Revista Voyager N° 8 - Noviembre 2005






Poema

Y qué esta noche, si el tiempo
se toma cuchillo
transcurriendo sobre mi piel.
Si mi único postrero horizonte es
la triste verdad
de esta vieja pared.

Qué hay de mí
agonizando este cuarto donde
Curiosas sensaciones me asisten
y me ignoran
las básicas nociones
temporales y espaciales.

Las sonrisas huyeron despavoridas;
tras hermosos
velos de artificio han expiado.

y qué va a ser de mí!

Sebastián Humberto












El delirio de ser verdad

El fracaso de ser, solo ser.
Un ser que decepciona y alimenta,
juega y perdura,
tiembla y resiste.

Un ser que fluye como el río solo.
Un ser sin fin, sin edad, sin destino.
Alguien sucio lleno de belleza.
Alguien limpio lleno de maldad.

Un ser que delira su verdad,
alimentando la mentira.
Un ser prófugo del corazón,
atrapado por el fuego del amor.

Ese ser guarda rencor de ser humano.
Ese ser no es un ser, sino humano.
Como tal piensa y razona,
pero su locura cotidiana lo traiciona.

Encierra en la mirada jazmines
y mira con ojos de espinas.
Mira como burlando la verdad,
encierra en esa locura la cordura.

Ese ser que no quiere ver,
ese ser ama demasiado.
Un ser así es diamante,
que se oculta y se mutila.

Jonatan

 













      Slade

En Rocaroja


Slade era un hábil mago de magia negra conocido como “Blade el negro”.
Un día, Slade recibió la misión de vencer una gárgola oculta en el castillo en el poblado de Rocaroja, llamado así por la temible bestia que lo habitaba (No es que la bestia fuera roja sino que era roja la sangre de sus víctimas).
Una vez en el sitio, Slade alquiló una habitación en una posada llamada Ojo de Fénix.
-Saludos, buen extranjero.- Lo saludó el posadero.- ¿qué le puedo servir?
-Un té de anti-gárgola.- Bromeó Slade  mientras bebía un sorbo de agua de su cantimplora.
-¡Vaya!- comentó asombrado el posadero.- ¡así que usted es el famoso Blade el Negro!
-Sí, ¿por qué?- preguntó Slade.
-No, no, por nada.
Unas horas después, Slade se dirigía al castillo Dedalus (Ahora conocía el nombre del hogar de la gárgola) cuando se encontró con  el hombre al que  jamás creyó  volver a ver, Nylon Mohán, un amigo de aventuras juveniles. Justo cuando este se daba vuelta para saludarlo, una garra surcó los aires y golpeó en medio del abdomen a Nylon, desgarrándolo al instante.

Atrapado por la cólera, Slade  lanzó el hechizo más mortífero que conocía, él zerpenta metí.
-Snape morpea fallecius centauro ¡Finish!- Pronunció con un movimiento curvado con la mano. La gárgola, afectada por el hechizo, comenzó a desintegrarse rápidamente, cumpliendo con la misión de Slade.
Eso sí, lanzar este hechizo tenia sus costos.
Unos costos mortíferos...

Nahuel Melis
10 años






 


La historia de los espectros que resurgieron de las tinieblas


El granjero yacía muerto en el corral, el potrillo ensillado en la tranquera. La oscuridad era  plena. Todo marchaba según sus planes.
-Llévalo tú, Ignacio- ordenó una voz revelándose entre las penumbras. Ignacio secó torpemente el sudor de su frente y se marchó jadeante. El crimen estaba hecho.

Ajustaron las correas de los bultos y se internaron en el abrigo del bosque. Comenzaba a amanecer; ávidos brotes de sol husmeaban oscuros rincones. Bordearon setos, malezas y juncos; arroyos que serpenteaban vagamente profundas laderas y lechos, caminos salpicados por altos robles y nogales. Cabalgaron durante horas, tratando de evitar contacto con cualquier otro individuo. La cabaña no habría de estar muy lejos. Tenían poco tiempo.
El sol se puso; el cielo nocturno los envolvía sosegado, límpidamente. Se adentraron en los senderos más recónditos, camuflándose bajo la sutileza del vidrio, la ilusión agazapada. Todo parecía cobrar vida: a la distancia, árboles que se confundían con extrañas figuras, el incesante suspiro de una brisa somnolienta  entre las ramas, el aterrador murmullo de las hojas perdidas y…un grito… ese despertar del silencio sepultando gemidos agonizantes, la oscuridad sellando la sutileza del crimen, la esperanza desenredando infiernos, el arte de lo perverso resurgiendo de lo inevitable...
Quedaron paralizados.  Ya era demasiado tarde. Fugaces sombras se escurrieron entre los juncos, como si jugaran a las escondidas. Reían. Sintieron escalofríos que los estremecían gradualmente. Las figuras no paraban de moverse. Reían. Siguieron avanzando lentamente, no miraban hacia los costados. Tenían miedo. Las sombras se evadían de ese mundo incierto, entre pantanos y juncos, para convertirse en inocentes ardillas que se esfumaban bajo la insoluble oscuridad  y un silencio efímero, cuestionado por los grillos bajo azules perdidos. En fin, sólo eran ardillas…
Parecía mentira: años perdidos en soledad y abandono; hipnotizados por amargos rencores, misterios, traición, odio…insolada locura. Decapitando sueños; sepultados en infernales calabozos durante años que parecían eternos. Sus vidas parecían dar un vuelco repentino, como oscuros espectros que volvían a resurgir de las tinieblas…
Cada minuto que pasaba era eterno. Su ansiedad por llegar era cada vez más prematura. De repente, una figura que resurgía entre los robles se abalanzó sobre ellos. Ambos se lanzaron hacia los juncos.
-Llegan tarde- profirió una voz- debemos apurarnos, ya deben estar esperándonos…
Las sombras trepaban los setos, las nubes comenzaban a levantarse,  la imaginación inerte de sus pensamientos se desplomaba en el horizonte. Siguieron al desconocido un trecho, parecía conocer los caminos de memoria. La ineludible palidez de su rostro delataba una personalidad ermitaña, sosegada. ¿Quién era ese hombre? ¿Acaso era uno más?
El camino se tornaba cada vez más dificultoso; se habían apartado del sendero. Caminaron por el corazón del bosque, ceñidos por una bruma espesa y la penetrante crispación del instinto; el puñal del viento acuchillando la inspiración del alba. El cielo se tornaba pálido; pasajeras manchas crepusculares envolvían el horizonte; la inmensidad del cielo vespertino los hacía cada vez más pequeños. Sólo eran puntos: tres puntos que trataban de superar los límites que el propio destino había sido capaz de ponerles a prueba, superar la  barrera  que separa una vida incierta, misteriosa, férrea de…
Un destello de luz agonizante se disipó entre las hiedras. Las horas de oscuridad habían parecido eternas. Pudieron ver las luces de la cabaña parpadeando en el agua. No podían creer haber llegado…
Cruzaron un viejo y llamativo puente, el mismo que el leñador les había predicho poco antes de emprender el viaje. El lugar apestaba a resina. Asediado por numerosos cedros y alerces, un arroyo cristalino zigzagueaba rústicamente los alrededores de la cabaña. El ermitaño golpeó bruscamente la puerta. Nadie respondió. Se asomaron por la ventana y notaron que la mesa estaba servida.
-Será mejor que esperemos aquí, no debe tardar en llegar- dijo por fin el ermitaño, tratando de evitar mirarlos a los ojos.
Se sentaron plácidamente en las escalinatas de la cabaña, acólitos por una bruma enternecedora gravitando aquel mundo desconocido. El lugar transmitía una armonía única, irreprochable. No era más que eso, sentarse y escuchar el silencio…
Abrieron los ojos lentamente. Estaba amaneciendo, un sosegado resplandor naranja impactó contra sus rostros, cerrando las puertas a un ocaso predecible. Se miraron fijamente unos segundos, como si aún no aterrizaran en la dolorosa pesadumbre de la realidad. Se habían quedado dormidos, esto no podría estar pasándoles… La cabaña estaba vacía, no había rastro de nadie que pudiera haber entrado mientras ellos dormían profundamente en lo más remoto de sueños sublimes, pesadillas quizás...
Atroces y singulares crímenes, ¿Qué podría ser peor? Uno más en la lista, un grito, era tarde. El leñador no les había previsto nada de esto; debía haberles dejado algún mensaje, una señal… pero nada de eso habían encontrado. En fin, tenían que seguir su camino. El granero no habría de estar muy lejos…
Los caminos eran cada vez más desolados, el cielo cada vez más despejado…habían acabado el tramo del bosque, irrumpieron en terrenos cada vez más solitarios. Estaban cansados, pero no debían detenerse, el tiempo los sujetaba hasta el cuello. El ermitaño aminoró la marcha, respiraba con dificultad. Su rostro se fue tornando cada vez más colorado, como si alguien lo estuviera estrangulando, pero no había nadie más allí: solo oscuridad, silencio… Con un último esfuerzo tomó un papel de su bolsillo y lo aferró duramente entre sus dedos, al mismo tiempo que un golpe seco y un último grito callaban el silencio. Ellos lo sabían, siempre lo supieron; tarde o temprano sus condenas llegarían, no había escapatoria. De todos modos, nada perderían por intentarlo.
Las luciérnagas acometían vagamente la cúpula infinita. Ensillaron el potrillo en la tranquera y  se apresuraron a llegar al corral. Como lo suponían, era demasiado tarde… jadeando, Ignacio llevó el cadáver hacia el lago.

Singulares crímenes, el granjero que yacía muerto en el corral, la misteriosa desaparición del leñador en el bosque, un ermitaño que yace sepultado en lo más profundo de su soledad aferrado a un mísero papel… Dos sujetos: dos sujetos que marchaban hacia el bosque bregando sus últimas horas, mientras los envolvía, sin pausa, la oscuridad.

Ayelen Illanes
2° premio de la etapa regional en los torneos bonaerenses











Burla a la soledad


Siento la frontera de tu piel,
                                 y hace frío.
El freno de tus ojos a los míos,
                                     y hace frío.

Cómo tratás de ocultarme tu fragancia
y vaciarte de mí. Hace frío cuando
frente al mar te lloro.
Escondo en el frasco del silencio el dolor
                                          y hace frío


Cando junto a la almohada hace frío,
con una frazada
                     lo esquivo.

Danilo











La espera


Era aquel un lugar distinto por su estructura edilicia. Los principales edificios públicos, que se encontraban a lo largo de una avenida de doble circulación, le daban la apariencia de pueblo de paso.  Sus incontables casas estaban dispersas en  manzanas mal dispuestas, debido a  una anárquica diagramación urbana. Solo la inmensidad de la  pampa que lo rodeaba,  unía a Puente Viejo con  los demás pueblos del mundo.
En el fondo de la avenida, ya saliendo de la zona urbanizada, estaba la estación de servicio.  Don Juan, su  propietario, estaba  parado en la puerta.   Los brazos en jarro,  le daban a aquel hombre  una imagen de “patrón” del universo. Su  mirada,  hundida en el paisaje,  vislumbraba, desdibujada y ondulante por el espejismo, una polvareda muy lejana, casi eterna. 
 Se percató que a su  alrededor, todo era silencio, que las campanas de la iglesia no repicaban, porque no había feligreses para llamar, y que el Palacio Municipal  estaba vacío, porque no había contribuyentes, ni concejales para legislar.  La policía no procedía, ni los  jueces impartían justicia, porque no había crímenes, ni robos, ni controversias de ningún tipo. El hospital  estaba sin  médicos y  enfermeras, porque no había enfermos que curar. En los locales comerciales no se exhibían  mercaderías, porque no había compradores. Reinaba la paz en todos los ámbitos de Puente Viejo, porque el pueblo  no tenías habitantes.
 Por un instante imaginó, que la polvareda desdibujada y lejana, se transformaba en gente que poblaba las calles de Puente Viejo. Entonces – pensó - que resonarían las campanas de la iglesia llamando a los fieles, que acudirían a confesar los pecados, que volverían a cometer una y otra vez, que el Palacio Municipal se llenaría de contribuyentes y los concejales legislarían, procurando quedarse con la mayor parte de los dineros del pueblo, pero siempre prometiendo una vida mejor para todos.  La policía reprimiría brutalmente a los inocentes y haría la “vista gorda” con el  accionar de los verdaderos delincuentes. Los jueces impartirían injusticias olvidando, en sus fallos, la aplicación de las leyes. El hospital estaría superpoblado de gente enferma y sin atender, porque los médicos y enfermeras estarían protestando  para obtener mejores salarios.  Las calles estarían  cortadas por piqueteros, que pidiendo pan y trabajo,  sabrían de antemano, que nadie les daría  respuesta  a sus necesidades. Se acrecentarían las ventas de  artículos innecesarios para vivir, ofreciendo  regalos, tómbolas y toda la artillería pesada del marketing y la gente compraría, con todos los medios de pago posibles, hasta quedar económicamente destrozados.     
El caos se apoderaría de  Puente Viejo.
  Pero no obstante todo ese caos, también se llenarían las plazas de niños jugando, con sus madres embarazadas, esperando a que los padres regresen de trabajar. En los asientos, de esas  mismas plazas, se sentarían  parejas de enamorados prometiéndose amor eterno, entre besos y caricias. Los  ancianos, jugando a las bochas,  se sentirían felices, rodeados   de sus nietos. En realidad todos los habitantes de Puente Viejo, en algún momento, podrían gritar con toda la fuerza de sus pulmones: “ Hoy  he tenido un día de felicidad”
Don Juan dio media vuelta, entro en la oficina de la estación de servicio y se sentó en cómodo sillón  del escritorio Con la mirada puesta en el infinito y con voz muy segura expresó “Vale la pena esperar”.          


Mario Cano