Revista Viajero N° 68 - Septiembre 2012

 

















Azul de jacarandá


La mañana amaneció muy luminosa, tanto como para confirmarme que la primavera, es la más linda de las estaciones del año. Terminé de levantar la persiana de mi habitación,  lo que me permitió, contemplar un cielo muy azul. Aspiré con fuerzas buscando llenar mis pulmones con el oxígeno perfumado de las plantas del jardín. Y lo sentí fresco entrar en mis pulmones, y llegar al corazón, produciéndome una dulce sensación de felicidad.
El jacarandá que habían plantado mis padres, estaba tan florecido, que el azul de sus flores lo cubrían todo.
Yo amaba su perfume que me era harto conocido. Y es que me había acompañado desde mi niñez, y hoy, que mis padres ya no están, me los recuerda su presencia.     
Y cómo decir, para que no crean que alucino, que cuando el viento sacude sus ramas, en el sonido que emiten, me parece escuchar la voz de mi madre, diciendo mi nombre. Esa inconfundible voz dulce con tonada provinciana, que yo tanto amaba.
Recuerdo cuando por las tardes, sentadas bajo el árbol, yo apoyaba mi cabeza en su regazo. Disfrutaba sentir sus dedos pasear por mi cabeza, tratando de prolijar mis cabellos, renegridos y rebeldes, tan distintos a los grises de hoy!
Cuando la soledad visita mis días, busco encontrar bajo sus ramas, las voces que se quedaron prendidas a su tronco. Cómo olvidar que fue con él, con quién compartí  la dicha cuando la vida me premió con la llegada del amor y de los hijos! Me detengo a mirarlo, y descubro que también él ha envejecido. Me lo dicen su tronco grueso y sus fuertes ramas.
Por eso esta mañana, al contemplarlo meciendo sus ramas armoniosamente, y expandiendo el  perfume de sus flores, me pareció ver, que  buscaba  impregnarlo todo, y así quedarse más cerca de mí.
Mi viejo y amado jacarandá, quiero ahora,  bajo este cielo azul de tus ramas en flor, contarte, sin pronunciar palabra, ¡que he vuelto a enamorarme! Es que acaso, ¿ya lo sabías?!...
                                                                 
Nilda Dotremont - Diciembre 2003
















El niño-hombre diferente

Dedicado a Canela desde mi corazón 
Brillante, divertido
inteligente, tenaz,
sencillo, humilde,
perseverante, soñador...
Tantas palabras más para reflejar
a este niño - hombre.
 
Niño especial,
siempre sonriente,
encantador, divertido,
chiquilín, charlatán
capaz de construir momentos
solo con rizas, palabras, cosquillas y chascarrillos.
 
Hombre al que admiro
por su voluntad para superarse,
su deseo de crecer y ser siempre más.
Bondadoso, protector, confiable,
luchador incansable.
Cazador de sueños.
Vencedor de obstáculos.
 
Un hombre que quiere ser gigante.
Un niño lleno de fantasía.
Un luchador que pelea hasta obtener  lo que quiere.
Un soñador que aún persigue sus sueños.

Marina P. Aguirre
















Sombras


La puerta se abre
a los canteros húmedos, sombríos,
despojados de todos sus colores,
caen marchitos los jazmines
que ayer adornaron tus secretos.
Siguen creciendo los rosales rojos
que cubren el balcón hoy despintado.
Ya no se ven gorriones, jilgueros, calandrias
que llegan en busca de miguitas
cuidadosamente esparcidas en tu falda.
Las macetas cubiertas de gramillas,
los geranios ahogados en la sombra.
Viví y amé las horas de tu vida
te guardo fiel en la memoria,
volaste igual que esa nube blanca
yo te sigo viendo amante, soñadora
desde el bagaje invisible de los sueños.

Beatriz Guano de Scalisi

















Yin


Brotamos de la tierra. Nacimos en la noche pues nuestra piel tan clara no hubiera soportado la potencia del sol. En ese estado primigenio nos revolcamos desnudos y aparentemente inconscientes. La humedad nutrió nuestro espíritu y fue configurando el carácter. Luego, el fuego se encargaría de sellar nuestra piel, no éramos como los animales que viven en el agua, y necesitábamos curtir nuestro cuero para que no escaparan los fluidos y perecer en la disolución.
Crecimos fuertes y arrogantes. Aprendimos a trabajar. Sentimos nostalgia por la tierra y la penetramos con hierros y azadones, sabíamos de su fertilidad. Aprendimos el orgullo y el castigo.
Pero al final de la jornada, cuando el sol se pone, una irremediable melancolía nos invade. El ocaso es una hora fatal, donde muere el día y sus motivaciones. Todo se vuelve de un gris azulado que no llega a establecerse jamás. Aunque creemos saber lo que vendrá luego, renace el ancestral temor a lo indefinido. Pero el temor no importa, nos sumergimos en la noche pues necesitamos disfrutar y morir, aunque sea un poco. Sólo así soportaremos vivir al día siguiente.
Llega la noche y sólo hay dos caminos. Buscar refugio en la morada que ya hemos construido, donde nos creamos un nicho cómodo, confeccionado de seres y objetos que intentan convencernos de su constancia y previsibilidad. O sumirse en la noche, arremeter de frente contra ella, aunque sepamos que es imposible encontrarle cara y que irremediablemente vamos a sucumbir a la multiplicidad.
La noche despliega unas calles infinitas, llenas de sombras, licores humeantes y cuerpos blandos. Es el imperio de lo imprevisible, la naturaleza recobra el poder que parecía haber cedido a la ciudad del hombre y su luminosidad.
El hombre domestico buscó refugio en su morada cuando el sol, que lo protege y lo castiga, se ocultó. Obediente y consciente de no poder huir de la oscuridad se internó en ella de la manera más convencional. Entró a la casa que construyó en los días de sol, con ladrillos de tierra. Se acostó con su mujer y se hundió en lo negro de sus entrañas, jurando hacerle un hijo que le sirviera de justificación. Pero este hombre no escogió un destino diferente al del vagabundo o el borracho que se zambullen en la noche, pues él naufragó en los infinitos del sueño y el amor.
Por eso, al día siguiente, el hombre se renueva al tomar otro camino, otro surco en el ciclo eterno. Él, al igual que todos, fuimos uno y otro hombre, fuimos domestico y vagabundo, y volveremos siempre a serlo.

Juan Felipe Galindo Márquez
Colombia





































Desvelo


Oí llegar tus callados pasos 
y en silencio observé tu presencia ausente. 
Mis toscos y trémulos brazos buscan
proteger tu lejana y frágil figura. 
Inmensurablemente deseo darte abrigo, 
y así tus labios ofrendarán sus besos 
y saciarán este anhelo,
que a cada instante muestra más crueldad.
Se haya enrojecida mi garganta de tanto jadear, 
con angustia, tu nombre preciado.
Mis ojos cubiertos de nubes viajan sin ver,
solo responden mi turbia imaginación 
y no ofrecen más lágrimas: todas fueron derramadas por ti.
Largas noches en vilo transcurren 
y nada logra doblegar mi desvelo,
ni nadie apartar la marginación 
que tu ido amor produjo en mí.

Luis 528










En las costas del Caribe


Capítulo III

    El 20 de agosto, las familias de los tripulantes y hasta el Rey en persona se reunieron en el Puerto de Londres para recibir a los aventureros que volvían esa tarde de América.
    Astrid había conseguido unos retazos de género que habían quedado olvidados en el barco de otro viaje, y con ellos hizo una sencillísima falda para poder quitarse el vestido andrajoso. A pesar de que no le daba importancia suprema, como buena cristiana, al aspecto físico, tampoco era cuestión de presentarse ante el Rey como mendiga. Sam se ocupó, apenas inició la vuelta a casa, de curar sus heridas, en cuerpo y alma,  y acompañarla en todo momento.
    El 6 de septiembre de 1636, la joven pareja se unió para siempre en una humilde capilla del norte de Londres. En 1638, nació su única hija, Anne.
    Todo era paz y alegría en la familia Clevell.

Continúa en la próxima edición

Vicky
(13 años)
















Cuando yo era viejo


No veía las cosas con claridad:
hablaba de cosas  que solo los viejos como yo,
los que nos reíamos sin entender el chiste, hablamos. 
Cuando yo era viejo, no tenia donde estar, 
no me visitaba nadie y nadie me invitaba a cenar.
La familia de mis amigos no me querían hablar,
no te juntes con ese, mira que viejo está. 
Así  andaba por la vida con mi anacrocidad,
no entendía a las mujeres y  mucho menos ellas a mi.
Mi familia me decía ¿Por qué no hacés algo? Mirá que viejo estás.
Tenía mi cama y la tele, no tenía nada más 
un día decidí ser joven y la botella aparté. 
Vendí todos los envases y del bar me alejé.
Hablé con mis amigos, mi familia y un apoyo encontré: 
ahora que soy joven duermo bien por las noches, 
la acidez se me fue, no me persiguen fantasmas
y al baño voy una sola vez. 
Quiero estar con mi hijo y a mis padres ayudar,
entiendo de qué habla la gente
y no entiendo a mis amigos viejos. 
Ahora que soy joven quiero cosas hacer,
hasta el deporte es una posibilidad.
Ahora pasado el tiempo, 
me río cuando algunas veces 
alguien me dice , que joven estás.

















Verano


Un camino de hormigas sin hormigas
se abre paso por el césped blanquecino,
pleno verano. 
Un camino de hormigas con hormigas,
una o dos, sin carga, livianas.
Ellas resisten el agobio.
Yo me consumo

Viviana Solaroli