Revista Viajero N° 47 - Agosto 2010



Mi ruego


Ayúdame a aceptar lo irreparable.
A comenzar a andar por el camino
que ya no tiene más que una frontera.
¡Inevitable encuentro del destino!

¡Ayúdame a ser YO! Triste designio
para quien siempre lo dio todo por todos.
Ayúdame a llenar este vacío;
este hueco infernal en que me ahogo.

Poder abrirme al sol de cada día
y lograr ver las cosas de otro modo.
No ser en soledad solo recuerdos
aunque el recuerdo sea parte de mi todo.

Ayúdame a vivir si es que hoy vivo,
y no el estar muriéndome de a  poco.

Élida Galego
Enero/2000













Abecegrama del desconcierto


Aveces
bocas calladas
desnudan explosivas frases guardadas hondamente
inundando jornadas, kilos, litros, meses, noches
oyéndose pesadumbrosos quejidos,
rocas sangrando,
tristes uniones vencidas
whiskis
xerodermia
yacidos zigzagueos

Liliana Araya
liliana_soledad@hotmail.com













La presencia en ausencia...


Pienso en esa frase y la misma me resulta conmovedoramente insoportable, y a su vez, espeluznantemente tierna. Esto puede deberse a la doble significación que la misma puede recibir. Dicha bifurcación se fundamenta en la complicada naturaleza del género humano y despliega su carga emotiva como un abanico su sombra. Al leer aquellas palabras que dan nombre a este escrito, una imagen se acentúa en mi cabeza, una angustiosa foto en blanco y negro, en la cual se vislumbra un cuerpo sin alma. Y al pensar en dicha imagen, un escalofrío recorre mi cuerpo, sensación que solo encuentra su analogía en la necesidad de un abrazo en soledad, y que a su vez, proyectando recuerdos en mi mente. Tal vez, tendremos que acostumbrarnos a la efímera belleza de escasos momentos compartidos. La presencia en ausencia no es más que desear que estés y que mis deseos no logren saciar su energía libidinal. Y otra imagen aparece en mi mente, pero esta vez es una canción, que suplica como en una plegaria un "Anhelo De Satisfacción". Para ser sincero no me encuentro inmerso en toda la canción, sino en un grito, un grito de desesperante angustia que nada puede envidiarle a aquel anterior perfectamente plasmado por Edvard Munch. Pero en este caso el grito suplica "Cuando faltas me haces falta". Y vuelvo a caer en un sendero que se bifurca, ya que por un lado expresa una tierna y desesperada angustia... pero por otro, puede tornar un tono acaso más violento y culposo. Si tomáramos la culminación de la frase en un tono culturalmente futbolero podemos ver que la frase acusa culpabilidad de dolor hacia la otra persona. Tú me haces falta... y lo que es más, bajo estas categorías, intencionalmente.
Volviendo a la frase que encabeza este escrito, podemos plantear una segunda lectura de la misma como una presencia que supera la ausencia. Esta caracterización es inversa a la ultima planteada ya que implica una no intencionalidad en la ausencia, y una intencionalidad de presencia que genera que dicha distancia sea superada.
Mi espíritu romántico se encuentra nuevamente en una encrucijada, por un lado el dolor ante el abandono y el discontinuo ardor de un amor repleto de complicaciones, es la clásica definición del espíritu romántico. Pero por otro lado, qué más romántico que el deseo de unión supere las fronteras y las problemáticas contractuales.  Creo que en última instancia son problemáticas eternas que desmoronan el corazón humano, desde los comienzos de la humanidad como en una novela de Kafka, y que pueden simplificarse en la idea de destino y en las preguntas de ¿qué es lo normal y qué lo anormal?; ¿Qué es el bien y qué el mal?















Catástrofe


Qué pasaría si el sonido del mar se terminara,
y que tras caer la noche las estrellas ya no brillaran.
Que la luna ya no saliese nunca,
y que el sol ya no emitiera calor cuando hace frío,
Qué pasaría me pregunto si por un minuto el oxígeno se fuera
o que los volcanes expulsaran con gran fuerza su lava:
de seguro ese día lo que pasaría sería una catástrofe y una catástrofe
es lo que pasa cuando no te veo a mi lado.

Pepe Cabrera Martinez
Guadalajara Jalisco, Mexico













Poema


Gotas de lluvia que bailan
en el techo,
mientras escribo, en la tarde
que muere,
el poema sin rimas
que me pide
tu voz lejana,
en el silencio
que se agranda…

Olga Besada














entreabre la ventana y aunque aspira el aire frío
piensa en el mar |en aquel contraluz amarillo
                                                      /  que consumía la tarde
y piensa, además, un horizonte de gaviotas |
las alas a favor del viento | el regreso que preanuncia el ocaso

después ya no piensa  |  después la noche es vértigo
luz que trepa del balcón a la ventana

Miguel Angel Morelli















La sombra


Despierto, bañado en sudor con un dolor punzante en el pecho. Miro por la ventana y es de noche, el reloj despertador marca las 3:15. Cuando logro desenredarme de las sábanas me incorporo lentamente. Pongo la mano sobre el corazón, por suerte siento que sigue latiendo, igualmente acelerado como si estuviese corriendo delante de un león, y con el mismo miedo. Medio tambaleando por la habitación alcanzo un blister con pastillas, tomo dos. 
La ventana estaba abierta, hacía un frío de tumba. Prendí una hornalla para calentarme un poco, ubiqué un sobretodo negro que había caído sobre una silla y me lo puse. Me dispuse a prepararme un café, cuando noté el paquete de cigarrillos vacío, maldije hacia mis adentros, casi destruyo la cafetera de un golpe, pero mantuve la compostura, sabía que en la esquina estaría abierto ese bar de mala muerte con cigarrillos adentro.
El único problema era ella, que seguramente estaría parada como siempre en la esquina, debajo de esa pequeña luz amarilla. No me atrevía a mirarla, solo veía la sombra que su silueta producía en el asfalto, la forma de un ángel negro, sin alas, caído o salido de algún profundo agujero. 
Muchas noches me quedaba mirando el techo de mi oscura habitación pensando en su silueta, tratando de imitar con un velador y mi torpe mano esa imagen fascinante de mujer. Sabía que no podría tenerla, no por el dinero, ya que era una vulgar prostituta, sino porque no me atrevía siquiera a mirarla, menos hablarle e imposible tocarla. 
Por eso tardé en decidirme salir de mi habitación sucia, fría y sombría de pensión. Pero la adicción pudo más, el impulso era demasiado fuerte, la taquicardia era constante, el sudor frío. Mi cuerpo pedía a gritos nicotina. 
Bajé la escalera como un rayo, pero al llegar a la puerta me detuve, sabía que del otro lado ya la podía ver, más terrible aún, ella podría llegar a verme. Retrocedí unos pasos y cuando estaba a punto de pisar el primer escalón para subir, entran tambaleándose por la puerta la pareja del 5c, completamente borrachos los dos. Me miraron y se abalanzaron sobre mi, traté de eludirlos, balbuceaban palabras inentendibles, querían abrazarme o golpearme, no entendí bien. Cuando al fin los perdí me encontraba del lado de afuera. 
Ya sin opción agaché la cabeza y comencé a caminar en línea recta hacia la esquina, hacia los sonidos de los borrachos de ese bar, sabía que en unos ocho o diez pasos vería su silueta larga esbelta y con esas curvas incitantes. Caminé diez, quince pasos, ya se olía la peste del bodegón y nada. Ni una sombra, ni una luz, nada. Levanté la cabeza en dirección a su esquina, allí no estaba, ni rastros de aquella mujer. 
Entré al bar, pedí mi tabaco y me largué de ese espantoso lugar, mientras volvía a mi espantosa habitación, traté de pensar que sería de mi hermosa sombra, quién se la habría llevado. 

Leandro Szilvay















El beso, si es fresco y rueda en la mejilla, 
señala ese feliz encuentro
mas si junto a otra mejilla viaja al aire
antes de nacer ya estará frío;
ausente de todo sentimiento.

Si es tibio y a mis labios llega,
expresa la ternura del cariño
que al recibirlo tengo.

Si es húmedo y ardiente;
y tras de sí, salvaje trae el aliento;
expresará el deseo;
y a este recibirlo quiero.

Pero si se usa como espada vengadora
al negarlo tras infeliz encuentro,
prefiero olvidarlo para siempre
antes que soportar el pensamiento
de un futuro incierto.

Tal vez yo no sea cortés.
Tampoco soy violento
y besar jamás quisiera
mientras no pueda estar seguro
que recibir a ese beso lo desean,
aunque por ello muero.

Osmar A. Diaz