Revista Viajero Nro. 16 - Mayo 2007



Adolescentes


Debiera sentirme relajado supongo,
pero abatido suena mejor;
en realidad no,
pero así estoy hoy.

Debiera sentirme seguro quizás,
sin motivo aparente,
pero fehaciente me suena mejor;
no sin razón, no.

Debiera verme cuando me veo,
pero en realidad no soy.
Una persona traicionada por su sombra
es lo que soy.

Debiera mirar hacia el frente,
pero humano, verás, es lo que soy.
Me quema mi pasado instantáneo,
que sin mirar, observo.

Debiera ser muchas cosas
más de las que soy;
debiera ser alguna cosa primero
más no la puedo hallar,
la existencia de mi vida,
sin divulgar está.

No sin motivo,
seguro que no,
pero acaso,
¿quién lo dirá?

No la oiré jamás
si mi centro no logro hallar
en esta intrincada etapa
que solo puedo recordar.

Destino ventajoso
pero no tan piadoso,
no te reveles, no;
más déjame ver
lo que debo hacer
para finalmente ser.

Gonzalo M. Romano














Presagio


Caminaba con calma por la calle desierta. El frío era agudo. Unos pocos bares se encontraban abiertos y en su interior se podía ver a los hombres perdidos en la bebida. Me había sentido demasiado abrumada al comprobar que pasaría la noche de fin de año en soledad, por lo que había decidido abandonar mi humilde hogar para salir a vagar por esas calles sin dueño. Creí que, al menos, serviría para despejar mi mente de los problemas económicos que me acosaban en ese entonces.
Sin embargo, fue inútil. Pensé que las familias disfrutaban de ostentosas cenas mientras yo me “deleitaba” observando a los pobres hombres, y hasta incluso perros, que revolvían la basura intentando hallar algo de comida para saciar su apetito.
Los estrechos caminos se encontraban iluminados únicamente por las luces procedentes de las casas o bares; el resto, oscuridad. Ni siquiera los focos de alumbrado público podían esclarecer aquel ambiente tan sombrío. De pronto, toda la situación me infundió miedo.
Al observar con detenimiento la precaria luz proveniente de la ventana de un pequeño edificio, recordé las horrorosas circunstancias de las que había sido testigo alguna vez.

En una noche fría y oscura, ella camina por la vereda de enfrente al edificio en el que vivo. Como casi todos los días, la veo; es la hora en que me dispongo a cerrar las cortinas de mi departamento, ubicado en el primer piso.
Repentinamente, un hombre sale desde un estrecho callejón a espaldas de ella y se le acerca con sigilo. Tiene un arma blanca en la mano derecha, que presiona sobre su delicado cuello. La obliga a retroceder y la conduce hacia el mismo callejón del que salió. La oprime contra la pared y continúa hundiendo el filo del cuchillo en su cuello. Su cara se encuentra tapada por una máscara que por momentos se confunde con la opacidad de la noche, aunque pese a ésta veo. Le indica con un movimiento de cabeza el bolso que ella carga en su brazo izquierdo. La mujer lo abre y él saca de su interior un objeto un tanto rectangular, probablemente un monedero.
Cuando parece que finalmente va a marcharse, la obliga a levantarse el vestido y se dispone a violarla, pero ella comienza a gritar. La calle está desolada. Pide ayuda una y otra vez; nadie más que yo puede saber lo que sucede. De pronto, observo cómo el ladrón se convierte en asesino al cortar con la hoja del cuchillo el cuello, imagino que más precisamente una de las venas yugulares de la mujer. Él corre con el monedero en la mano, ella se desvanece en el suelo donde será encontrada sobre un charco de acuoso granate, manchada de muerte.
Cierro la cortina y continúo con mi vida como si nada hubiera sucedido, me convierto en cómplice de aquel desconocido al ocultar por el resto de mis días la visión de ese homicidio.

Seguí mi camino intentando olvidar aquellas imágenes que reaparecían en mi mente después de tantos años de sucedido el hecho. Desde el momento en que había sido testigo también había sabido muy profundamente que jamás podría librarme de ellas.
Sentí un escalofrío que subía lentamente por todo mi cuerpo. Al percatarme de la intensa oscuridad que aumentaba a medida que los minutos corrían, opté por regresar al departamento, aunque tuviera que acostumbrarme a la soledad del ambiente. Así que apresuré el paso y doblé en una esquina, no obstante, al hacerlo, me hallé en una calle aún más oscura que la anterior.
Mi mente se escapó, escabulléndose por recovecos y lugares desconocidos, para detenerse frente a unas imágenes con algún factor común y a la vez familiar.

Me encontré parada en una callecita lúgubre e imperturbable como ninguna otra. Caminaba despacio, hasta que escuché pasos que se acercaban lentamente. Un hombre se detuvo frente a mí, impidiéndome el paso. Me pidió plata que yo no tenía y me amenazó de muerte si no le entregaba toda la suma que llevaba conmigo. Le repetí que no tenía dinero, pero no me creyó. Se oyó un disparo seco y algo que se hundía en mi corazón, quemando mi interior.

Súbitamente regresé a la realidad. Casi por instinto, llevé la mano al corazón para asegurarme de que todo había sido solo producto de mi imaginación. Miré alrededor, me encontraba en el escenario donde había tenido lugar la fantasía. Todo era exactamente igual, incluso los mínimos detalles. Sentí pánico y traté de convencerme de que era una locura, nada de aquello había sido real ni tenía por qué serlo ahora.
Instantáneamente, oí unos pasos largos en dirección a mí. El pánico se convirtió en completo espanto y comencé a correr desesperadamente sin rumbo fijo. Solo deseaba salir de la oscura calle y buscar refugio entre algún tumulto de gente. Sin embargo, ya estaba frente a mí. Su cabeza estaba cubierta por una máscara de tela negra y sus manos, por guantes del mismo color. Llevaba un revólver en su mano derecha, el cual apuntó a mi cabeza, al mismo tiempo que pedía dinero.

-No tengo -le dije con voz temblorosa.
-No grites o te mato. Dame todo lo que tengas. ¡DALE! -contestó él.

Exclamé una vez más que no tenía dinero, que se llevara el reloj o cualquier otra cosa, pero que dinero no tenía. En ese preciso momento, escuché el sonido del disparo que había oído anteriormente en mi extraña visión. Sentí frío, mucho frío y me desvanecí en el suelo. En medio de la espesa e interminable sombra alcancé a ver una precaria luz proveniente de la ventana de un pequeño edificio.

Natalia Soledad Rotelo








Mar de ojos vacíos

 
Ella camina sola
sobre el mar de ojos vacíos
porque nada queda para ella
solo otro igual sin un dios
esperándola en la ciudad desierta
sobre el mar de ojos vacíos.
El la ve llegando con la caída del alba
bajo la luz de lágrimas y ecos
que separan los ojos de la cara
aquellos ojos que perdieron la libertad en vos
haciendo lo posible imposible
lo imposible tu única ayuda
y entonces encuentras
la libertad en los ojos vacíos
y entonces encuentras
la vida tras tus caminos
entonces
ellos abrazan la suerte en una caricia
y miran el mar de ojos vacíos
esta vez ella le dice a su mirada
ya no somos la espera de los dos
y nunca parte fuimos
del mar de ojos vacíos...

Lautaro Dure














Virtudes

Hoy el mundo me confiesa su frescura;
me muestra su ternura y su sabor a flores.
Hoy me inspiro en una pequeña idea:
en juegos trasparentes, manzanas dulces,
toboganes a la nada, sube y bajas al cielo.
Hoy encuentro mi bella necesidad;
mi pureza en lo impuro,
en lo que florecerá.
Hoy redescubro primaveras; hoy soy la primavera,
que nace para los que aman;
que vive en los que se aman.

Hoy mis suspiros caen rendidos a tus caderas;
y mis manos se desarman en tu boca.

Jonatan








sin ton ni sazón

                                                                        
Era una tarde triste, y esas siempre atraen la melancolía invitando a reflexionar sobre aquellas cosas que, en días de sol, se espantan como los vampiros.
Preguntas revoloteaban como moscardones:
¿Tendría alguna vez un minuto de paz o comprensión? Quizás no, y pasara su tiempo así, saltando de aquí para allá tratando de no importunar demasiado. ¿Acaso no le decían siempre que cuando se excedía en su presencia todo se volvía demasiado ardiente? No, mejor estar poco y desaparecer rápidamente para no cargar las tintas con su temperamento picante, inquieto y excitante.
Reflexionando, su soledad no era total, siempre estaba allí su mejor amiga. Y no por que fuera tranquila y simple,  muy por el contrario, en realidad nadie sabía muy bien qué guardaba en su interior. Como compuesta por miles, jamás era la misma, cada día una faceta nueva, cada momento una nueva capa salía a la luz. Capaz de hacerte llorar, o de congraciarse con los más dulces, combinaba a la perfección con su ardiente humor, convirtiéndose ambas en el alma de la mayoría de las reuniones.
Tristemente, lejos de su amiga  que la suavizaba, tendía a excederse y por eso cada dos por tres se hallaba sola reflexionando sobre su triste destino.
Una tarde de invierno, de esas que invitan a estar junto al fuego bebiendo algo caliente, cargado, de cuerpo seductor, ella llegó al límite de su fugaz paciencia. No quiso soportar más la mirada de soslayo, la crítica velada y los ceños fruncidos. Estalló, les cantó las cuarenta y descargó todo su furor en medio de la cálida reunión. Así, arruinó lo que podría haber sido una velada deliciosa, equilibrada, sazonada en partes iguales con la profunda intensidad de su gran amiga y con un puñado del ácido dulzón del «gordo», siempre rojo de tanto viajar de lugares fríos a climas ardientes, y con el toque sabrosón de su compañero igual de rojo pero con distinto temple y sin olvidarnos del pequeñín, tan pícaro y fogoso como necesario  para levantar cualquier reunión. Eso, sin entrar en detalles hablando de Boogie, siempre intentando unir y aceitar las relaciones, o del flaco, con su aroma inconfundible y palmas dispuestas a enfatizar cualquier sensación.
Nada quedó de ese delicado equilibrio, todo fue furia y ardor.
Cuando salió de allí, llorando su cólera, la pobre corrió al viento hasta la plaza más cercana y se sentó  en una banca vacía. Se preguntó por enésima vez si ése sería su destino eterno, como Sísifo arrastrando la enorme roca una y otra vez por toda la eternidad.
En ese momento,  no pudo evitar recordar aquella noche fría, de esas que crujen en el estómago pidiendo más. Esa noche perfecta, cuando  se encontró con él. ¡Le quemaban los recuerdos sólo con su imagen! Era tierno, de carnes firmes, jugosamente voluptuosas, una buena pieza de los de su clase.
Juntos, habían alcanzado una deliciosa combinación, exacta para una fría noche de invierno. No es que se hubiesen convertido en un par digno de un rey, por que eran sencillos, pero capaces de saciar a un león.
¿Dónde estaría él ahora? ¿Volvería a verlo alguna vez?  Extrañaba su textura tierna, más ahora, en esta destemplada jornada. ¡Quiera el destino volverlos a reunir para inundar el aire de delicia!
Para su desgracia, la realidad no era como los recuerdos, y un mar de soledad la esperaba, su mejor amiga poco podría hacer para consolarla, escaso consuelo eran las dos solas.

Caro fue el precio del enojo y la furia, para su desgracia, no le quedó más remedio que admitir que necesitaba de ellos, cada uno con su toque, cada quién con su  particular modo de excitar los sentidos. Pero, después de lo ocurrido,  compañeros y amigos, hartos  de su espíritu de fuego, dejaron de invitarla a las reuniones.
Pasaron las semanas y la barra de amigos se reunía aquí y allá fingiendo no haberla conocido nunca. Cada quién continuó su vida como si nada, semanas enteras de almuerzos, cenas, reuniones casuales y no tanto quedaron atrás sin la furiosa amiga. Ella por su lado, tejía el hastío con un falso optimismo, que se apoyaba en las ventajas de la nueva situación. Pero, los constantes sueños con aquella noche de invierno, atestiguaban el vano intento.
Pasaron infinidad de noches con sueños ansiosos y recordando tardes deliciosas.
Atrás quedaron miles de tardes de charla desabrida, y de amistades sin sustancia.
Insulsa fue la rutina de cada uno de los amigos.
Al tiempo, todos parecían resignados a una vida de colores deslucidos, aromas tenues, sensaciones aguadas. Atrás quedaba la sinrazón y la pasión arrolladora subida a un bocado. Pero atrás había quedado también el sabor de vivir, la sazón de un corazón latiendo sensaciones únicas y que colman.

Bordeando la primavera, la amiga más reciente y menos comprometida del grupo, dijo lo que todos estaban sintiendo y ocultaban en el fondo más oscuro de su alma. Ella, la frívola y poco pensante, la que se sentía especial con su piel tersa, su aroma único, su temple intenso, exótico y su mirada verde, dijo lo que nadie quería admitir.
Fue un mediodía ventoso, con ráfagas que olían a pescado asado haciendo cosquillas que llegaban hasta el estómago. Ese día, prometía ser perfecto, sabores en excelsa armonía, colores invitando sensualmente a ser tocados, degustados. Pero ella intuía que sería un fracaso, entonces lo dijo: Hasta que no estemos todos juntos nuevamente, esto será como absorber vitaminas de un vaso de agua. Si quieren realmente volver a paladear un sabor verdadero, deben recuperar a la que falta—.Clavó su mirada verde en cada integrante reforzando la afirmación.

Ignorando lo que ocurría, la marginada compañera, pasaba el tiempo templando su soledad con amistades superficiales que quisieran aceptarla. Pero estos paliativos ya no funcionaban, ansiaba desesperadamente  recuperar la fiesta de colores y sensaciones que les daban sus compañeros. 
 Dolorosamente había aprendido la lección
¿Sería tarde para cambiar las cosas? ¿Habría oportunidad de reparar los lazos?
El sol que entraba por la ventana le traía recuerdos de aromas infinitos vividos con sus amigos, una piedra pesada cayó en el fondo de su alma, entonces, llegando al límite de la desesperación dejó a un lado el tonto orgullo y tomó el teléfono. Éste, aparentando estar unido telepáticamente a sus deseos, sonó al apenas apoyar la palma en el auricular. La voz de Boogie hizo que su corazón latiera feliz, la estaba invitando a comer asado de pescado.
Sin disimular su felicidad, tal como era su estilo, partió rápidamente hacia el lugar de reunión. Al verla, los amigos soltaron los rencores que volaron muy lejos llevados por las ráfagas de primavera.

Tibias  resultan las palabras para describir la intensidad de las sensaciones de ese día, usar vocablos fantásticos como “pantagruélica”, “colosal”, “magnífica”, “ciclópea”, “apoteósica”, no son capaces de transmitir esa mezcla exacta entre el aroma lesivo del humo y a la vez estimulante con sus ráfagas llenas de carne casi a punto. No podemos sentir con ellas esa explosión de colores que penetran por los ojos y por la nariz al traernos la suavidad del aceite, la intensa y exótica presencia de las aceitunas, la justa combinación entre lo ácido y dulce del tomate o la tajante sensación del morrón, recostado todo en un colchón de deliciosa cebolla transparente y jugosa, con una lluvia del aromático e indispensable perejil y el infaltable toque aromático del ajo.
Difícil se hace provocar esa inmensidad de sensaciones donde no hay órgano sensorial que quede sin ser acariciado, llevándonos a un éxtasis. ¿Hay otra creación del ingenio humano capaz de provocar tanta cantidad de placeres a la vez?
Por eso, ese mediodía de inicios de primavera, quedó grabado en todos los amigos con la indescriptible esencia de la comida, recuerdos regados por la salsa, aromatizado por la mezcla de humos, carne dorada, verduras y frutas de inconfundible presencia, y prendida a la vista con sus verdes fulgurantes, rojos deliciosos, jugosas transparencias.

Nuevamente, fue la compañera más frívola la que pudo ponerle palabras a esa magnífica jornada. Sirviéndose un delicioso vino blanco con un dejo de uvas frescas, alzó su copa y dijo: Brindo por nosotros, que, como esta sabrosa salsa criolla con aceitunas, necesita todos los ingredientes para transportarnos su esencia única. Cada componente tiene alma propia: picaresca, aromática como la del ajo, dual y sabrosa como la del tomate, jugosa y  compleja como la de la cebolla... decía señalando divertida a sus amigos ...picante, fogosa y pasional como la de la pimienta  agregó señalando a la recién llegada. Luego bebió un nuevo sorbo y continuó su brindis: —Esencia única, pero nueva creación al unirse a otros; única y fundamental por que sin esa salsa que formamos todos, este pescado sería un ejemplo del aburrimiento y lo insulso. Pero, con salsa y todo, aún sigue siendo algo soso y rutinario sin la pimienta, esa gota de pasión y sinrazón, piedra filosofal de la creación—. Ella dirigió sus ojos a la alocada amiga y con un gesto la invitó a beber. —Brindo por cada uno, y por el mundo nuevo, pleno de sensaciones que se abre cuando integramos nuestras esencias.

Maria Claudia Machelett








Entre Penumbras


Entre penumbras
Veo arder tu reflejo
En el frío líquido desparramado
De las paredes aterciopeladas
En una habitación redundante.

En el reflejo de sombras ardientes
Descubro tu mirada encendida
Que descifra el fuego incontenible
De figuras que se enredan,
Mezclan aliento y saliva,
Se transforman divisándose levemente
Entre paredes espejadas,
Anudan respiraciones entrecortadas,
Se unifican en diversas formas.

Un desbordante rayo desorbitado
Quiebra la noche
Por uno de sus costados.

Momento culmine,
Brota la sensación de embriaguez
Colmada de alocada pasión,
 Y tu alma destila centellas de luz
En esta noche imperfecta
Dentro de este entorno vacilante
Me lleno de lumbre de tus estrellas.

Después de nuestras voces,
La lluvia comienza a desalojar
El silencio de la habitación,
Y tu sombra se encadena
Al sentir inagotable de mi fantasma
Por el resto de las noches y los días
De la vida entera.

Roxana Contreras













Ahora me has dejado


Ahora que me has dejado,
es cuando más pienso en ti,
Ahora que ya no te tengo
a mi lado es
cuando más te deseo
junto a mí.

Y aunque tú te hayas ido,
yo nunca te he dejado
de querer,
por eso hoy te ruego
que regreses junto a mí.

He intentado olvidarte,
pero no lo eh podido lograr,
porque cuanto más lo intento,
mas sufre mi corazón.

Te recuerdo cada noche
ahora que no estás,
y a oscuras siempre estoy
esperándote llegar.

Te busco en mis sueños,
y nunca tú estás,
no sé como hacer para
retenerte junto a mí.

Regresa vida mía,
no puedo ya seguir así,
no dejes que mi corazón,
sufra más por este amor.

Regresa amado mío,
no me dejes sola así,
no ves que mi corazón
se está muriendo,
al verte a ti partir,
y si tú no regresas pronto,
él dejara de latir

Romina Contreras
romi_lh@hotmail.com