Revista Viajero Nro. 29 - Noviembre 2008


Suelo dormir con los ojos abiertos,
mirando alerta las cosas que sueño.
Muda y quieta, veo, huelo, respiro.

Hacia dentro me llevo los aromas,
me trago los colores vivos,
y me confundo, me mezclo.

Algo hay de mi que transforma el cielo
de cada hoja seca y amarilla, sin caerse.
Algo hay de mi que traspasa el contorno
sin detener su péndulo, no se da cuenta

Algo hay de mi, más allá de las gotas en la tierra,
que no la pisa ni deja mi huella.
Algo hay de mi, que sueña en poemas

Suave, apenas se oye, apenas dice;
apenas mi alma se posa.
Despierto y me duermo:
apenas sueño.

Liliana Reineri














Acento que denota lágrimas
de una infancia de papel,
soldadito de tierra
que perdió su corcel.
Recuerdos tangibles
que le impidieron correr.
Corazón que pertenece a las calles,
niño de trapo, no encuentra su fe.
Marginal del destino

obligado a crecer.

Noelia S. Bozzo
noeliabozzo@hotmail.com













Ensayo: La belleza y la nada


El artista francés Marcel Duchamp principalmente dadaísta, esto es, una suerte de ángel exterminador- expuso a principios del siglo XX un arbitrario o caprichoso o irreverente o insultante mingitorio. Sí, un urinario. Esta acción formaba parte del concepto  ready-made, que consiste en la elección de un objeto ordinario para elevarlo a categoría de obra de arte.  
Muchos creyeron atestiguar allí la muerte de la belleza si es que el arte, único médium para crearla, ya no la servía ni veneraba. Lo mismo ocurrió con André Bretón, fundador del surrealismo, que en la misma época fue capaz de promover como hecho estético salir a descargar una ametralladora en la vía pública o con uno de los mentores del futurismo que hallaba la trascendencia de lo bello en una autopista rayada por veloces automóviles. 
En retrospectiva, esa interpretación parece ingenua. Lo que Duchamp nos quiso mostrar tal vez, o más bien denunciar, no es la muerte de la belleza sino su ubicuidad, su  inquebrantable omnipresencia en esa construcción incesante, casi compulsiva, de las manos humanas. Sí, hasta un mingitorio es bello. Si lo observamos bien, su forma de divinas proporciones ha de merecer el rótulo de armónica y participar indudablemente de esa macro-armonía llamada bien o mal Cosmos. También una cuchara es bella, la guarda labrada de un mueble, un teléfono celular, el gesto entre cortés y ácido que en este momento me hace la vecina, una planilla tabulada llena cifras.    
Muchos celebrarán o no el contenido de esta interpretación, de acuerdo a su vez de cómo se la interprete. Pero el que se dirige a ustedes piensa que si la belleza está en todos lados como una plaga, que si cuando dejamos tres vasos de vino sobre la mesa los hallaremos luego inexorablemente alineados si la cantidad de vasos es mayor, esto puede fallar-, que si en la selección de personal de una agencia de publicidad de estos días, Leonardo Da Vinci hubiera quedado afuera, descartado por falta de creatividad y feo aspecto, que si nos desesperamos por que el cirujano plástico nos transforme en algo que ni el renacentista Vitruvio hubiera ambicionado, que si hasta el concepto político de la democracia tiene su razón de ser en la regla estética de la variedad en la unidad ¿dónde está la razón de nuestra dicha si es que la ubicuidad de la belleza es la cárcel del hombre? Y más aún: ¿Cómo decirlo sin caer en ella, sin ser bello al decirlo? ¿cómo escaparle sin temer la corrupción del alma? Se comprende: la belleza tiene su función, es una brújula que tranquiliza al hombre en la noche verde. Como buen Zoon aesthetico, al hombre le place clavarlo todo sobre ritmos, pensar que los zorzales son grandes cantores cuando tan sólo llenan desprolijamente el aire de comas y puntos, exclamar que la nubecilla de frescor que nimban los jazmines es un excelso perfume. 
Pero no se comprende porqué nos arrastramos hacia la belleza como si no hubiera un más allá, como si no pudiéramos ser más que su propina moral, como si el arte en la ubicuidad de la belleza no actuara al fin como la finalidad sin fin, la ganzúa que acomete, entre dos simetrías, la nada.    
Entonces hay una esperanza: ese más allá de la belleza (una pista: no es la esencia, ni el desamor ni es espectacular) puede develarlo y conquistarlo todo lector y todo escritor en una convergencia desinteresada y, por ende, casual y torpe. Imposible, como la que tal vez se haya producido ahora entre nosotros. 

Gastón G. Córdova













Quiero decir tu nombre
y me sale te quiero.
Quiero perderme en el silencio
con tu imagen pagada en el techo.

Quiero decir lo mucho
que me duele el tiempo.
Cuantas veces no estas,
y a mi lado te siento

Oh paloma mensajera,
que por los cilos vuelas:
lleva mi corazón al lugar
donde, con amor ella lo vea.

Cuantas noches en soledad,
por no tenerte muero.
Quiero decir tu nombre...

y me sale te quiero.

Héctor











5 de noviembre de 1995 

A mi esposa Valeria

5 estrellas contemplaban
y la complicidad tenía
de saber que aquella noche
algo muy importante pasaría.
11 nubes que pasaban
al ver lo que acontecía
no pudieron contener
la emoción de ese día.
95 ángeles del cielo
se juntaron sin perder tiempo
unidos por el amor absoluto
de saber lo que es cuento.
Ya habían pasado las doce
y se notaba de lejos
Que la señal llegaría
cual si fuera un nacimiento.
La luna, ha la luna!
con su resplandor iluminaba la noche
ponía su toque de magia
y su calor como broche.
Dios fuente de amor e inspiración
con su enorme simplicidad y nobleza
sabedor de lo que es justo
para cada uno en la tierra,
juez poderoso de la eterna naturaleza
nos empujo con su mano
que llega a quien quiera verla
a dárnoslo por completo,
a sacar todo el amor
que cada uno lleva en vena
y que esperaba este momento
la primavera sagrada, para poder
proyectarlo sin límite de tiempo
Y hoy a 3 años de aquel
bellísimo acontecimiento
mi corazón estalla de gozo
de saber que sos vos
la mujer de todos mis sueños
con la que quiero vivir tanto en la tierra como en el cielo!!!

Te amo hoy más que ayer y te amaré por los siglos de los siglos amen!!!

Gustavo Sánchez












Xanadú

(Continuación de Edición anterior)

Veo a Xana poner en el camino de viajeros sedientos fuentes de agua de grandes propiedades restauradoras; se la ve satisfecha ayudando, parece ser una mujer feliz, no tiene en la mirada el dolor característico de quienes se dedican a ayudar a otros.
   Mi visión empieza a viajar a alta velocidad sobre el mar; una vez en tierra firme veo al mundo en una etapa prehistórica. Mi visión vuelve a detenerse en un siglo diferente; después de haber viajado a través del espacio y visto diferentes tiempos, entendí que el tiempo no existe, solo existe diferente espacio.
   Vuelvo al desierto y siento que por última vez me encuentro en este estado de conciencia.
   Me vienen a la mente las palabras inspiradas por aquello que más necesité y no pude tener.

                                     Sos indolencia lastimante;...
                                     Visión inspirante nunca alcanzable.

                                     Tu presencia lejana jamás superable,
                                     Hizo a mis días sufrientes más insoportables.

   Lo inalcanzable fue siempre para mi todo lo que quise, es por eso que habiendo sido mi vida un espacio lleno de ausencias, no lamento abandonarla.
   Camino unos segundos más y caigo inconsciente en las arenas; abro los ojos y estoy en Xanadú.
   Una fuente se encuentra a varios metros de mí. Me levanto haciendo uso de la poca fuerza que me queda, extiendo mis brazos para servirme de un poco de agua y tras tomarla me siento completamente reestablecido.
   Me adentro en la ciudad iluminada por una amanecer naciente y paso junto a varias fuentes; el hecho de que en ellas no se encontrara aquella a la que busco, no me desanima. Estoy tranquilo porque estoy seguro de que el estado de conciencia en que todo lo que quiero me es inaccesible, está en el pasado.
   Atravieso las calles de agradable empedrado, escucho el sonido de las hojas de los árboles agitadas por el viento, veo en una esquina a lo lejos las olas de un mar transparente romperse con gran estrépito; dirijo mi vista al cielo y noto que el mismo está cubierto de estrellas mucho más brillantes y numerosas que las que vi en toda mi vida.
   Veo a una joven vestida de blanco sentada sobre una piedra en el borde de una fuente; me acerco a ella y estando ella de espaldas, la toco en el hombro, ella se da vuelta, me sonríe, y yo le digo:
   -Hola, Xana.

Martín X













El árbol y la suricata


En las grandes praderas africanas, habitaba un gran árbol. Les ofrecía sombra a muchos animales de la selva, hasta al Rey; El león
Escucho tantas historias, que no sabia cual contar a los recién llegados. Que buscaban sombra bajos sus ramas.
Una de ellas es tan tierna, que quizás te emociones.
Una tarde calurosa en las praderas, una pequeña suricata se perdio de su clan, porque ellas viven en clanes y no manadas.
Busco refugio debajo de la sombra de aquel árbol. Con sed y cansancio se quedo recostada sobre sus raíces.
El árbol al verla le pregunto.
--¿Te has perdido de tu clan?
Ella asombrada busco quien le hizo esa pregunta. Miro para arriba, hacia abajo, a un costado, desconcertada no vio ningún animal.
--¿Pero quien era el que le habla?-se preguntaba.
--El que te habla soy yo, el que te da sombra y refugio. dijo el árbol.
Mirando entonces hacia el árbol dijo.
--¿No es que los árboles no hablan?. dijo la suricata.
--¿Y es que los animales tampoco hablan?. dijo el árbol.
Ambos rieron, pues en la selva todos se entienden..
--¿Pero que haces sola por estos lugares?. dijo el árbol.
--Me perdí, buscaba alimento para mis amigas y me perdí. dijo la suricata.
--Bueno no te preocupes, ya encontraras el camino de regreso.
--¿Pero como?, además cuando una de nosotras se pierde y regresa, el clan no la reconoce.
--¿Cómo?dijo el árbol.
--Así son nuestras costumbres. dijo la suricata.
Entonces el árbol comenzó a pensar como podía ayudar a la suricata. Y que sea aceptada nuevamente por su clan.
Mientras tanto ella lloraba por no saber volver y encontrar otra vez a sus amigas.
--No llores. dijo el árbol.
--Pero como no quieres que llore, si encuentro el camino de regreso a mi casa. Ellas no me recibirán.
--Espera, mira hacia tu interior, antes de ser tan derrotista. dijo el árbol.
Entonces la suricata empezó a recordar los buenos momentos junto al clan, cuando habían nacido sus crías. Eran tan pequeñas que no podían caminar.
Ella les enseño a desenvolverse solas, a buscar comida. Acompañándolas siempre, para que no sean presa de ningún predador.
Las miraba jugar a las escondidas, mientras custodiaba la cueva, hasta que su reemplazo llegaba. Entonces iba con ellas a terminar de jugar.
Se dio cuenta de lo mucho que debía recuperar. No importaba si era aceptada nuevamente.
--¿Entonces, que descubriste suricata?dijo el árbol.
--Me di cuenta que debo regresar, no importa el recibimiento que tenga. Debo volver.
--Yo te diré el camino que deberás tomar para ir a tu casa. dijo el.
--Gracias noble árbol, le respondió.
--Si pero antes de marcharte bebe un poco de agua que se encuentra entre mis raíces y descansa. Mañana podrás emprender el regreso. dijo el árbol.
Entonces la suricata siguiendo los consejos del árbol, bebió y se quedo dormida. Soñando con su familia.
A la mañana siguiente, al despertar, vio que a su alrededor había mucho alimento.
--Acá tienes, para que le lleves a tu familiar. dijo el árbol.
--Gracias, no se como agradecer tu amabilidad. dijo ella.
Así fue como la suricata tomo los frutos del árbol y emprendió el camino de regreso a su casa.
Después de tanto andar, divisó a lo lejos la entrada a su cueva. Que alegre se sentía.
Emocionada apuro el paso y cual fue su sorpresa al ver a todo su clan   la estaban esperando, con cara de preocupación.
--¿Dónde estabas?dijeron.
--Me perdí cuando fui a buscar comida. dijo la suricata.
--Bueno, lo importantes que estés nuevamente con nosotras. dijeron.
--Miren cuanto alimento traje, me lo dio un árbol que me enseño en camino de regreso dijo ella.
--No importa si traías comida. Lo importante es que tu estas acá, de regreso. Estábamos muy preocupadas por ti. dijeron.
--Pero han roto las leyes del clan, la cual mencionaba que cuando una de nosotras se perdía, no era admitida nuevamente. dijo la suricata.
--Es verdad así dicen nuestras leyes, pero nosotras no las aplicamos. Cada uno de nuestro clan es valioso. dijeron.
Entonces el viento de las praderas llevo la charla hasta las hojas del árbol. Y escucho que se pueden cambiar algunas leyes, como lo hicieron las suricatas.
A veces hay que cambiar ciertas reglas, ciertas leyes, para no perder lo más importante de nuestras vidas, como un amigo, un ser querido, un hijo.
Entonces el árbol, ahora tiene otra historia que contar al próximo viajero que se pierda en las praderas Africanas.

Corazón de Dragona  
26-10-2006