Revista Viajero N° 69 - Octubre 2012

 



















Troncos

Expiro una poesía
echada sobre la mitad
de un árbol curtido.
Veo cráteres infinitos
colmados de vida dura
árboles de ayeres
que abrigaron palomas
y nuevos pensamientos.
Sol inca / maya / gringo
en mi piel el sabor a pino
en mis manos el olor a enero.
¿Acaso habrán llorado
al rasgarse su corteza?
¿O sólo estarán dormidos
en el silencio etéreo?
Caen sus marrones entrañas
en lo que sabe a tiempo
y a viento amarillo.

Elizabeth Francken
“Los años ámbar”
















En una burbuja 


Me perdí completamente
y todo desapareció, solo eran estrellas.
Floté en la magia y fui feliz en una burbuja.
Solo instantes, minutos, horas.
Un sueño fugaz que pude experimentar. 
Una ilusión de un autor audaz.
Me perdí y nada me importó, lo sé.
Fui huésped temporal en una nube,
disfruté su suavidad y calidez.
Permanecí en un relámpago de pasión.
Me dejé seducir por la luz y el calor del sol. Me perdí, lo sé,
e imaginé praderas llenas de flores para nosotros,
besos en lugares soñados, momentos únicos,
bailando juntos mis canciones favoritas.
Inventé una tarde soleada para nosotros.
Estamos mirándonos a los ojos, se conectan nuestras almas.
Por fin sentís en tu pecho,
lo que no pude decir con palabras. 

Marina P. Aguirre




















Rocío


Cual celo, arrogancia gallarda, 
lacera en frecuencia 
dejando sus marcas en mi expuesta tez.
Me siento invadido por mis desventuras, cual frondoso 
árbol que la tempestad destruye con saña: 
su troncha rama esparce en la tundra, marchitadas hojas. 
Cuan bello resulta mi dicha a tu lado, tu imagen  
constante se aleja y persigo mis pasos 
que deambulan, luego de hinojos decaigo y 
bendigo por ti. 
Insipiente pimpollo tu aroma subyuga, 
y en flor majestuosa transforma caricias de luna, 
la misma que brillo te ha dado, ajeo mi semblante; 
marcando las huellas de etapas vividas.
Que lejos mis brillos se han ido, y yo, como un necio, 
pretendo lograr la luz de los tuyos.

Luis 528
















El cometido


El día que volviste se te veía conforme con vos mismo, como quien ha logrado cumplir una tarea largamente postergada. Te había llevado mucho tiempo tomar la decisión de hacer ese viaje a la costa por lo que involucraba.
Concluido todo, ya de vuelta, me dijiste que la noche anterior a la partida no habías podido pegar un ojo y que nunca terminarías de agradecer a Carlos el que te hubiese llevado en su auto. También  tuviste presencia de ánimo para contarme, con gracia, una anécdota del viaje: mientras estabas en la playa llevando a cabo la acción que te había llevado hasta allí, un tipo, que venía corriendo por esa playa alejada, al verte y darse cuenta de la situación, dio un giro de noventa grados y dijiste que hasta la Inter-balnearia no habría parado; para concluir con un “nadie olvida jamás el día en que se arrojan las cenizas de un padre al mar, ni propios ni extraños”.

















Extrañándote


Son apenas las siete de la tarde de un día casi otoñal, y aunque aún el claro del día se entretiene buscando quedarse, yo siento como si ya se hubiera ido, y todo se ensombrece dentro mío. Es un laberinto de sentimientos y de ideas, que mi pensamiento no consigue disciplinar. 
Debo aceptar que creo conocer la razón de mi estado de ánimo; y deseando resistirme, termino por aceptarlo. Pero hay algo dentro mío que no se resigna, e insisto buscando cambiarlo, aunque sea, con sólo pensar que las cosas pueden ser diferentes. No pregunto dónde estas, porque sé dónde y con quién. Sólo me queda el alivio de pensar que nuestros pensamientos son los mismos, como igual el deseo de estar juntos. Si hasta puedo imaginar que  estás sintiendo la misma necesidad, de sentir el peso de mi cabeza apoyada en tu hombro, unidos nuestros cuerpos en un abrazo que lo diga todo, mientras nuestras bocas dejan en cada beso, el deseo de compartirlo todo, de no guardarse nada, en una entrega donde está el amor, mezclado con el deseo infinito de darse al otro, buscando aquietar la melancolía que llega para quedarse, en las horas de ausencia.

Marzo 2003
Nilda Dotremont
















Hijo

Dedicado a quienes luchamos mucho 
por ser mamá y para las que aún están luchando...


María Krause
















En las costas del Caribe


Capítulo IV


Pasaron dieciseis años del primer encuentro de Sam y Astrid. Oliver Cromwell se había convertido en soberano de Inglaterra; los piratas rondaban todas las aguas del Océano Atlántico;la vida en tierras europeas era muy difícil.
América ya estaba mas organizada. Ya había finalizado el traspaso de instituciones de gobierno, cultura y Fe desde España. Aunque, en algunos lugares recónditos de las islas centrales del continente, grupos de indígenas que aun conservaban sus primitivas costumbres, vivían en clanes, siempre planeando atacar a los extranjeros.
Surgió un viaje del corsario Charles Oldiver, y Sam fue escogido como timonel para la tripulación. A pesar de que trató de convencerla de lo contrario, Astrid se dispuso a acompañarlo. Oldiver se hizo a la mar el 2 de febrero de 1651, y llegó a América en abril.
Las tribus antillanas estaban aguardando que desembarcaran y, al instante en que el último tripulante cayó en tierra, iniciaron un salvaje ataque. El jefe, ya viejo, reconoció a Astrid al momento y fue directo hacia ella.
En la huida, la doncella tropezó y el indígena consiguió tomarla por las muñecas.-"Por fin serás mía , europea"-, dijo entre dientes.
Pero el siempre valiente Sam arribó como una luz a impedir que se la llevara. Se trenzaron en una lucha a espada y lanza,que culminó cuando un indio disparó al marino inglés dos flechas a traición.
El jefe escapó fugaz, aunque no se llevó a Astrid, quien se echó enseguida a ayudar a su esposo. Después de remover las flechas de su espalda, lo recostó sobre el verde suelo de la costa. Comenzó a pedir socorro a gritos, pero él la detuvo: - "No te preocupes,  mi amada.Alguien me ha dicho que es momento..."
- Entre lágrimas, ella lo acarició y comenzó a cantar una soloma, canción que entonaban los marineros, que conocía bien:

       “El amor me ha encontrado.
        La riqueza me da igual;
        solo habrá de consolarme
        mi marino audaz, jovial."- y agregó-
       "Desde que entraste a mi vida,
        nada es igual para mi,
        y hasta el fin de mi existencia
        te seguiré amando así.”

Con el sonido del mar junto a ellos, Sam cerró sus ojos. Astrid volvió a Inglaterra y vivió allí con su hija.
Cada 22 de abril,hasta el día de su muerte, tomaba el diario con las iniciales S.C. y lo releía de principio a fin, para recordar aquella travesía que hizo crecer el AMOR VERDADERO entre dos jóvenes europeos en tierras americanas.

Vicky
(13 años)
















Tu nombre


Tu nombre da mil vueltas en mi cabeza.
Tu nombre, aveces, me hace sentir feliz
y aveces llorar.
Tu nombre es una palabra, pero cuya palabra me hace sentir 
que toco el cielo con las manos,
y aveces me hace sentir por el suelo.
Tu nombre, prohibido olvidar, es aveces una mala palabra y 
aveces una hermosa.
Tu nombre es una mala palabra para mi corazón.

José Mata