Revista Viajero N° 2 - Septiembre 2004



Por la paz

De la serie "Cantar de los Cantare" a la vida
"La de Aristóteles", "El motor de la creación es el amor"
"Los poderes"
Las voces del mundo,
se alzaron...
para decir tu nombre,
Paz en la tierra...

Entre ellas, la palabra, la música, el pincel y el canto.
Apenas opiniones y acuerdos...
El tiempo fue transcurriendo
pasando ligeras las aguas, bajo los puentes.

Mientras tanto el Obrero,
Campesino...
Intelectuales,
trabajando trabajando... trabajando.

En una lucha intestina por existir y vivir.
El hambre por el hombre, jugando a todo o nada.
Y como en un goce maquiavélico...
hasta te declararon Guerra Santa.

Mabel Bucich


















Juntos en una sinfonía


Cuando tus brazos
apretaron mi cuerpo
notas musicales
escuché a la distancia.

Como una sinfonía
vibré toda junto a ti
tu boca juguetona
buscaba la mía
apurada e inquieta
como si el tiempo se acabara.
Y con más fuerza apretabas
tu cuerpo en mis senos
como si quisieras
en un pequeño preludio
acabar con los años
que tanto nos añoramos-

Sinfonía de clarines
cascabeles y campanas
resonaron al unísono,
cuando nuestras bocas se juntaron
tus brazos con los míos
un solo cuerpo formaron.

Y muy juntos hemos tocado
la sinfonía del fuego.
Donde hemos perdido
los sentidos y suspiros.

María del Carmen


















Juntos en una sinfonía


Cuando tus brazos
apretaron mi cuerpo
notas musicales
escuché a la distancia.

Como una sinfonía
vibré toda junto a ti
tu boca juguetona
buscaba la mía
apurada e inquieta
como si el tiempo se acabara.
Y con más fuerzas apretabas
tu cuerpo en mis senos
como si quisieras
en un pequeño preludio
acabar con los años
que tanto nos añoramos.

Sinfonía de clarines
cascabeles y campanas
resonaron al unísono,
cuando nuestras bocas se juntaron
tus brazos con los míos
un solo cuerpo formaron.

Y muy juntos hemos tocado
la sinfonía del fuego.
Donde hemos perdido
los sentidos y suspiros.

María del Carmen










El desbande se derramó en los andenes

El desbande se derramó en los andenes. Las pancartas gritaban ahogadas y un estampido instaló el silencio apenas; uno chiquito que reventó en clamor con algo de ovación y de replique. Y una mano enguantada sin dueño, como siempre, disparando una chispa y la línea directa, impecablemente recta, invisible, decidida y certera abrió el aire con un silbido de muerte. Buscaba un lugar fijo, sólo uno, ése, el único que le correspondía: su camisa de algodón, la piel; penetró en un punto entre el trapecio y el deltoides, la base de la fosa del omóplato izquierdo, justo allí. Blanda de blanduras, fácil de facilidades. Encontró el ritmo de la aurícula izquierda retumbando en la humedad de las rojiazuladas horas pasadas. 

El cuerpo cimbró apenas. El dolor fue ligero, recuerdo de otros ya calmados. Un cansancio sobre los párpados, en la nuca, bajó ó a las piernas que se doblaron y minuciosamente se dejó recoger por las baldosas sucias del andén. Alrededor las corridas lentas y mudas, solo las bocas se deformaban, se movían rápido con sonidos de cavernas. Brazos y piernas rozaban la caída; no pudo evitar que los párpados se cayeran con ella adentro de la oscuridad del cerebro. Un negro de terciopelo. Y se fue desprendiendo. Se vio desde arriba. Separándose de ella. Sin sonido, sin frío, sin dolor, nada. Nada. 

 

Chalo Agnelli / Diciembre 2002

















El juego


Desde hace mucho tiempo atrás.Desde hace tiempo atrás, Desde hace mucho pero mucho tiempo atrás mi mente, mi mente. Mi mente juega un juego. Siniestro juego, absurdo. Donde las piezas una vez utilizadas invierten su rol. Donde el paso al frente repentinamente se convierte, en retroceso. Inevitable es escapar de Él. Ya que el universo entero, ambiguo por naturaleza, una y otra vez hace que el principio del mismo se de nueva y constantemente. Constantemente...
Todo hace pensar que es inexistente, pues intangibles son sus piezas, inexplicable que el escenario del juego sea un tablero tan visible como complejo. La vida misma, el pasar de los días en esta vil existencia. ¿Quién será el ganador? ¿Habrá un solo triunfador o será una estirpe de ellos? Con un pasado y una ideología en común. Nadie puede saberlo. Nadie aún puede saberlo. Nadie aún puede saberlo pues es este el mayor y más secreto de los secretos. Y es bien sabido por aquellos participantes más avanzados, que el inconocible reglamento nunca encontrado advierte sobre algunos crédulos y curiosos que intentarán descubrir la esencia y el sentido del juego. Visión está prohibida y que exige la total descalificación del participante. Y su posterior desaparición de la faz de la tierra, para nunca volver a pisar el tablero del cual en algún momento fueron pieza importante.

El Elegido










Más alla del cuadro (o más adentro)

Ofende la música sabía nuestro deseo 

Arthur Rimbaud 


Un paisaje. Una límpida burbuja de azúcar. Numerosos triángulos marrones, troncos oblicuos enfrentados; sus ojos verdes rodando por las laderas. Entre las montañas, espacios llanos de insolada locura, siglos diurnos y fertilidad para sembrar circos. Incontables variedades de espectros (de inéditos colores), desenfrenados como pañuelos ingrávidos, intensamente embriagados por el viento añejo, embotellado en el valle. Meteoritos inmóviles, en amarradura a los verticales y laberínticos muelles; son rocas sabrosas que reprimen en su interior las estelas de elixir. El lago de hojas y brújulas lozanas amortigua la brusca caída de la suicida felicidad.

El pintor, con  su carne arrugada, como una amapola, por la obstinación solar, aparece con una cubeta y se dirige hacia el establo. La blanca vaca lo presiente y rumia la angustia. Sus semejantes ríen. Las hábiles manos aprietan y desaprietan las tetillas y un chorro de leche se dispara dentro de la cubeta. Las manchas negras brotan del pelaje de la blanca vaca hasta que cubre la totalidad. Su cuerpo, sustraído de enérgico espíritu, cae provocando un movimiento sísmico propagado por los eslabones de la cadena montañosa y provocando su ruptura. Abolici{on de la esclavitud del fuego: se libera y se extingue. El sol es un espejo  lunar. El día eterno es una momia; eficiente conservación bajo casi doce capas de leche, sábanas de aluminio, muros de muelas. El pintor ajetreado tiene una idea, decide la creación de un lecho para la razón, de una tumba transitoria. Hunde el pincel dentro de la cubeta de leche. Lo saca y lo acerca al cielo. La torpeza de su hastío produce un movimiento corto y erróneo, la leche se salpica. Esas pizcas se titulan estrellas y la mancha posterior e intencional, debe ser la insigne luna.

El día se desenvolvió y su esencia, su corazón, era azul oscuro o negro. Es la noche. Son mil y una moscas, del tamaño de ávidos vampiros, del tamaño de noches, que oyen los cascabeles azucarados, y se desesperan por ceñir la cintura de la femenina luna y los caramelos de las estrellas. Aguardan el momento oportuno para devorar la dulzura. Luego de varios mordiscos, se detienen y aprovechan los huecos, las heridas. En esas cunas colocan sus bebés ovalados, que cuentan regresivamente para la gran explosión:collage de queso y rouge, oro y sangre. Una mujer sufre, goza. Su amante la degrada, la ama. La leche es, ahora, gobernada por las fuerzas autoritarias desatadas durante el estallido, se alinea y marcha como un ejército de telas angostas y extensas; como ríos blanquecinos y censuradores. La noche se momifica y el día despierta, abre sus luces dentro de la pequeña y opaca pirámide de la vanidad. Luego, se peina frente al espejo del mar. Cree estar solo, ser genuino en la vasta eternidad. Cree ser autónomo, único, omnisciente y sublime, pero no lo es. No lo somos. Estamos atrapados dentro del cuadro y existe algo más allá (o más adentro).


Gastón










El jardín de los peligros


Ese día me había despertado muy tarde. Observaba cómo aquella preciosa bola dorada iluminaba ese tremendo espacio en el que me encontraba. Era el lugar más grande que había conocido en toda mi vida. Pegada a mi lado había una vara larga y muy alta que sostenía algo hermoso en su extremo superior, algo color rojo con delicados pétalos, una flor. Mirando al frente podía ver otras parecidas, o bien hojas extrañas y largas que caían casi sobre las cabezas de mis compañeras.
Yo tenía una enorme curiosidad por saber qué había fuera de ese lugar. Quería subir a la flor para poder ver más allá, pero me había lastimado un alita y ahora ya no podía volar. De todos modos, estaba decidida, iba a trepar con mis patitas hasta la punta de aquella planta. Seguramente mis amiguitas se quedarían allí abajo y, desde la cima, podría distinguirlas por sus alados colores.
Sin pensarlo más tiempo, comencé a subir lentamente, enganchando mis patas en los pequeños pelitos del tallo. Sin embargo, debí esquivar con extremado cuidados esos puntiagudos y filosos triángulos que salían de la larga vara.
Un tiempo después, llegaba agitada a la flor. Desde allí arriba pude ver todo con mucha claridad, pero cuando volví a observar la tierra, me di cuenta de que mis amigas ya no estaban. Grité y grité, no obstante nadie vino, por lo que decidí quedarme a disfrutar de esa vista espléndida. En ese momento, comencé a oír un sonido muy fuerte que se acercaba más y más.
Tuve miedo y me quedé en lugar inmóvil, sin hacer el más mínimo ruidito, hasta que vi acercarse una cosa grande, que se movía velozmente y que era muy distinta a mí. Tenía tan solo cuatro patas muy largas, de las cuales usaba dos para caminar y las otras dos para matar, como si fueran tenazas. Era un humano, como lo llamaban mis padres y todo mi grupo, y venía hacia mí. Seguramente había escuchado mis gritos, ahora me buscaba para matarme.
Traía en sus flacas patas delanteras ese tubo raro, ese tubo asesino que había matado a muchos de los míos. Ese que destapaba con tanto cariño y que luego rociaba sobre nosotros. Mi miedo se convirtió en terror, por lo que, sin meditar un segundo, me tiré alocadamente desde la flor hasta el suelo. Cuando caí, me lastimé una de mis seis patitas, pero aún tenía otras cinco para escapar. Al menos debía intentarlo, ya que si me quedaba allí moriría retorcida y sin remedio.
Escuché el ya conocido “ssshhhh” y, al instante, ese odioso y temido líquido empezó a esparcirse por todo el lugar. Si no me iba, me alcanzaría, así que comencé a correr como podía, hasta que me cansé y me escondí debajo de un papelito transparente y pegajoso. Allí me detuve por un largo rato, con mis ojitos mirando sin ver. De repente, sentí nuevamente los pasos que se fueron haciendo más tenues hasta desaparecer. Por fin se había ido. Levanté aún con temor, mi vista, pero no vi nada.
Cuando intenté salir de mi escondite, me percaté de que una de mis amiguitas venía caminando muy despacito. Un momento después, se desmoronó en el suelo. Asustada, me acerqué para preguntarle qué le sucedía. La vi, sus ojos le daban vueltas hacia todos lados, ya no tenía salvación. Me apoyé sobre ella que estaba boca arriba, con sus alitas en el piso. Al levantar mi cabeza de su cuerpo, observé sus patas, las cuales se fueron cerrando lentamente hasta acurrucarse en su pancita. Había dejado de sufrir.
Sin casi pensarlo, supe que ese líquido la había matado. Le di la espalda a mi amiga con el más profundo dolor que una compañera pueda sentir y continué caminando. Por fin, pude hallar a las demás, quienes al verme se juntaron para llevarme en sus espaldas. Un tiempo después, volvía a jugar con ellas; ahora ya tengo mi alita sana y puedo volar, mi patita todavía está entablillada con medio fósforo y vendada con un hilito. Sin embargo, Ninita ya no está y yo me pregunto: ¿ese será el destino de todas las vaquitas de San Antonio?
 
Natalia S. Rotelo
















Ejércitos de la mente


El espacio perdido
y la nebulosa de tu alma,
comprenden los ejércitos
de una mente desarrollada.
 
Y te puedo mirar,
y sabré de los años enfermos
si me comienzo a llamar,
y llegará algún día,
y seré lo que nunca fui
por colmar en la brisa de tu paz,
por los deseos de sol y libertad,
por lo que siempre
ansía una sangre caprichosa
y voraz.
 
Y en la cima de una luz inventada,
descubriré la ciencia dibujada en vano,
y tendré que volver a callar,
y silenciaré mis sentidos
cuando quiera gritar,
cuando desde, un laberinto espejado,
las corrientes se alternen al azar
y yo, no existiré más ...
 
Y me puedo mover,
y no quiero volver,
y los siglos de especies
dañinas empapelan un cielo
que de a poco seducen al mal,
y ya no quiero más,
siento una muestra interesante
de tiempos marginados en la neutralidad,
de lo que un corazón amorfo
escribe en una poesía sin sal...

Esteban

















Yo inversamente proporcional

 
Yo soy.
No soy. ¿Qué soy?
 
Acá estoy sentado sobre un mar,
como flotando. Duermo alborotado
en un papel que en mi sien es calor,
o será el frío, que es amor aplastado.
Solo y conmigo tengo soles cuadrados,
que mis dedos ven para olvidar.
 
No soy. ¿Soy qué?
Yo soy.
 
Yo soy el que con un plano dibuja formas gigantes,
que dentro de un vacío encuentra un lleno,
en un vaso roto, aún gotas de agua.  
Nado en la arena de mi reloj;
Devoro monedas del puerco glotón,  
que tiro hacia el egoísmo,
hacia la vergüenza. Mipropio yo.
 
¿Qué soy? Yo soy.
No soy.
 
Tras esa ventana azul, el abismo
pobre, solitario. El abismo
espera. Siempre espera.
Yo abismo. Y la misma ventana.
Los pies rasgan cornisas.
Y yo: abismo cornisa.
Me trago el cielo,
suplico a una nube.
Pero en fin. Yo soy esa nube,
que detesta el suelo.
 
Un niño mira. Una playa.
Una ventana. El horizonte. Yo nube.
Se ve una forma. La piedra.  
Tras esa roca. El abismo. Yo abismo.
Yo mar y sol y luna.

Jonatan