Revista Viajero Nro. 146 - Noviembre de 2019




La música

La música, un arte que transmite sentimientos, una gran compañera, el placer de escucharla, de sentirla, de apreciarla.
Enriquecedora del alma, espíritu y corazón, da alegría y sanación a aquellas almas perdidas que vagabundean por el mundo con pena y dolor.
La música al oírla agudiza mis oídos, mi cuerpo se siente jovial, sonrío con total felicidad por que la siento de tal manera que no puedo vivir sin ella.
Es mi musa inspiradora cuando tengo que escribir poesías y versos de amor, la música alivia y sana enfermedades, es un arte de apreciar, de valorar, porque así es como la siento, la música suple la soledad por companía.  

Gabriela Gargiulo
gabrielagargiulo77@gmail.com









La alfombra

Catalina era una joven muy particular, vivía sola, no se relacionaba con su familia y tampoco tenía amigos. Su casa era muy antigua, se encontraba en el barrio de San Telmo, tenía muchas habitaciones desocupadas, vacías. Ella usaba solo una, en la cual tenía pocos muebles, solo un ropero, su cama y una mesita de luz sobre la cual estaba la única lámpara que alumbraba el ambiente.
Catalina trabajaba nueve horas por día en una oficina, llevaba la contabilidad de una fábrica situada en la ciudad de Lanús, todos los días viajaba desde San Telmo pasando por Constitución dónde tomaba el colectivo 45 que la dejaba en la puerta de su trabajo. Nunca caminaba, no miraba vidrieras, no iba al cine o al teatro, su vida transcurría en el trabajo donde no compartía nada con nadie, y las pocas horas que pasaba en su casa las utilizaba para cenar, pues volvía tarde, y dormir para levantarse temprano y otra vez a trabajar. Y asi pasaban los días, su rutina era agobiante, pero ella parecía no darse cuenta, seguía y seguía sin cambiar nada.
Un día justo antes de salir golpean la puerta, Catalina se sorprendió y preguntó -¿Quién es?- De la casa de alfombras señorita, le contestó una voz agradable. -Yo no encargué ninguna alfombra-, replicó Catalina. -Bueno no sé, yo tengo ésta para usted-, dijo el joven. Muy extrañada abrió la puerta y se encontró con un apuesto joven que cargaba un rollo inmenso. -¡Bueno, por fin!-, exclamó Alejandro, asi se llamaba el joven, -¡se la entro y la acomodamos! -Pero, protestó Catalina, yo no quiero ninguna alfombra, además se me hace tarde para ir a trabajar-. Alejandro sin esperar más, entró, caminaba como si buscara algo en especial, Catalina lo seguía enfurecida. De pronto se detuvo ante una puerta, -¡Allí no!, gritó Catalina. Sin escuchar, el joven abrió la puerta. La habitación estaba totalmente vacía, entró, estiró la alfombra en el piso y comenzó a abrir las ventanas. Los rayos del sol no tardaron en iluminar todo, las paredes eran blancas, inmaculadas, y la alfombra era hermosa, fuera de lo común, muy colorida. Catalina quedó muda, nunca había visto tanta iluminación. Alejandro satisfecho con su trabajo, se despidió y se fue.
Eran casi las diez de la mañana, tarde para el trabajo. ¿Qué hago ahora? pensó Catalina, ¡con todo lo que tengo que hacer hoy! Resignada miró la alfombra y vio que sus flecos se movían. Qué extraño,¿qué estará pasando?, se preguntó a sí misma. Cuando iba a cerrar la puerta para salir no pudo, se había trabado, entonces como si algo hubiera cambiado en ella entró en la habitación y se acostó sobre la alfombra a disfrutar de ese magnífico sol.
Se durmió y soñó que era otra persona, que podía salir, tener amigos, estudiar, no todo en la vida era trabajo. De pronto se despertó y sintió una fuerza que la empujaba hacia la calle, salio y...allí estaba Alejandro, esperándola con un ramo de flores. ¿Salimos?, le preguntó. -Si vamos-, contestó. Y juntos caminaron por San Telmo decididos a comenzar a vivir una nueva vida a partir de ese momento, y todo gracias a una alfombra que nunca se supo quien la envió.










Una bocanada de aire fresco

Hoy salí a observar la Osa Mayor,
y sentir como los jazmines
colmaban de fragancias el Camino Verde.

Salí...
para contemplar la luna
y ver como las constelaciones se abrían
ante su paso sin estupor.

Salí para recoger,
como los Alquimistas,
el rocío de las plantas
y crear Nuevos Elixires con sus Gotas Sanadoras.

Salí para subir al Pequeño Monte
y desde ahí, observar el Divino Cosmos en expansión.

Salí para echarme en la hierba
y comenzar así, mi Sagrada Meditación.

Hoy salí,
y entre las maravillosas cosas que hice,
tan sólo salí para tomar una bocanada de Aire Fresco.

Erika Luz de Dios









La sabia colaboración de Papá Noel

En las últimas tres semanas, Clarisa había pensado mucho en como pasar las fiestas navideñas. Daba la casualidad que unos días antes del 24 de diciembre cumplía años; esta vez era un número redondo y eso a las mujeres las preocupa siempre.
La familia se había achicado notablemente y de aquellas grandes reuniones que se hacían en su casa ya no quedaba casi nada.
El balance era magro; y dentro de poco tendría que tomar la decisión de donde transcurrirían sus últimos años.
Es verdad que tenía dos hijas, pero cada una hacía su vida y lejos de ella estaba interferir en sus cosas.

La mayor se había establecido en una de las provincias más lindas del país, en la ciudad de Santillán, con su pareja y sus 2 hijos y estaba dicho que no iban a regresar a Bs As. Había organizado allí su vida y estaba bien, era su elección.
 En los últimos años Clarisa iba asiduamente a visitarlos; no quería perderse el crecimiento de sus nietos, que transcurría tan rápido como la vida de una mariposa.
Alguna ciudad cercana a Santillán podría ser la opción que buscaba Clarisa para su futuro.
Ah, olvidé contarles que allí también vivía la familia política de su hija.

La otra hija vivía por ahora a unas cuadras de la casa de Clarisa, pero siempre con la idea de irse del país porque aseguraba que acá no tenía las posibilidades que merecía. Con su pareja tenían decidido partir, si es que conseguían trabajo, al país  que consideraban su lugar en el mundo. En poco tiempo harían las valijas y estarían en Ezeiza.

Las posibilidades de Clarisa de tener una vejez feliz y en compañía, eran  evidentemente escasas; por el contrario, se avecinaba la soledad de los últimos años, y contra eso estaba dispuesta a luchar con espada y con facón.
 
Finalmente decidió pasar las Navidades en Santillán y allá fue con la ilusión de ver a sus nietos que eran el sol de su vida.

Retiro, gente, bus, espera, retrasos, más gente, más retrasos, insomnio, corridas por los retrasos. Y llegó el arribo a Santillán, y todos los inconvenientes se olvidaron.

24 a la noche. Hermosa noche estrellada con la mesa en el jardín.
Para esa ocasión, Clarisa había decidido sentarse junto a Elena. Esa silla estaba vacía porque no muchos querían ese lugar en la mesa. Pero Clarisa tenía decidido hacer el sacrificio de compartir la cena con ella, como ofrenda al Señor.

El nieto pequeño, absolutamente emocionado, esperaba la llegada de Papá Noel, y aunque no lo puedan creer, este generador de ilusiones infantiles, se hizo presente a las 12 en punto, con su traje rojo vivo, su cara de viejito bonachón y una bolsa enorme de regalos. Pero no entró por la chimenea porque hacía mucho calor, sino que bajó por los techos, que era mucho más fresco.
En la bolsa había muchos juguetes para los chicos y algún que otro regalito para los más crecidos.
A Clarisa le dejó dos paquetitos; cositas lindas, que miró y volvió a guardar cuidadosamente en sus bolsitas.
Elena también tenía dos regalitos, con contenido desconocido.

Clarisa se levantó para ir a la cocina en busca del pan dulce y las frutas secas tradicionales, pero mientras regresaba a la mesa con la bandeja, vio a Elena revisando sus paquetes sin ningún pudor ni vergüenza. Seguramente estaba comparando si los regalos eran de la misma calidad y del mismo precio que los suyos.

-Nadie me vio- habrá pensado Elena, pero fue vista justamente por quien no debía verla: la dueña de los regalos.

Y aquí surgió la gran duda de Clarisa: ¿Debía  encararla y dejarla en evidencia frente a todos como una gran entrometida? ¿O sería mejor dejarlo pasar y guardarlo en el olvido como una intromisión más de Elena entre tantas otras que tuvo a lo largo de su larga vida?
La segunda opción fue la elegida. Mejor no generar roces en la mesa navideña. 
Sin embargo Elena no pudo con su genio y la interrogó como un fiscal en un caso policial. ¿Que quién? ¿Por qué la diferencia? Yo quería lo mismo que vos
Clarisa no contestó. Se preocupó por cortar el pan dulce en tajadas casi perfectas, iguales unas a otras, para que esto le diera tiempo para calmarse y dejar correr todas esas preguntas como agua entre las rocas.
Pero Elena era perseverante y continuó con su interrogatorio desgastante: ¿Cuándo te vas? ¿Por qué te quedás tantos días?
Clarisa estaba harta y consideró que era hora de terminar con estas preguntas sin fundamento.
-Me voy a dormir Elena. ¡¡¡Ya tuve bastante por hoy!!!
Y se retiró.

Pero Clarisa tenía una cosa bien clara: la ciudad de Santillán y sus alrededores no eran apropiados para vivir en los próximos años, por lo menos mientras Elena siguiera allí.

Susana Stazzone









Incordurado

El lento peregrinar de espesas nubes de uno de tantos cielos,
haciendo de agrias timias, los dulces días borgoña.
Una mujer lanza una flecha con los ojos profundos,
un crisantemo pierde un pétalo ingrávido,
los autos pasan, con sabor a ráfaga febril,
un ave rapaz grazna en vez de cantar.
El gris del asfalto pinta  melancolía en puro estado
y el aroma a tierra avecina lluvia, crepitantes puntos incoloros.
Se ciernen  alturas celestes ceniza,
hollín de calderas, mina de carbón diamante.
La mujer se encorva en descenso fantasmal,
y llueve con su primer lágrima mercurio.
Un piloto cubre su sien desencadenada,
un ruidajo de humedad colma el circundante,
mis zapatos crujen roídos de cuero y agua.
Observo la escena, fatal fachada de domingo,
contrasto con una sonrisa a medias de principio,
tímida de truenos perspicaces y paraguas.
Pienso en el océano, exacerbante grandeza,
en la espuma salada, aglomerada esfera,
pienso en los que no están.
Voy de rostro descubierto
peregrino de nubes y artimañas,
navegando sin soltar el piso, bergantines anaranjados.
Como así respiro, voy.
Y exhalo
sonriendo de final
Bajo la tibia lluvia de los incordurados.

Luciano Calzada









Pronóstico de tiempos exitosos

Que el diluvio de emociones bonitas no dejen de llover. 
Que sobre la tierra fértil las alegrías no dejen de caer,
porque no hay tormenta que eternamente pueda prevalecer. 
Hay que cruzar las turbulentas aguas primero para luego poder
las inclemencias del clima con acicate vencer... 
Aunque un ciclón caiga, que la calma sea quien pueda contener; 
logrando una cascada que serene al agua que quiere recorrer, 
las hendiduras de la elocuencia, que si no se la logra sostener, 
provocará la inundación más grande que no permitirá absorber
toda esa agua que la adversidad pretende en los bordes verter,
haciendo proclive a menguar la fortaleza y así decaer.
Que si se desata un tornado -con entereza- hacer caber,
la tenacidad... que en cada uno puede crecer;
solo basta ser perseverante y no dejar de creer,
de lo que se es capaz de persuadir ante el granizo que pueda doler.
Hacer que el arcoíris que adorne el cielo ¡sea un deber!
para que el que naufrague sea el infortunio, y así romper
con todo lo que nos impida conquistar y tener.  
Que si la lluvia es impetuosa se pueda sobre ella componer
la poesía más afable que permita hacer ver,
que se es aguerrido con la voluntad de convencer
Que después del vendaval, finalmente deja de llover.

Claudia Ortiz