!

Hoy es domingo. El peor día de la semana. ¿Sabés por qué?
Porque al bioritmo no le enseñaron que el domingo no es un día más, y me despierto a las siete de la mañana, como si fuera laborable. Entonces tengo mucho tiempo para pensar.
A la mañana bien temprano empecé a recordar la casa de la calle Azul. Por cierto que mi niñez fue muy feliz, con vos, mamá, los abuelos, el tío, el colegio, las compañeras.
Y con todos esos pensamientos girando en mi cabeza comprendí, recién ahora que la vida me va dejando poco margen, que todo lo que hoy soy, te lo debo.
Recuerdo que cuando tenía apenas cuatro, yo era una nena que pasaba los inviernos sin salir de casa, de bronquitis en bronquitis. No había tele; la radio se escuchaba solo a la noche; tampoco había hermanos con los que pelear y las amigas venían a jugar un rato nada más.
Un día apareciste con una mesita y una sillita para mi altura, con tallas en los costados, patas torneadas y cajoncito al frente con divisiones para los lápices, la goma y los papeles. Las habías hecho en la escuela industrial donde eras profesor. Ese, fue uno de los días más felices porque tenía algo que habías hecho exclusivamente para mí. 
Cuando llegabas a las noches, revisaba apurada tu portafolios y siempre encontraba alguna de mis revistas favoritas: Billiken, Mundo infantil, Pato Donald…
Y así empecé. 
Con vos aprendí a leer y escribir y como también me comprabas papeles y lápices, aprendí a dibujar.
Por eso, cuando me preguntan cuando empecé a pintar, yo siempre digo: crecí con el lápiz en la mano, es una parte de mí.
Vos me compraste Misia Pepa, El Mono relojero, la colección Robin Hood…
Desde esa época, mi pasión por el dibujo, la pintura, la lectura…
Vos me diste lo que yo necesitaba en el momento justo.
Soy lo que soy por vos, Pá.  
Pero nada de todo esto te lo pude agradecer. Al contrario, tuvimos muchas desavenencias a lo largo de mi juventud.
Pero siempre estuve preocupada por vos. Especialmente cuando entré en la facultad y comprendí que fumabas demasiado.
Cuando te internaron con el infarto, ¡Cómo corrimos con mi marido para llegar rápido al sanatorio! Ya vivíamos en Quilmes y el Roca parecía una carreta; no llegábamos nunca…
Eran otras épocas y lo que hoy se hubiese solucionado fácilmente, no tuvo arreglo.
¡¡¡Cómo me enojé!!!!! Me enojé con los médicos, con la vida, con Dios…
Necesité años para darme cuenta que ese Dios con el que estaba tan enojada, había elegido lo mejor para vos, porque te fuiste en un instante y sin sufrimiento. 
Me faltó tiempo para arreglar nuestras cosas, como creo que le pasa a la mayoría de los hijos.
Sin embargo, desde aquél día charlamos mucho, vos allá y yo acá.
Lloré mucho tu ausencia, y aún hoy extraño tus palabras siempre medidas, acertadas, pocas, pero justas.
Fuiste sin que yo lo supiera, la imagen de mi hombre ideal; por eso en el momento de elegir al compañero de mi vida, ¡opté por alguien tan parecido a vos! ¡Con las mismas cualidades y hasta con los mismos defectos!
Y hoy también siento su ausencia.
Seguramente deben estar los dos allá arriba, charlando y esperándome.

Susana Stazzone
susariv@gmail.com









Puro Amor

En la palma de mi mano
y parte del antebrazo,
cupiste cuando te conocí;
disfruté tus fiebres, tus dolores;
te vi rodillear por toda la casa
porque no quisiste gatear.

Detengo la imagen y te veo.
Escuché tu primer palabra
y con tu mochilita te vi partir,
durmiendo en mis piernas
al regreso del jardín.

Detengo la imagen y te veo,
con tus pocas ganas en el horario escolar,
eligiendo tus prendas de vestir
y te expresas con claridad.
Juegas con amigos invisibles
y ahí eres una super mamá.

Detengo la imagen y te veo.
La nostalgia me superó, no crezcas más.
Obediente y sincera, tu alma no tiene maldad.
El amor es tan grande, no me puedo concentrar.
Cómo endulzas mis mañanas,
con abrazos y besos. Mi princesa Pilar.

Héctor D. Carpio
hectordca61@hotmail.com.ar