Revista Viajero Nro. 20 - Octubre 2007





Zapatitos  de  ángel


-  Te pido disculpas por la demora –le dijo el joven vendedor mientras la acompañaba hasta la caja.
-  No es nada un poco de espera.  Estoy recompensada porque que me llevo los zapatos que quería. Además yo nunca me enojo, siempre tengo buen humor.
-  ¿En serio?... mirá que aquí le tomamos  la palabra a los clientes!...
-   Creéme, siempre estoy de buen humor.
-  Te haría una apuesta para comprobarlo –desafió el muchacho.
-  No hace falta, es cierto, siempre tengo buen humor,  inclusive cuando me hacen bromas pesadas. –respondió la jovencita con aplomo.
-  Es una ventaja saber con qué clase de persona uno trata, porque a este negocio viene cada clienta con cada carácter, que te la regalo –decía él mientras le entregaba la compra.
-  ¡Qué liviano! – dijo ella al recibir la bolsita con la caja.
-  ¡Es porque los zapatitos de ángeles tienen que ser livianitos, por si la dueña quiere volar! –respondió galante.
-  ¡Ay, muchas gracias… y buenos días!
-  ¡Hasta luego!... –respondió él con picardía, acompañándola con la mirada.

Cuando la clienta se retiró del local, otra de las vendedoras se acercó a decirle:
-  Estabas tan embobado con tu clientita que le dijiste: ¡Hasta luego!
-  Le dije así porque estoy seguro que va a volver a buscarme, y muy pronto.
-  ¡Ay… miren chicas, Narciso Bello, dice que la clienta que atendió recién va a volver a buscarlo.
-  ¡Estoy seguro!... apuesto una docena de facturas a que en menos de 24 horas vuelve a buscarme.
-  ¡Dale!… si vuelve, entre todas pagamos la factura y si no viene pagás vos.
-  ¡Trato hecho!... pueden ir preparando el café.

Otro de los compañeros se acercó a preguntarle con aires de cómplice:
-  ¿La embrujaste loco, que estás tan seguro?
-  No digas nada y preparate para cuando venga de buen humor: ¡le puse un solo zapato en la caja!... acá arriba guardo el otro.

Pedro Soto
sotopedro99@hotmail.com

Dejo caer mi pluma.

Silencio...
Trovador de mis sentimientos ocultos,
dejo mi pluma caer sobre un papel
donde se mojan mis letras por mis lágrimas,
que añorando un amor eterno
se ve en mi un final sin esperanzas.

Soñadora del amor?
esquivo las flechas  
que caen sobre mi.
Como luciérnagas
en la noche pasan rozándome
esquivando las esquirlas
cubriéndome de rosas
trato de reponerme
de un manto...

… Majestuoso y genuino de un ángel
translucido como el agua de un manantial
descubro un don....
Mis letras sin razón de ser
las escribo en memorias
biblia del pentecostes
pasarán  a ser,
dónde notas olvidadas
contarán su historia.

Silencio...
afortunado sin razón de ser,
añoro las esperanzas
que un día me dejaste ver...
y lloro en silencio dejando
caer mis lagrimas rojas
sobre un papel...
 
Angelross
Alba Rosa Retondo













La Partida


Envueltas por la fría bruma,
abandonadas, desaparecen
aquellas tierras. Ensueños,
recuerdos que atrás quedan
como un camino de espuma;
mientras con afán busca
un navío su último destino.
El viento desolador golpea
su rostro, sus húmedos ojos
en la lejanía perdidos;
se agitan, se estremecen,
en una tristeza muda
enloquecen, prisioneros
del dolor de un desterrado;
en cuya atormentada alma
se desata con furor,
una implacable batalla
que le arrebatará la vida.
                                                                            
Claudia Mercatante                 
Escritora y Artista Plástica














Teniendo un cambio


Tengo lágrimas corriendo por mi mejilla
y quiero venderlas antes de desaparecer.

Tengo sonrisas al frente de mi cara
y quiero comprarlas para hacerte reír.

Tengo manos cansadas de sostenerme
y quiero regalarle caricias de tu rostro.

Tengo piernas agitadas de correr
y quiero prestarles una calle donde puedas caminar.

Tengo ojos borrosos y tímidos
y quiero mostrarles un espejo transparente.

Tengo el alma, confusa y distraída
y quiero conseguirle una vida a tu lado.

Tengo por último una boca reseca
y quiero para ella algo único...
            el beso que nunca me diste.

Lautaro Dure








Pestañitas


En el río Pasará, que cruza la selva americana, vivía una cálida y tierna  familia de yacarés; ¡Sí, chicos, yacarés! No se asombren si les digo que eran cálidos y tiernos, pues ellos también lo son, el problema es que no los conocemos.

Don yacaré y señora, vivían felices junto a sus tres hijos y la vida pasaba siempre igual, día tras día, sin novedad. Pero una vez, después de una larga espera, nació un nuevo integrante en esta familia. Era tan lindo que sus papás tuvieron que pensar muchos nombres, hasta que se les ocurrió uno especial: PESTAÑITAS. Y sí, no podría llamarse de otro modo pues, eso justamente,  era lo más llamativo del pequeño bebé ¡Sus pestañas! Eran  hermosas y cada vez que cerraba y abría los ojos, las movía con mucha rapidez, por eso, ese era el nombre ideal para el pequeñín.
Así, fue creciendo bajo el cuidado de su familia. Sus hermanos eran los encargados de pasearlo por la orilla del río y de enseñarle todos los trucos necesarios para poder sobrevivir en un lugar tan peligroso como la selva.
El principal consejo de sus papás fue siempre: “Tener cuidado con los extraños”. Pestañitas era  obediente, aunque un poco travieso. Por ejemplo, se paraba sobre una piedra y después de dar una increíble vuelta en el aire, se tiraba al agua haciendo un  gran splash  para asustar a los peces, que salían nadando  por todos lados.
Pero él no lo hacía por maldad, porque era tan pero tan bueno que ni siquiera atrapaba peces para alimentarse. Amaba a los animales, jamás dañaría a uno. Es por eso que para comer, le alcanzaba con prepararse una rica ensalada, esa era su comida preferida.
Esa comida tan saludable, hacía que se viera un poco extraño ante los demás yacarés.
Muchas veces sus amigos lo invitaban a jugar en el río y le decían: -Vamos  Pestañitas, no olvides tu ensalada.
A él le molestaba un poco cada vez que se lo decían, pero se sentía tan feliz que al instante se olvidaba de todo y salía a jugar con ellos.
Un día, en medio de una gran tormenta, el río comenzó a crecer y a agitar sus aguas. Muy pronto éstas se enfurecieron, salieron de su camino y comenzaron a inundar todas las orillas. Subieron y lo invadieron  todo.
Pronto, todos los animales  escucharon el aviso de peligro. Todos menos Pestañitas que estaba dormido sobre una gran piedra, y allí se quedó, hasta que una  ola lo envolvió y por más que trató de luchar contra ella, se lo llevó lejos, muy lejos.
Mientras tanto en su hogar, pasada la catástrofe, las familias se reencontraban y se abrazaban felices por estar vivos. Pero esa felicidad desapareció, como desaparece la luz de una estrella, en cuanto aparece el primer rayo de sol. ¡Faltaba Pestañitas!
Rápidamente se organizó una búsqueda y al final del día, la respuesta era una sola: se había ahogado.
Para su adiós se reunieron todos frente al río y tiraron flores multicolores al agua, mientras se escuchaban caer una a una,  las lágrimas de los que lo quisieron. Hasta sus amigos, que tanto lo cargaban, tiraron hojas de lechuga, ese  hubiera sido su  último deseo.

Mientras tanto, en una orilla muy lejana, Pestañitas, despertaba abrazado a una rama, todo mojado, lleno de barro, con hojas pegadas en su cara.
 Con una pata se limpió los ojos para poder ver. No entendía qué había pasado, ni en dónde estaba. Lo que sí podía entender era que esa no era su casa; el lugar se veía distinto.
Lo primero que hizo fue llamar a sus papás: - ¡Mamá, papá!!!!!!  Nadie contestaba su llamado.
Se quedó quieto, en silencio, llorando lágrimas de verdad, que mojaban y todo.
En medio de ese silencio escuchó ruidos en un árbol, miró hacia arriba, no se veía nada especial; pero después de insistir con la mirada, logró encontrar, en medio de las ramas, un montón de plumas y entre ellas unos ojos grandes que lo miraban.
Cuando sus miradas se encontraron se escuchó un solo grito: ¡AAAAAHHHHH!
Los dos gritaron desesperados; el bicho emplumado se tapó con una gran hoja verde y el yacaré con un yuyo seco, que fue lo primero que encontró.
Después silencio, y diez minutos después, silencio también.
Finalmente, Pestañitas se atrevió a decir:
-Hola.
Silencio.
-Yo también tengo miedo, pero estoy solo y perdido, por qué no nos presentamos.
-Una voz le dijo: - No te ves muy confiable, eres muy grande y yo muy pequeño, pero valiente.
-Quiero verte.
-Negativo.
Silencio.
-Hagamos una cosa, contamos hasta tres y los dos damos un paso hacia delante, así podremos vernos bien.
Después de unos minutos se escuchó un: - Bueno, pero sin trucos.
-¿Estás listo?  Preguntó Pestañitas.
-Sí.
Y los dos contaron: - Uno, dos y tres.
Pestañitas avanzó un paso, el bicho también; con tanta mala suerte que se olvidó de que estaba parado en una rama y cayó tantos metros como tenía el árbol.
Quedó desmayado a los pies de Pestañitas. Este se asustó mucho, trató de despertarlo pero no pudo. Le mojó la cara con agua del río, pero tampoco reaccionaba.
Rápidamente preparó una cama con hojas, lo acostó en ella, y se quedó a su lado, dándole agua fresca, mojando su cara y sus plumas, controlando que respirara.
Pasaron tres días. Finalmente el bicho abrió los ojos, se asustó al principio, pero pronto recordó lo sucedido y cuando se tranquilizó dijo: - Pomponia
e donde emprendería su viaje de regreso, siguiendo el camino del norte.
Parados en la orilla del río, se dieron un dificultoso pero cálido abrazo de despedida. Pomponia le regaló una pluma que se sacó de un ala, y Pestañitas le dio una de sus maravillosas pestañas.
El viaje solitario por la orilla del río, lo hacía extrañar cada vez más a su familia y por eso caminaba sin parar, paso tras paso, descansando por las noches para reponerse.
Una mañana tuvo un despertar más que sobresaltado. Cuando abrió los ojos vio frente a sí una imagen muy extraña, una cosa de altura considerable, con dos ojos lo estaba mirando.
Dos piernas flacas, metidas en unas botas muy altas, que le llegaban hasta las rodillas, un cuerpo delgado, vestido con colores de la selva, un par de brazos huesudos que sostenían algo negro de hierro, que sin saber por qué a él le dio miedo, y una mirada muy fuerte, sin expresión.
Era muy serio, y tenía unos bigotes enroscados hacia arriba, como los de su vecino Anselmo.
Miedo, eso es lo que sentía al mirarlo.
Por eso decidió quedarse quieto, para ver qué pasaba.
El  cazador apenas lo vio se dio cuenta de que era un yacaré muy especial.
“No lo mataré todavía, es pequeño y su piel alcanzaría sólo para un cinturón,  será mejor esperar, tener paciencia y poder hacer una gran cartera”.Pensaba mientras se acercaba y se presentaba diciendo:  -Yo soy admirador de los animales de la selva, los protejo, los mimo, los alimento, y tú quién eres?
-Pestañitas, señor.
- ¿Qué haces solo en un lugar tan peligroso?
- Yo vivía feliz con mi familia hasta que el río creció y me separó de ella. Ahora estoy solo- dijo mientras se secaba una lagrimita que se le escapaba. Estoy intentando encontrar el camino que me lleve a mi casa.
- No te preocupes, yo puedo cuidarte.
- Pero señor, mi mamá dice que no confíe en extraños.
- Yo ya no soy un extraño, acabo de presentarme, y podría ayudarte a encontrar más rápido tu hogar.
Pestañitas sentía un poco de miedo, pero la idea de llegar más rápido con su familia, pudo más; por eso decidió aceptar la ayuda.
Juntos empezaron una larga caminata. Después de varias horas, el cazador le dijo que entrarían al pueblo para descansar un poco en su casa, porque pronto llegaría la noche.
Esto no le gustó mucho, pero después de todo por qué sospechar, si hasta ahora no le había hecho nada y lo había tratado bien  Pensó Pestañitas. 
Así, fue con el cazador hasta su casa. Al entrar, éste le dijo que tenía una cómoda cama para él y lo invitó a entrar en una habitación, un poco extraña, pero por lo menos allí podría  pasar la noche más seguro que a la orilla del río.
Al amanecer, cuando el primer rayo de sol entró y lo despertó, descubrió con gran tristeza, que no estaba en una habitación, sino en una jaula de la que no podía salir.
Solo y más triste que nunca, pensaba en su mamá, y escuchaba su voz  dándole consejos sobre no confiar en extraños. Ahora entendía lo que le había querido decir.
A partir de allí, su amigo “el extraño”, ya no le hablaba, sólo se acercaba para traerle comida.
Con desesperación comprobó que no era el único, y pronto comenzó a hablar con todos los yacarés encerrados como él. Estos le contaron que no había salida y que serían convertidos en carteras y zapatos.
Pestañitas  no  lo  creyó y  no estaba dispuesto  a  darse  por  vencido. Es así como esperó la próxima noche. Como era muy pequeño, logró deslizarse entre los barrotes, y después de abrir las jaulas de sus compañeros, huyó.
Corrió por las calles, donde todo era extraño para él, y una vez que se alejó lo suficiente, se detuvo frente a una zapatería. Con gran asombro vio que había en la vidriera muchos familiares suyos, y aunque tenían formas raras, decidió llevárselos. Entró corriendo en el negocio y cargó todos los zapatos, carteras y cinturones que pudo y les dijo: - Muchachos no teman, ya están a salvo.
Durante los días siguientes, caminó y caminó por la orilla del río, cargando a sus amigos, con el deseo de encontrar a su familia.
El deseo se hizo realidad y una brillante mañana llegó al lugar, lo encontró, era su casa.
Allí estaba su mami, que salió corriendo a recibirlo y lo llenó de besos (como lo hacen las mamis).
 Pestañitas contó su historia y les presentó a los parientes que había encontrado: dos pares de zapatos, cuatro cinturones y tres carteras..
Sus papás tuvieron la difícil tarea de explicarle, que esos objetos ya no tenían vida.
Hubo un gran silencio...
Muy pronto, Pestañitas entendió todo, con razón esos parientes no quisieron comer nada durante el viaje: ¡No tenían vida!
Con gran pena, acompañado de su familia, colocó los objetos en una canasta y los puso en el río; mientras los veía irse, tiraba flores al agua, en señal de despedida.
Con el tiempo recuperó todo lo que había perdido, su familia, sus amigos, los paseos por el río.
Eso era todo lo que necesitaba para ser feliz; aunque extrañaba a su amiga Pomponia, de la que tenía el mejor de los recuerdos y una linda y suave pluma que guardaba cerquita de su corazón.

Liliana Rita Álvarez











Los poetas

 
Desarman las luces de las paredes ajadas
Giran en orbitas sus sombras
Y se escurren y se espejan
en la luna cómplice y ardiente
Es noche de velas.
Y se estremecen y tiemblan
Y escuchan y se detienen.
Y pronto se inundan
En el más diáfano de los misterios:
 
Y cesaron los gritos del quebrado silencio.
Noches distantes y crudas asoman temerosas
sobre salvajes vestigios que reunió la bestia:
allí donde los soles reposan ya sin sueño,
y cientos de espectros de fantasmas bailan
una música: sin nombre, sin grillos ni linternas.
Aun más arriba, sobre los capiteles dormidos,
las nubes se abren ante una pasarela de estrellas,
desfilando encantadas ante las recelosas miradas.
Braman desde el cielo las trompetas
y desde irrisorias colmenas mueren las sombras,
donde las aguas callaban el tiempo.
El mar es sombra y anochece.
Cientos de Ejércitos corrompidos por hilos
sobre los cuales caminan tambaleantes,
simulados reyes convertidos ya en ceniza
reposan en el lecho denunciando su desnudez impura.
Poco más atrás, el reloj, metáfora del tiempo,
cobija con cendales de lágrimas
otra pintura, no muy distante.
 
Agitados, se desgajan de las tierras
Y son aire.
Ajenos al destino y al tiempo,
incomprensibles del silencio.
Giran en orbitas sus sombras
Y se escurren y se espejan
en la luna cómplice y ardiente,
no entienden la celebración,
hunden sus alas en el naufragio de cielos
y espejos.
Sólo son pájaros.


Ayelen Illanes

 







Yo no sabía


Yo no sabía…
que aquellas caricias
que en mi niñez
Madre, tú me dabas.

Yo no sabía…
que un día llegaría,
del dolor amargo
de tu ausencia, Madre…
Yo no sabía…
si mi andar
en el mundo, añorara
tanto, tu presencia Madre…
No sabía,
que los años, corrían… corrían
que nos separaban,
día a día, Madre…
Yo no sabía…
que te ibas, despacio…
lentamente, acariciando,
con tu amor, de Madre…

Tita Acuña Gauna
Profesora Nacional de Artes Plásticas