Revista Viajero Nro. 137 - Febrero de 2019




El banco

Desde el primer día que empecé a trabajar en el Banco Provincia me dijeron que no habían conocido a nadie como yo. Salvo a Francisco Guindado y, aunque la decisión fue unánime, nunca pregunté por qué. Yo soy muy poco curioso, es más, a veces me creen por insensible, pero asumí que lo dijeron en forma sarcástica al ver mi diminuta estatura. Yo no me ofendo a pesar de que muchos me llamen petiso sin cogote, porque desde el jardín de infantes aprendí a ignorarlos, incluso cuando se reían de mí, tratándome como a una tortuga deformada.
Me asignaron en el archivo, un lugar lúgubre, inaccesible. Y sí, llegar allí era como haber realizado un viaje hasta el fin del mundo, porque las escaleras de mármol se hacían interminables y yo estaba convencido de que esa era la razón por la que nadie quería venir acá arriba. Mis compañeros, al principio me trataron en forma burlona y hasta despectiva, pero con el pasar de los meses me trataron con respeto como si estuviera custodiado por un voluminoso guardaespaldas. Ese comportamiento llegó a ser reverencial y tal vez por eso nadie se atrevía a pasar el umbral de la puerta del archivo. 
Me traían los expedientes para guardar, para realizar alguna corrección en particular o para archivar, pero nunca golpeaban la puerta de madera, solo los dejaban en el piso, muñidos de una nota como a bebés abandonados a su suerte. No creo que mi presencia les causara miedo, porque mi apariencia era más bien risueña, aunque Francisco, mi compañero, era alto como el mayordomo de los locos Adams, y tenía los dientes blancos como las teclas de un piano, y su piel traslúcida lo hacía parecer muy enfermo. Sin embargo, detrás de ese aspecto fantasmal y dentro de ese guardapolvo azul había una persona servicial, maravillosa y muy trabajadora. Es más, muchas veces le pregunté si dormía en el archivo porque siempre estaba cuando llegaba y me saludaba con una sonrisa cuando me retiraba, pasadas las seis de la tarde.
Fue fácil hacerse su amigo, porque la mayoría de los empleados lo evitaba, a pesar de su buena predisposición, de su prestancia señorial al hablar y de su cordialidad pasmosa, siempre lo evitaban. Al viejo nunca le importó que lo discriminaran por lo alto que era o porque rengueaba de su pierna derecha, sin embargo, prefería esconderse para no verlos. Ese grandulón se movía lento como un caracol desalineado, pero para el trabajo era una luz, que encontraba los legajos perdidos aun en los recovecos más inexplorados. 
Desde que lo conocí se comportó tímido, sumiso y muy introvertido. Él nunca quería llevarse los laureles del trabajo cumplido y me dejaba todo el crédito a mí. Nos hicimos amigos porque era un tipo sencillo, porque me ayudó, enseñándome dónde estaban todos los secretos del archivo, porque nunca se burló de mi altura, incluso cuando le pedía que me alcance los papeles apilados en el último estante, y porque apenas pasaba el portón de entrada, cada mañana, salía de la oscuridad para darme un abrazo de bienvenida como si yo fuera su único amigo. Y sí, nosotros éramos muy compinches. 
Pero esa tarde, un toc toc se hizo presente en la puerta junto con una voz desconocida, a la que no le pude responder porque estaba hablando por teléfono. La piba entró hasta el mostrador en forma sigilosa como si se escondiera de un francotirador y me sorprendió, porque nadie se atrevía a entrar al archivo. 
Se quedó apoyada en el escritorio, temblorosa, esperando a que terminara con la comunicación. Después que colgué la invité a pasar, pero se negó con una escusa que al principio me hizo gracia. El teléfono sonó nuevamente y lo corté porque necesitaba una explicación racional sobre sus palabras. Pedí al cielo que ese aparato endemoniado se quedara mudo, aunque sea por unos segundos. Sus últimas palabras quedaron flotando en la lentitud del archivo como una duda. La miré sin reacción, al principio, y cuando se alejó de las pilas de papeles como espantada, como si hubiera vista a un fantasma, mi voz reaccionó. Salió por la puerta sin detenerse y aunque llegué a suplicarle, a rogarle, a los gritos que no se fuera, nunca volvió.
Nadie quería pasar la puerta del archivo, claro que las escusas eran variadas y todas distintas. Hace mucho frío y parece una morgue, la luminosidad de esa tumba me deprime, hay un fuerte olor a pis mezclado con desinfectante de lavanda, y la lista seguía, pero cuando vino ese martes la piba nueva y me dio esa excusa, tan original, tan descabellada, me descolocó: «Perdón que entré al archivo, solo quiero ganar una apuesta, pero si llego a ver al fantasma seguro que me voy a mear encima»
Mire muchacha, en todo este tiempo que trabajo en el archivo del banco, ni Francisco Guindado ni yo, vimos a ningún fantasma ni a nada que se le parezca. le dije con total seguridad y franqueza, mientras fruncía mi cara en señal de enojo.

Yo soy nueva en el banco, pero me contaron que Francisco Guindado entró por esta puerta al archivo hace veinticinco años y nunca lo encontraron ni vivo ni muerto. Dicen que nunca salió de aquí…y cuando parecía seguir la frase, sus palabras se congelaron, cortándose de pronto con un filoso silencio. La piba abrió los ojos tan grandes como el dos de oros, tan grandes como su boca, y, sin tomar aire se dio vuelta, y al sentir la humedad entre sus piernas, empezó a correr…

Reversión del cuento Martes 13 publicado en el libro: Historia para no dormir

Oscar Enrique Falcão
ing_oefalcao@yahoo.com.ar








Y reirás por siempre

Tu sonrisa me atrapa
día tras día.
Mi eterna agonía alegra mi vida.
Tu calma me duele,
tus dientes ya no muerden,
ríes y ríes como caudales
de agua,
caes de arriba y llenas mi alma.
Tu dulce voz y tus gritos
son mi vida.
Tu enojo, tus lágrimas
me duelen,
pero te adoro.
Y tu valor y grandeza
serán para siempre mi gran fortaleza

Patricia Batiluschi








Un error con consecuencias

Aquella tarde estábamos descansando bajo los árboles. 
Hacía calor.
Eramos cuatro amigas inseparables desde que nos habíamos encontrado en el internado y a partir de ese momento nos transformamos en nuestra propia familia. No es que no quisiéramos a las nuestras, pero ninguna de nosotras tenía hermanos y seguramente por eso nos unimos tanto; Rosalinda, Ema. Griselda y yo.
Como eran las vacaciones de verano nos habían permitido pasar allí los 2 meses. Para nosotras era la felicidad más grande, nos sentíamos libres y dueñas de nuestras vidas.

Habíamos terminado de almorzar y estábamos un poco aburridas y somnolientas. El calor nos había pegado fuerte y no teníamos voluntad de cambiarnos de ropa para ir al pueblo. Tal vez más tarde….
Había pasado una hora cuando Ema se incorporó de golpe y nos dijo:
-Qué hacemos acá aburridas como 4 ancianas? Nos ponemos lindas y vamos a la terminal de micros a ver quién se va y quién llega. Yo puedo manejar la camioneta pues tengo la licencia de conducir-
Era una buena propuesta para salir de nuestro letargo veraniego.
En un ratito estuvimos listas y nos subimos a la camioneta. Ema tenía licencia pero no conducía bien. Todos los baches y cascotes sueltos del camino fueron nuestros conocidos.
 Y así a los saltos llegamos a la terminal. Nos sentamos en uno de los bancos a charlar, acompañadas por dos perros solitarios que se tiraron a nuestros pies, y esperamos…No eran muchos los micros que paraban en el pueblo de San Cosentino;  la espera podía ser entonces bastante larga.
Al rato para un micro de la línea Sol Federal.
Se bajó un muchacho de buen aspecto y buenos modales con una mochila y un bolso de mano. Nos saludó amablemente y se sentó en el otro banco a esperar. A cada rato miraba su reloj.
Nos llamó la atención tanta espera y empezamos a hacer suposiciones en voz bien baja para que no pensara que éramos unas metidas: que espera a los padres;  Ema decía que a la novia, otra al hermano, yo al chofer …
Finalmente se dirigió a nosotras preguntándonos si conocíamos a Federico, su hermano, que tendría que estar en la terminal esperándolo.
Ninguna conocía a ese tal Federico, pero pudimos entablar una entretenida conversación entre  los cinco. Y así, de casualidad, nos comentó que había estado estudiando en Madrid y ya finalizados los estudios volvía a su pueblo natal de San Cayetano donde lo esperaba su hermano que era su única familia.
¡Nos miramos las cuatro! Se había equivocado, ¡debía bajarse en la parada siguiente…
Lo subimos a la camioneta con el poco equipaje que traía y con Ema al volante y él más asustado que nosotras por su forma de conducir, llegamos a San Cayetano. 
El hermano estaba aún allí, lleno de preocupación. Hubo abrazos, alguna lágrima de reencuentro, también algún reproche por la equivocación y mucho agradecimiento hacia nosotras.
Quedamos en reunirnos al día siguiente en la casa de Rosalinda para charlar no sólo de la experiencia pasada sino también para conocernos mejor, ya que éramos de pueblos vecinos.
Llegaron puntuales, con las hamburguesas, el carbón, la ensalada y las gaseosas.
Ellos hicieron el asado y nosotras, nulas en la cocina, preparamos una torta poco presentable pero hecha con gran entusiasmo.
Nos llamaban sus “Ángeles guardianes”, un título muy ostentoso, porque lo único que hicimos fue ayudarlos un poquito. Nos divertíamos muchísimo pues eran muy agradables, todos teníamos anécdotas para contar. Así nos fuimos reuniendo varias veces y también nos fuimos conociendo. La guitarreada era infaltable, no había reunión en la que no cantásemos a viva voz, entonáramos o no; eso no importaba.
Y  para completar esas cosas raras que tiene la vida, yo me casé con Federico y Ema con su hermano y ya no fuimos una familia de cuatro sino de seis grandes amigos.
Fue la equivocación más linda de nuestras vidas.

Susana Stazzone
susariv@gmail.com









Alas abiertas

Con las alas abiertas al amor,
voy dibujando corazones en el camino
a cada uno le pongo un nombre,
abuelos, madres, padres, hijos, hermanos,
nietos, amigos.
Dibujando corazones en el camino de la vida,
de la noche estrellada, del sol ardiente,
en los ríos, en los árboles, en las flores silvestres
Tú el hombre, yo la mujer,
unidos en un solo corazón.

Marta María Nastaly
nastalymartamaria@hotmail.com








Tu divinidad original

Si en las oscuras NOCHES DEL ALMA
yo me pierdo,
¡oh PADRE AMADO!
rescátame de los terribles fantasmas de la maldad.
Si ves que lloro
y corro sin respuesta,
muéstrame TÚ, LA VERDAD.
Si salpica mi alma tristeza
y tirada al piso se desangra,
¡ven a mi auxilio pronto,
que TÚ ERES EL ÚNICO
que me puedes sacar de esta gravedad!
Y si callada,
sola
y pérdida
me encontrase
BÚSCAME,
ENCUÉNTRAME,
HÁBLAME,
SACÚDEME CON TU SANTO ESPÍRITU
para que ÉL RECREE todo en mí
y vuelva a restaurarse en mi SER
TU DIVINIDAD ORIGINAL.

Erika Luz de Dios
erkabd2008@hotmail.com








La razón de existir.

Muchas manos en el plato hacen garabatos .
Muchos cocineros en la cocina entorpecen la comida.
Adivina la palabra !
C_ _ t_
P_ i _ _
Los programas de certámenes en tv son geniales. Los programas de adivina la palabra son fabulosos.
Cuando era chico siempre quise ser un presentador de tv. Patético sueño!
Repentinamente me doy cuenta de que no soy feliz.
¿Será porque no he realizado mi sueño?
Lo que para uno es patético para otros es vital, esencial, la razón de existir.
Siempre pensando en lo que piensan los demás... eso sí es realmente patético. 
Me hubiera gustado hacer deportes extremos y todavía no lo hice.
Me hubiera gustado viajar por todo el mundo y no lo hice.
Con el tiempo una persona se acostumbra a abandonar cosas.
Con el tiempo se pierde la esperanza, el anhelo, el impulso.
Irónicamente cuando  uno alcanza un sueño ya deja de tener el mismo impacto que cuando se soñaba. Irónicamente pasa a no tener sentido. 
Nunca voy a tener lo que quiero! Porque si lo tuviera? Ya no lo querría. 
Prefiero vivir con el anhelo y con la duda de saber si algún día lo lograré...
Los sueños son  simplemente sueños. 
Nada más que eso...

Brian Lavedova