Revista Viajero Nro. 140 - Mayo de 2019



Sección: Artículo de interés

¿Qué cura un psicoanálisis?
Un psicoanálisis tiene la capacidad de curar tanto el síntoma como la neurosis. Se entiende por síntoma al exceso de sufrimiento causado cuando lo que es el verdadero acto del deseo para alguien es resignado crónicamente y sustituido por un falso acto. Quien inicie un análisis debe estar dispuesto a hablar, ya que es a través de la palabra de quien consulta que va cobrando existencia de modo singular el malestar y el conflicto en juego.
¿Pero porque querría alguien hablar de lo que lo hace sufrir?
Un análisis no es sinónimo de autoconocimiento, aunque muchas veces se cree que si. No hay nada oculto en el interior de un individuo a desempolvar o descubrir. Es un  trabajo en un espacio entre quien padece y un analista.  Podría pensarse como una travesía, un recorrido a través de los sucesos, situaciones que toman y ocupan a quien consulta. Esto necesariamente conlleva un dialogo y una interpelación de aquellos seres y situaciones que han sido significativas para quien consulta. Esta travesía solo puede sostenerse por el deseo de saber, de preguntarse por la causa de aquello que  aun sin saberlo produce este exceso de sufrimiento. ¿Qué situaciones hemos aceptado y a qué cosas hemos renunciado en la vida? ¿Por qué? Para qué.  Era necesario …

Marta Allende
M.P.: 61708
mdjallende@yahoo.com.ar









Un lunes distinto

Es lunes y decidimos salir temprano.
Tardaremos una hora en llegar a la ciudad para comprar los víveres.
La camioneta está lista desde anoche y mi mujer y yo nos aprestamos a salir a las 7; bien temprano para evitar el gran tráfico de la ruta 9 que se torna imposible a partir de las 8 de la mañana.
Estamos separados, aunque aún vivimos bajo el mismo techo por razones económicas, ya que el campo no puede mantener dos casas.
Sin embargo hay cosas que seguimos haciendo juntos, como esto de las compras semanales.
Pero cada vez se hace más difícil compartir este viaje de una hora; poco tenemos para hablar. 
Hablar sin discutir, porque de discusiones diría que estamos ya rebalsados. Y no lo hacemos por un tema determinado, sino que cualquier cosa detona la discusión. Es como si estuviéramos dispuestos a hacernos un daño contínuo. También están los largos silencios. 
Discusiones y silencios.
Hoy no me gusta este silencio que corta el aire. Estoy muy incómodo. Entonces le pregunto:
-Trajiste la lista que preparamos durante la semana?
-Por supuesto . No la traigo siempre?
-Te pregunto por si es necesario regresar a buscarla, como recién salimos…
-No hace falta Rafa. Igualmente la tengo en la cabeza.
Noto que su voz tiene un tono distinto. No es desafiante.
La miro sin que lo note; tiene los ojos enrojecidos y dos grandes  manchas marrones debajo. Seguramente anoche lloró mucho…
Entonces me juego….
-¿Te gustaría que nos quedemos a almorzar allá?, así  no tendrías que cocinar…
-Ya ni recuerdo la última vez que comimos juntos y menos fuera de casa.
-Bueno, sería una oportunidad para charlar tranquilos de nuestras cosas.
Está callada. Seguramente tiene dudas….
-De acuerdo, yo también quiero charlar con vos, pero sin discusiones. No puedo soportar más nuestras palabras hirientes y a veces hasta sin sentido.
-Hecho. Primero compramos, cargamos la camioneta y luego almorzamos en lo de Pascual.
-Me gustaría comer pastas, tal vez tallarines con pesto…
-Eso sería genial. Sabés que a mí también me gustan.

No hablamos por un rato , pero los dos tenemos una media sonrisa en el rostro.
Estoy decidido a poner todo mi esfuerzo para que regresen los buenos tiempos, y estoy seguro que ella también.
A este almuerzo le tengo mucha fé.

Susana Stazzone
susariv@gmail.com









38 Días

¿Nunca has tenido la sensación de que no controlas tu vida? ¿Que no tomas tus propias decisiones? ¿Que no controlas tu propio cuerpo? Porque eso es lo que sentimos los personajes de cuentos, novelas, historias… No somos más que un mero muñeco a merced de los crueles escritores. Y tú, maldito lector, eres su cómplice.
Tú, lector mediocre, eres quien le da motivo a estos enfermos escritores para darnos falsas esperanzas, engañarnos, explotarnos, herirnos, matarnos. Todo, para finalmente darnos un estúpido final feliz, abandonarnos en un vacío del tiempo donde no hay nada para hacer, donde todo está resuelto, donde ni respirar es necesario. Claro, hasta que toman la pluma de nuevo. 
Ese es el momento en que todo vuelve, hacer y decir cosas que uno no quiere (buenas y malas), vivir (o revivir) una vida, una historia, que uno no elije, algunos hasta mueren de nuevo. Y la mejor parte, cuando abrís el libro. Cuando todo vuelve a empezar, cuando nos arrancas de nuestro aburrido y patético vacío temporal para que seamos tus bufones y te entretengamos. 
Nuestra vida es un ciclo vacío y repetitivo, siempre las mismas palabras (en el mismo orden), siempre las mismas ropas (en las misma combinaciones), siempre la misma historia (en el mismo libro), siempre el mismo torturador (porque el autor es el mismo), pero casi nunca el mismo lector.
Mi nombre es Doña Rosa de la Esquina. Trabajo en una verdulería. Tengo 38 años. Nací hace seis años cuando me escribieron por primera vez. Aún tengo 38 años. Lo único que he hecho en mi vida es venderle un limón, tan ácido como mi alma, al protagonista. Una vez cada 38 días, la historia se repite. Una vez, cada vez, que abras cualquier libro, este libro, la historia se repite. 

Sol Denise Rodriguez
denisesol2002@outlook.com









A ti mujer

Mujer, eres dama de día y de noche,
eres pura, eres blanca, con tu aroma seductor
envuelves a tus seres más queridos,
ríes con ellos, lloras, disfrutas con ellos,
sufres con ellos.
Dama, eres fuerte como junco,
te doblas pero no te quiebras,
y eres suave como los pétalos de una rosa.
Eres, simplemente, mujer.

Marta María Nastaly
nastalymartamaria@hotmail.com









Replantar

El poema se quedó suspendido en una letra, a la que regresa incesantemente para encontrarle el  sentido al horizonte completo. La letra que brilla y desaparece, que brilla y se esconde, que se contenta con la intermitencia como las luciérnagas en la noche romana. La letra que es imagen-luciérnaga, que es resistencia y supervivencia. El poema no puede sino volver a ella, volver al enlace entre dos palabras, entre dos ideas, entre dos personas, entre dos identidades de la misma sustancia. La letra que abraza y separa, que refiere en si misma a la indefinición, a lo infinito, a lo inagotable, a lo inabarcable. Y, no hay manera de sobrepasar ese trazo, ese dibujo sobre el papel. Así como el tiempo no puede seguir adelante después de abril, después del otoño, y de la caída de las hojas, tampoco el autor puede concluir su poema sin demorarse infinitamente en esa la única- letra, el trazo sobre el que erigió sus dibujos, sus castillos, sus bosques y toda roma. Las hojas de un árbol que caen de las ramas, y las ramas que caen del árbol que no puede retenerlas aun implorándoles. El árbol otrora frondoso y fresco, febril y pasional, hoy patético y seco, amputado de sus ramas, de sus brazos, de sus abrazos, de su extensión, de su ampliación. Hoy el árbol se suspende, se queda, se encierra, y no lo volvemos a ver hasta la primavera. Pero la primavera no logra que se retire abril, no logra que el árbol vuelva a crecer, a germinar, a renacer. El árbol, muere en la noche oscura sin las luciérnagas de Roma, sin las letras griegas, sin los tiempos que devienen, porque el árbol, la mujer, el poema, no pueden moverse, no pueden seguir a las luciérnagas. El árbol y yo estamos enraizados, y si no vienen a alumbrarnos en la noche no podemos correr en busca de las pequeñas lucecitas intermitentes y danzarinas. 
Hay que dejar ir a las hojas, hay que avanzar, aun sin hilvanar ideas, aun fragmentadamente. Hay que recoger las hojas, las ramas, las letras, los escombros, y rearmar -en un montaje siempre infructuoso pero persistente- el rompecabezas. Y, si la letra no se deja borrar, si la letra reaparece en la madrugada, en el monte, en el claro del bosque, cerca de la Vía Medici, dormirse, y soñar con bancos de plaza y bloques de colores, y convertir el sueño en cuento, y  narrarlo a quien quiera oír, y al que no también. Y replantar el árbol, replantar a la mujer, replantar el poema.

Laura Ormaechea
lauraormaechea@outlook.com









Mi tío Roberto 

Calle Ramella, abajo, Villa Alcira, Bernal. Allí fue a vivir mi tío Roberto cuando se casó con mi tía Negra allá por los años 50. Compró un terreno y armó una prefabricada, él trabajaba en Celulosa Argentina (la papelera de Bernal). Comenzó a armar su familia: su esposa y sus hijos Ana y Roberto, mis primos. 
Un día, el río salió, y comenzaron los problemas: una gran inundación que arrasó con todo, la mayoría tuvo que ir a refugiarse en casa de sus familiares.
Cuando volvieron mi tío pensó: hay que construir. Compró materiales y con la sola ayuda de su familia construyó su casa de material y puso todo lo importante: heladera, televisor a un metro del piso, por las dudas. Para lograr este paso trabajaban duro sábado y domingo. Los vecinos miraban.
Al tiempo, llegó otra inundación y pudieron gracias a su esfuerzo salvar sus cosas. Pero, mi tío siguió pensando y decidió construir tres habitaciones y un baño arriba. Esto ya era más difícil, pero no se asustó. Volvió a comprar materiales y a trabajar, siempre con la ayuda de su familia, sábados y domingos.
Los vecinos, todos sentados en la puerta de su casas bajas tomaban mate y le decían: -Pero Don Roberto, ¿para qué trabaja tanto? ¡Venga a tomar mate con nosotros! Hoy no viene la inundación, el río está tranquilo. Mi tío los miraba y seguía trabajando sin cansancio. Un día terminó su obra y la miró satisfecho. Los vecinos se seguían riendo -¿Para qué tanta casa? ¡No hace falta! le decían.
Y pasó el tiempo, y otra vez el río creció, y la inundación fue grande. Mi tío se trasladó arriba con su familia y desde el balcón observaba como el agua se llevaba todo, entonces sucedió: todos los vecinos, que se reían de él, golpearon su puerta, desesperados. El bajó, les abrió y los albergó a todos en sus recién estrenadas habitaciones de arriba. No pensó en lo que se habían burlado de él y en que nadie le ofreció su ayuda. Ese era mi tío Roberto, solidario, trabajador, y con un corazón tan grande que no cabía en su pecho. Este es mi humilde homenaje.

Cristina Quarella
cristinaquarella@hotmail.com.ar