Revista Viajero Nro. 11 - Junio 2006






Alicia país de maravillas

Alicia
país de  maravillas
nubes bordadas
al croché.
Mil fotos antiguas,
un cielo en la mirada,
y la piel papel maché.

Alicia
miniaturas naíf,
el Sol bajo la puerta.
y en el balcón
un jardín.
Alicia
una niña
de pelo gris
bajando el telón.

Alicia
pajarones y bólidos
en tu alma de pebeta.
Un tango y un grito de gol
anunciando la partida
hacia tu mundo de vainillas
y zapatos de charol.

Un país de maravillas
Alicia
nos dejó.

Néstor Carlos Córdova
Dedicado a Alicia De Bodt de Cerviche
Mayo de 2005 













El Viaje

Miraba a través de la ventanilla lateral del auto que trepaba por el paisaje mara­villoso de la cordillera pero solo veía reflejada su cara en el vidrio y conversaba melancólico consigo mismo y escuchaba, como a lo lejos, la conversación del resto de sus compañeros de viaje. María lo miraba de reojo como preguntando: - Qué estás pensando, mi amor. Estaba perdidamente enamorada, sentía un amor, que nunca había sentido, por nadie, ni siquiera por su esposo que con llenarla de rega­los materiales, ya se daba por satisfecho. Marcelo, en cambio le daba amor. Intuía sus necesidades, tenía la palabra y la caricia justa para hacerla feliz y a su vez él, era tan transparente, que ella adivinaba los deseos que demandaba Marcelo, a los cuales respondía con todo su amor.
Aprovechando que el marido de María estaba de viaje, habían programado juntos el viaje a la ciudad, y para disimular ante la sociedad pueblerina, invitaron a unos primos de ella, pensando que pasarían un fin de semana inolvidable. Habían pre­visto que al llegar a la ciudad tomarían dos habitaciones, una para las mujeres y otra para los hombres, siempre también, para guardar las apariencias ante sus pri­mos. Comenzaron con preparativos para salir a cenar y luego bailar, hasta altas horas de la noche. Allí cantaron, saltaron y se divirtieron hasta quedar exhaustos. Cuando podían, se separaban del grupo para besarse, con mucho disimulo, para no ser descubiertos. Mientras estaban en la fiesta, planearon que al llegar de regreso al hotel, hallarían la forma de encontrarse en el pasillo y así poder estar solos toda la noche. Sigilosamente se levantaron en sus respectivas habitaciones, ya en el pasillo, oyeron ruidos de pasos, entonces rápidamente se metieron en la primera puerta que encontraron. Al trasponer la puerta, el lugar estaba tan oscuro que no veían nada a su alrededor, tanteando concluyeron que estaban en el cuarto de los elementos de limpieza. No les quedaba otra cosa que hacer, que esperar que todo se acallara y pudieran salir a buscar el refugio pensado. Era tan pequeño el cuarto que no podían hacer otra cosa que estar muy juntos, y entonces comenzaron a abra­zarse y besarse, lo hicieron con tanto entusiasmo, que en un momento dado descol­garon una repisa en donde estaban colocados los desodorantes, la cera para pisos y demás envases con otros contenidos, que al caer, hicieron tal estruendo que se des­pertó todo el hotel, incluidos los primos, todos salieron a los pasillos preguntando que pasaba, y que había provocado semejante estruendo. Entonces abrieron la pri­mer puerta que encontraron, que justamente era la del cuarto en donde estaban escondidos María y Marcelo que salieron a medio vestir, ensayando toda clase de argumentos para justificar su presencia en el lugar. Querían justificar lo injustifica­ble. Marcelo mudo, asentía y se reía, ponía cara de inocente y solo lograba poner­se mas colorado de vergüenza, María, más decidida, lo tomó de un brazo y lo sacó rápidamente de la escena diciendo: - Bueno che, creíamos que era la cocina, por­que estábamos buscando algo fresco para tomar.
Mientras duró la estadía en el hotel, fueron la comidilla de todos los pasajeros, que comentaban el episodio cada vez que los veían.
En el viaje de vuelta nadie acertaba con la conversación, parecía que no podían salir de sus pensamientos y tenían miedo de hablar y se sentía que el tema ronda­ba en el aire. Marcelo quería que se lo tragara la tierra. No quería dejarla sola en la encrucijada no podía hacerse el desentendido y mirar para otro lado. Entonces María hablo claro y muy firmemente con todos sus primos y les dijo que estaba muy enamorada de Marcelo y les pedía que guardaran el secreto, que el tema era una cuestión suya, con su marido y que solamente ella lo podía solucionar, La son­risa volvió a los rostros de los preocupados primos que prometieron guardar celo­samente lo acontecido, que desde ese momento pasó a convertirse en una anécdo­ta para todos, menos para Marcelo, que como en el viaje de ida, volvía a mirarse reflejado en el vidrio de la ventanilla lateral, preguntándose, porqué el episodio vivido en aquel hotel, había desnudado su corazón. Porque María, a quien sentía tan suya, no lo era en la realidad. Sabía que tenía que compartir su amor, aunque supiera - estaba seguro de ello - que solo lo amaba a él. De cualquier manera sen­tía la angustia de saber que estaba compartiendo a María aunque fuera solamente en una mirada.

Mario Cano













Guerra

la guerra quieta
los soldados se mueven
los soldados quietos
la guerra se mueve
¿y si alguno dispara?

Piano en un pasillo

la sala iluminada
silencio doblado en una de sus puntas enloquezco
plano
pasillo
transición hacia otro presente

Sus ojos

sus ojos ambiguos
sus ojos contraídos
sus ojos bicolores
sus ojos antiguos
sus ojos rasgados
sus ojos inquietos
el jarrón de las caderas
se angosta en la cintura
vientre marrón
rostro plano bello

sus ojos contraídos
otra vez
sus ojos

Expresión

la garganta
la puerta
el grito
la manija

después serpientes
espejo

Gastón
Poemas de Yugoslavia












... Último momento, en la placita de Palermo viejo (que por desgracia sigue amo­dernándose). Envuelto en aire a plaza urbana me propuse intentar escribir unas palabras desde el alma. El marco: Un paseaperros tomando Fanta, promotoras repartiendo chicles, un stone malabarista que se ilusiona por los aires. Hacia la esquina de Nicaragua un grupo de gente filma algo que no sé porqué intuyo comer­cial publicitario. Más acá, bajo los árboles, unos oficinistas se clavan un porrito. Sobre un banco a mi derecha una acalorada parejita de estudiantes se entrelaza raramente en un no muy bien disimulado pseudo-coito ilusionado. Hace un rato vino un pibe a ofrecerme unos collares y terminó él comprándome dos libros (¡ !). Cosa rara, así que rolando sigo, empujado por la sincronía. Posta que no sé qué está pasando pero algo está pasando. Siento que estamos ampliando poderes. La Tierra está aumentando su energía y nos afecta, para bien o para mal depende el caso. Aquello que sea lo que va creando el ensueño de la vida revisa sin equivocarse todas las pisadas, por eso hay que tratar de no errarle, de elegir todo el tiempo nues­tro camino verdadero, porque solo en él nos veremos beneficiados por ésa súbita subida de energía. Eso es así y no me lo discute nadie: La vibración de cada uno modifica el potencial a materializar la situación en la que estemos, y podemos com­probarlo fácilmente, en cualquier reunión, en una tiesta. Hay un montón de situa­ciones en las que todo va notoriamente modificándose en conjunto a nuestros cam­bios mentales, emocionales, sensoriales, perceptuales, espirituales y/o sentimenta­les. La realidad toda camina de la mano. A veces se puede llegar a percibir clarita la conexión, conexión que por supuesto la razón intenta camuflar tras la cortina de temores, pensamientos, rebusques y especulaciones nacidos en la confusión del ego interno. Pero bueno, no era mi intención ponerme tan en serio. Yo sólo quería escribir unas palabras desde el alma. Así que allá me voy. Atardece. Salto adentro…Si actuás desde el alma, el alma emana magia por tus poros. Y las irracionales partí­culas se esparcen por el aire (también irracional). Y el entorno, digamos, como que se te acomoda. Conectás con esa parte de la vida que danza. Tan simple que es muy loco, no? Para actuar desde el alma te hace falta fundamentalmente una cosita, que hasta suena casi idéntica, calma. Solo así los poros, boquiabiertos, comienzan a emanar aquella rara sustancia...

Diego Rojas, de Temporal








Para vos...y algo de mí

Cuan sabia es la ignorancia,
Más aun cuando busco ser feliz.
Solo necesito la esencia,
El olor, ese perfume,
Que tan etéreo como sublime,
Llena todo a la perfección.
No necesito detalles de ningún tipo
Y vos...
Necesitas saber tan poco de lo mío,
Que por eso te dejo ver solamente lo que es tuyo,
Lo que hice para vos.
Lo demás no existe en tu mundo,
Y claro que es mejor así.
Yo quiero verte sonreír,
Verte bailar junto a mí.
Jamas te mostraría el oleaje que rompe dentro de mi pecho.
Las tormentas, las tempestades que me acechan son mías,
las quiero para mí,
alguien, algún día, podrá navegar allí
pero vos...
sos una playa hermosa desierta,
virgen, sin problemas ni alturas,
sos planicie, sos descanso, sos plenitud
y así quiero conservarte.
Llena de virtudes, sin problemas,
una divinidad fugaz
que planea al ras
de mi cuerpo
si, así...

Leandro O. Silvay













Memorias de un golem

Me desperté, estaba parado (o más bien erguido) sobre mis grandes piernas entumecidas. Lo primero que hice fue mirarme las manos, tenían un tamaño considerablemente grande, y luego a mi amo, que se frotaba sus guantes enérgicamente con una expresión de triunfo. Cualquier humano lo hubiera descripto como un científico loco. Yo no lo podría definir.
En mi cabeza brilló una frase escrita en rúnico: “Matar a la traidora “. Supe que debía obedecer. No tenía otra opción. en ese momento, escuché a mi amo decir:
— Sí, al fin esa serpiente traidora va a sufrir mi venganza —. Al tiempo que decía esto se retorcía los poblados bigotes con una increíble rapidez. 
Mientras me dirigía hacia la salida del laboratorio, divisé unas extrañas criaturas. A la primera logré distinguirla con facilidad: era un elfo, una criatura noble y bella, digna de respeto entre humanos y demás. La segunda criatura, al principio creí que era un duende robusto, por su extraño comportamiento, pero luego descubrí que se trataba de un enano. El comportamiento de ambos individuos me sorprendió: El elfo parecía demasiado despreocupado (algo realmente atípico de un elfo), pues estaba tranquilamente acostado balanceándose en una hamaca, leyendo un libro. Por su parte el enano, se veía demasiado, demasiado, amable (algo imposible viniendo de un enano). Era obvio que éste, al igual que el elfo, eran experimentos fallidos de mi amo.
En ese momento me di cuenta de que, incluso yo, me comportaba de un modo muy extraño: estaba pensando demasiado, y los golem no pueden pensar aunque se los ordenara su amo. Éramos capaces de entregar respuestas que requieren meditación, pero no podíamos pensar por nuestra cuenta. En ese momento mi cuerpo albergó una pena: ¡Yo también era un experimento fallido! pero luego descubrí que esto no era una maldición, sino más bien una... no pude terminar de pensar, pues la puerta de salida se me venía encima. Me encontraba tan ensimismado en mis pensamientos que no me había concentrado en mi misión.
No me detuve, pues los golem no sentimos dolor, a menos que así nos lo ordenara nuestro amo. Entonces, al chocar contra la puerta, (para mi gran sorpresa) tuve  la sensación de que me aplastaban el vientre con un mazo de tormentas (...), así advertí que yo podía sentir dolor físico, y eso lo consideraba una grave maldición.
Mientras salía del cuarto a rastras a causa de mi fuerte dolor, alcancé a  oír la voz de mi amo refunfuñando, que se quejaba de los daños irreparables que le había causado  a su laboratorio.
A pesar de los gritos de mi creador, salí rápidamente (rápidamente para un golem, pero no para un humano) de la casa.
En ese momento, me di cuenta de que los humanos, (que según me decían mis instintos, estaban ciegos y sordos ante la presencia de la magia) se sorprenderían mucho al verme, y podrían destruirme o aprisionarme hasta que les confesara lo que yo era en realidad. A pesar de mis dudas, debía de obedecer a mi creador, por lo que saqué la cabeza por la puerta. Para mi gran sorpresa, era de noche. Entonces, comprendí la artimaña de mi amo: me había fabricado de noche, para que ningún otro humano me viera cuando fuera a cumplir mi misión.
Mientras caminaba hacia la calle donde se encontraba la casa de la traidora que debía eliminar, comencé a decirme a  mí mismo: “Si yo puedo pensar, también puedo oponerme a las decisiones de mi amo” Pero a la vez, otra parte de mí decía: “No, yo fui creado para obedecer las órdenes implantadas por mi creador” De ese modo comencé a generar una conversación conmigo mismo:
— No, tal vez mis pares tuvieron que sufrir esa maldición, ¡pero yo puedo resistirme!  — decía yo, o, mejor dicho, “pensaba”.
— ¡Yo, al igual que todos los golem, fui creado para obedecer las órdenes de mi creador! — decía Yo, pero el Yo que alguna vez había sido, aquél del que sacaba toda la información, que el otro yo utilizaba para hacer sus análisis.
— Pero... si yo puedo pensar, imaginar, sentir, también puedo oponerme a las órdenes de mi am... ¡a ese loco que pretende ser mi dueño! — pensé yo, encolerizado al límite.
— Ese... “loco”, como le digo, es mi creador, y estoy en deuda eterna con él  — pensé Yo, el Yo que me había informado las características de los elfos, enanos y demás.
Eso que dije me hizo dudar mucho, pero luego se me ocurrió una manera de convencerme.
— Si, tengo razón, tengo una deuda con él, y la deuda la pagaré comportándome como humano, siendo su ayudante, su aprendiz.
A partir de ese momento, mi Yo obediente, mi Yo malvado, desapareció para siempre; Sólo quedé yo, el yo listo, el yo pensador.
Luego de mi conversación conmigo mismo, volví al laboratorio de mi... creador. Él me reprendió al principio por mi rebeldía, pero luego se rindió,
Traté de disuadirlo de crear seres, él decía que se debía tener mucha experiencia para hacerlas bien, y acordó conmigo no hacerlas. Pero yo, en el fondo, sabía que él lo volvería a intentar, aunque juró, por los dioses vikingos, que no intentaría de nuevo matar a alguien.
Mis esperanzas se cumplieron cuando, luego de unos meses, el doctor conjuró una nueva criatura, una criatura muy pequeña, y realmente muy traviesa: ... Un Duende.

Nahuel Melis
10 años

 










Intensidades

Si una mirada fuera potencia,
la tuya sería un rayo.
Si acaso se tratara de un aroma,
me llevaría hasta ti como un esclavo.

Pero no pienso en ti como grilletes,
creo en ti como en un sueño hermoso.
Quiero llegar hasta allí para perderme.
Quiero estar en ti como un embrión.

Y  tal vez no pueda ser sin ti,
y entonces vuelven los grilletes,
con un metal que no hace sangrar de dolor
a menos que sea la agonía de estar sin ti.

Aroma poderoso que me atrae como a un perro.
Energía ominosa, me arrastra, me quiebra,
transformándome en lo peor de mí,
alzándome hasta lo majestuoso.

Arcilla en tus manos
Arcilla en tus piernas.
Es el deseo
Eres tú.

María Claudia Machelett








 

Cuesta levantarse a la mañana

Me había acostado relativamente tarde, eran las siete menos diez de la mañana la sabana estaba arrancada del colchón y había dormido sin almohada porque se le estaba saliendo el relleno y me daba asco, mi papá me despertó para ir al colegio.
Otro día desperdiciado.
Yo estaba durmiendo en la cama de mi hermana, porque se había ido a vivir con su novio, estudiaban ambos medicina y  vivían por Belgrano,
Dormía ahí, porque en mi cama dormía mal, ahí descansaba un poco mejor, pero mi columna seguía con su escoliosis.
Siempre me fijaba  que las sabanas estuviesen limpias, no quería mancharme de su sexo.
Lo primero que hice al levantarme fue lavarme los dientes para sacarme el gusto horrible del sueño.
Me saque mi piyama, un buzo gris, con las magas rotas de mi hermana cuando era chica, tendría unos dieciocho años ese buzo, estaba comido por las polillas y por mi perro.
Mis ojeras seguían ahí, los granos también.
Mi cepillo de dientes estaba destrozado, ni intenté peinarme, era inútil e imposible.
Tenia los dientes muy amarillos y chuecos.
La encía me sangraba bastante, las muelas de juicio me dolían, de cierta forma me gustaba.
El espejo estaba con manchas de oxido, nunca pude entender como se mancha de oxido un espejo, pensé que solo pasaba con el metal, el lavabo estaba ensangrentado no entendía porque, y la manija del agua caliente no funcionaba, hacia un ruido espantoso, agudo chirriante.
Mee con la puerta abierta, por fin había tabla para cagar; me mee el calzón.
Me vestí con el mismo jean de la ultima semana, la remera de ayer estaba hecha un bollo así que agarre otra, me di cuenta que no había en mi placard, así que tuve que ir a la habitación de mi mama, y revolver en el suelo con la luz apagada haber si encontraba alguna remera mía que no me hayan dado todavía para que ponga en mi estante.
Tenia que bañarme, no me quedaba desodorante.
Fui a revisar mails, cosa que hago religiosamente todas las mañanas, no se para que.
Pero siempre tengo la esperanza de que me llegue un mail de Europa o estados unidos ofreciéndome trabajo y pueda salir de este agujero.
Solo propaganda.
Mi papa me grito para que vaya a desayunar.
-Ariel... ¿Podés venir a desayunar de una vez?, ya son las siete y cuarto.
Era imposible que llegase temprano, no me importó demasiado, solo quería “cinco minutos más”.
Mucha luz, las paredes ya no estaban tan blancas, el papel era arrancado por mi perro, pero ahora el dormía en el sillón, me acerque a acariciarlo, lo quiero mucho.
Había una torta dura que ya iba a cumplir una semana, tenia un glasé amarillento, no entendía de que se trataba esa torta; no parecía muy buena, aunque sea por le hecho de haber estado ahí estática casi una semana.
Me hice un mate cocido, el agua de la pava estaba helada y no quedaba azúcar, lo tome igual.
La torta fue difícil de pasar, parecía rancia o algo así.
Salude a mi papá y me desplome en la silla.
Me apuro para que me vaya, iba a llegar tarde, ya eran las siete y media, entraba en media hora y vivió a veinticinco kilómetros, tenia que estar llegando en quince minutos.
Me acorde que no había armado la mochila, mi papa ya me estaba puteando.
Metí las primeras hojas que encontré en el cajón y mi birome negra.
Me fui.
Estaba llegando tarde.
Lo único que tenia en mi cabeza era terminar el tercer número de mi revista, pretendía sacar un compilado de bandas con ella pero nunca salió, ni el compilado ni la revista.
Otro proyecto abandonado, otro sueño roto.
Espere quince minutos el colectivo, un viaje de media hora, y luego caminar quince cuadras mas.
En el colectivo luego de un largo rato encontré un asiento en el cual desplomarme para ir a un lugar al que no me interesa ir, relacionarme gente con la que no me interesa estar, y obedecer estupideces a estúpidos.
El hollín me mataba, tenía los pulmones más dañados que un fumador, tenia proto cáncer por culpa de los colectivos; pero bueno, es la desventaja de vivir en una ciudad, no me imagino como debe ser vivir en Nueva York.
Una vez en el colectivo, eructé, eructé con gusto a naranja aunque había comido torta.
Me genero una acidez terrible esa torta de mierda.
Una vez que llegué, era tarde, decidí entrar igual.
El profesor me miro mal, tenia media falta, no me importó, era el primer día de clases.
Seguí durmiendo hasta el bloque siguiente. No me interesaba saludar a mis compañeritos, no los extrañaba.
Esperaba que Columbine o Carmen de Patagones pasara algún día en mi colegio, pero no, nunca paso, me egrese con todos alegres, vivitos y coleando.
Yo era el tonto por no ser superficial. Por no estar pensando todo el día en ir a bailar el viernes, en que ropita comprar con la plata de mis papas y en consumir sintéticos o su natural hierba, patéticos ellos.
Prefería cualquier cosa a estar en ese lugar, prefería tener que trabajar doce horas de lo que sea.
Necesitaba terminar...
Quería que me saquen de este agujero.
Solo quería dormir cinco minutos más.

Arii Gnosis













El sonido del otoño

Frío es el cielo en otoño,
o mi cielo,
no puedo distinguir si las hojas
son mías o del pasado,
de los árboles o del sol.

Todo pasa rápido cuando duermo,
y no pasa tranquilo,
acá el viento se parece a un volcán,
todo por dentro parece desbordar
en una lluvia de cenizas.

Ya no queda sol,
dentro de mi alma todavía
quedan algunos minutos de luz,
que se acabarán y que en definitiva
se volverán a encender.

Una canción que rodea la tarde
habla de la vida y yo le respondo,
ella me pregunta y yo que casi desolado
no logro conformarme,
le digo: si amas a la vida,
déjala ser,
y puedes soportar mucho,
pero volveremos a recibir.

Nunca me olvido cuando camino
del sonido del otoño,
mas tampoco puedo dejar de lado
el sonido de mis sueños
cuando camino por la vida,
el sonido de mi mente confundida,
que ahora me hace temblar,
y con frío les digo
que nos volveremos a encontrar,
no todo puede ser tan normal.
Libertad














Sin Razón

Solo podía preguntarme “¿De donde salió?”,
no había en el aire nada distinto a ayer.
Solo sus ojos, que eran cielo, que eran mar…
donde se ahogaba mi pasado y mi futuro,
donde el presente existía para ser adorado, para ser vivido
Solo se oía a lo lejos la voz dormida de mi alma
¡Ternura!… (gritaba desesperada)... ¡aún existes!
Mis adentros no cabían en mí, porque yo ya no era la misma…
pero tal vez seguía siendo yo, solo que el reloj mandó a dormir a mi soledad.

Se perdía en mis ojos… y yo no encontraba la razón.
Parecía de mentira… y solo fue realidad en dos lunas,
que no brillaban con luz propia… sencillamente era su luz…
¿Dónde estaba hace años, hace meses, hace semanas...?
¿Donde está hoy? ¿Porque no estoy a su lado?...
… A veces pienso que pensar no hace bien al alma,
y que vivir el hoy es soñar sabiendo que se ha de despertar…

¿De donde saliste esa noche… mezclado entre tantos ojos?
¿Cómo es que eres?, ¿Cómo eres? ¿Eres, ó solo te soñé?...
¿Qué fue lo que dejaste en mis ojos que aun te veo frente a mí?
No entiendo que me llama, pero escucho tu voz.
Tal vez es mi silencio, o mi deseo de ser tu duda.
No se quien eres, y te llevo conmigo, sin permiso
en los bolsillos de mis manos, de mis dedos…
Y te espero, sin saber que espero…
si tus palabras… o tu válido silencio.
Me trepo a mi impaciencia, para aplastar sus ansiedades,
y caigo, a ojos cerrados, con el cielo de tus ojos sobre mi soledad

Liliana Araya