Revista Viajero Nro. 148 - Enero de 2020



Blanca y pura


Blanca y pura exhalas tu fragancia sin pudor
despojándote lentamente
desde tus entrañas olorosas como luz interior
te alzas hacia los cielos
esparciendo tu aroma seductor
tu belleza vas perdiendo lentamente
dejando tu vida, tus recuerdos encendidos
al placer de la noche infiel e incondicional.

Marta Maria Nastaly
nastalymartamaria@hotmail.com








Bello recuerdo se revela
guarida en mis ojos el seno de tu amor
las tardes de siesta
sonidos frescos de esa voz
tacto que eriza la piel
después el disparo levantó un silencio hostigante
y no pude deshacer tu aroma entre mis pellejos
los jazmines marchitaron en lo del florista
el mate, las mañanas entre sábanas, el vaivén de las sombras,
la estampida de besos, el te necesito

al jornal sobre la puerta sin noticias y las musas que se duermen
demasiado tarde después del disparo

mis ojos llenos de secretos tan míos como tuyos -esa es la excepción-
no aceptan excusas
no aceptan desdichas
y aquí las leyes del amor -igual que las de la muerte -
robándonos un poco
un poco tanto como el fuego abrasante sobre un bosque

hay un bello recuerdo, un resumen
que usurero intenta escaparse
del asfalto caliente y el sol de las madrugadas que despiertan
Sin tu imagen sobre un cocktail
dejando marca en mi mesita nocturna
como un canalla
jugando por jugar
En un cementerio
de besos.

Luciano Calzada
lucianoquilmes@yahoo.com.ar








Mes de diciembre, 8 de la mañana, don Agustín llegó a la Oficina de Correos de Sauce Azul, levantó la persiana y se dispuso a iniciar su día de trabajo, esperaba ansioso que entrara la gente a enviar sus tarjetas de navidad, pero había un problema, internet había llegado al pueblo y poco a poco todos los habitantes compraron computadoras, celulares, usaban whatsapp para saludarse y el correo cada vez trabajaba menos, nadie mandaba cartas ni tarjetas de navidad.
Don Agustín soñaba con aquellos años en que las colas daban vuelta la esquina, todos querían despachar sus cartas para que llegaran a tiempo el día de navidad.
En eso unos golpes lo despertaron de sus sueños, era Alfonso, el inspector de correos. -Buenos días, dijo, vengo a notificarle que el correo va a cerrar por falta de trabajo, la modernidad nos invadió. -¡No puede ser!, exclamó Don Agustín desesperado, hace cuarenta años que trabajo acá, por favor, le pido un tiempo más. 
-No Agustín, el tiempo se terminó, contestó el inspector, las cosas ya no son como antes, la gente no usa más el correo. -Bueno, pero... alguna solución tiene que haber, dijo don Agustín, no puede desaparecer así como así, y se puso a llorar amargamente.
Don Agustín, don Agustín, ¿qué pasa, por qué llora?, preguntó Alberto, el policía que paraba en la esquina. -Vamos a cerrar el correo, contestó el inspector. -No, ¡no puede ser! gritó Alberto y salió corriendo. No se preocupe don Agustín, ¡esto no va a pasar! gritó.
Pasaron las horas y llegó el momento, Don Agustín bajó la persiana por última vez y muy triste se fue a su casa, apagó todas las luces y se acostó sin comer.
A la mañana siguiente lo despertaron los golpes en la puerta, -¿Quién es, qué pasa?,  gritó asustado. -¡Abra don Agustín!. Era Alberto. -Venga, ¡tiene que abrir el correo ya! -¿Pero cómo? preguntó don Agustín, si se cerró para siempre. -No, no sabe lo que pasó, gritó Alberto.
Don Agustín abrió y salieron corriendo. Cuando llegaron al correo, no lo podían creer, la cola ocupaba toda la manzana. Don Agustín abrió y comenzó a atender mientras preguntaba:  -¿Qué pasó, qué pasó?. Entonce Alberto muy serio le contestó: -¿Sabe qué pasa? se cortó la luz, se rompió un transformador y hasta enero no lo arreglan, ¿qué me dice? Sin electricidad internet no funciona.

Desde ese día el correo retomó sus actividades y nunca más cerró. Y...lo más increíble: nadie supo por qué se rompió el transformador.

Cristina Quarella
cristinaquarella@hotmail.com.ar








El tesoro más preciado


Era una tarde calurosa en la pequeña ciudad cordobesa de Melizán. El sol había dado de pleno todo el día y recién ahora estaba aflojando.
A las 5 en punto llegó el Lichu.
Tocó el timbre en la casa del Juan y esperó. Esperó un rato largo porque el Juan todavía no se había calzado los botines y tenía que buscar la pelota en el garage.
El Juan era el dueño de la pelota y por lo tanto hasta que él no llegara al campito vecino al colegio, no podían empezar el partido.
El Lichu y el Juan eran compañeros de las prácticas de fútbol que hacían los chicos del colegio todos los martes y sábados. No eran grandes amigos porque estaban en grados distintos, pero se llevaban muy bien. El Lichu estaba ya en sexto y el Juan a pesar de ser muy alto para su edad y parecer mayor, cursaba el quinto.
Al final, el Juan salió y juntos rumbearon hacia la canchita.
Ese sábado jugaban los “grandes”: la 1ra de Melizán y la de Salvequia. Los dos estaban luchando por la punta del campeonato y el ascenso a la “C”.
Se sabía que la hinchada del visitante era brava, muy conocidos por ser revoltosos y bravucones, pero como jugaban lejos del campito, nadie estaba preocupado.
Los chicos ya estaban a tres cuadras de la canchita; iban charlando de los lesionados que tenían, de cómo iba a formar el equipo el maestro Ramirez, que era el entrenador… cuando vieron parar en la esquina un camión lleno de hinchas de Salvequia con banderas y bombos. 
Y entonces uno les gritó:
-¡Che, ustedes mocosos, a que les sacamos la pelota y nos la llevamos!-
El Juan agarró fuerte la bolsa de red que contenía el preciado tesoro y lo apretó junto a su cuerpo.
-Estamos fritos, qué hacemos?- le dijo el Lichu.
No tuvieron tiempo para nada porque les vinieron los hinchas de Salvequia de frente.
El Juan trató de defender la pelota escondiéndola debajo de la camiseta, pero los vándalos se acercaron rápido y empezó la pelea. El Lichu se le puso adelante del Juan tratando de cubrirlo. 
¡Qué pelea tan despareja! Los muchachos fueron golpeados y pateados, sin embargo el Juan seguía con la pelota debajo de la remera y no la largaba y el Lichu repartía los golpes que podía pero era mucho más lo que recibía que lo que daba.
Cuando ya casi estaban vencidos, se escuchó la sirena de la policía.
Los de Salvequia corrieron hacia el camión y huyeron con la policía detrás.
Los dos muchachitos quedaron magullados, con algunas marcas y chichones, pero los dos miraron la bolsa de red con la pelota.
La habían defendido con el cuerpo y con el alma. Y se sentían orgullosos.
Ahí llegaban corriendo los otros integrantes del equipo que se habían enterado de lo que estaba pasando.
Al Juan y al Lichu los levantaron en andas mientras todos reían, aplaudían y se abrazaban.
La pelota seguía con ellos; era el trofeo más grande y querido que podían tener.
Y así llegaron al campito, con los chicos aún en andas.
El Juan y el Lichu se miraron y sonrieron.
Había nacido entre ellos un lazo tan fuerte que perduraría a través de los años, porque ahora estarían unidos no sólo por la amistad, sino por el amor a la pelota.
Y eso era lo máximo.

Susana Stazzone
susariv@gmail.com









Son apenas las 6 de la mañana, de un día que se anuncia como un típico dia otoñal. Ella hubiera querido seguir en la cama y así acortar su ansiedad, de la que no podía desprenderse, y que tampoco la dejaba pensar en otra cosa, desde el momento en que acordó con él, fijar el primer encuentro ese día. Pasaron muchos años de la última vez aquella en que se vieron. Ella lo seguía recordando y en su pensamiento, se hacían presentes los momentos vividos en sus años juveniles; hasta que el destino dispuso separarlos. Todo ajeno a sus sueños y su sentir. Pero aquella separación no fue sinónimo de olvido. Por eso la inquietud, ante el hecho de volver a verse no la abandonaba. Se preguntaba si él la reconocería, si volvería a ver aquella sonrisa que nunca olvidó. Como tampoco había olvidado el amor que la unió a él.  Ese encuentro será como traer al presente, los momentos de aquel idilio. Fue hacia la cita en aquel café, con la incógnita del encuentro. Qué le diría al verlo, y cómo le hablaría él. En un momento pensó el volverse, pero ya era tarde. Apuró el tiempo de encontrarse. Al entrar en la cafetería lo buscó con la mirada. No estaba y la angustia fue enorme. Buscó una mesa en un lugar apartado. De pronto se abrió la puerta. Era él, que la buscaba recorriendo el salón con la mirada. Cuando estuvo frente a ella, y vió su sonrisa, sintió que no la había olvidado. Lo mismo que yo, pensó. Las palabras trajeron recuerdos, momentos felices, pero algunos silencios dijeron mucho más. El tiempo transcurrió. Pensó en un nuevo encuentro para decirle cuanto lo esperó. Al final se sentía feliz de saber que el olvido no había podido con aquel amor de juventud.

Jorge Omar Alonso
jorgeomar_alonso@yahoo.com.ar
La plata