La noche interminable
Es una noche que vuelve, que no termina de ser y aniquilarse para dar paso al nuevo día; que es convocada por acciones mínimas: el sonido de un avión, un portazo, el aullido del viento en una tormenta, ciertos fulgores del crepúsculo. Una noche atravesada por alucinantes trazadoras buscando su frágil objetivo, y obuses fragmentando piedras, huesos y tripas; devorando el aire imprescindible. La mierda, el sudor, la cordita y el olor del metal caliente son los perfumes dominantes. Y el estruendo y los gritos desesperados. Luis trata de ordenar sus percepciones para zafar de esa noche, para ser otro, para vivir, y salta de pozo en pozo para escurrir su cuerpo de la muerte próxima. Los obuses cesan y sólo se escucha el tableteo de las ametralladoras y la seca detonación de los fusiles automáticos; Tomás dispara hacia la noche y Luis se arroja junto a él y abre fuego, son minutos apenas los que permanecen echados en la tierra codo con codo, pero son suficientes para ver cómo varias siluetas acechantes caen y para no convertirse en blanco del fuego de las ametralladoras británicas, se ponen de pie y corren y vuelven a echarse en el barro y de nuevo disparan. Repiten la operación hasta que los obuses vuelven a caer, corren hacia atrás, Tomas tropieza y el obús cae directamente sobre él, la fuerza de choque golpea a Luis en la espalda y lo eleva un par de metros, cae y luego de unos momentos cree escuchar los lamentos agonizantes de Tomás pero sabe que éso es imposible, como puede se pone de pie y comienza a correr por alejarse, por salir de esa noche templada por demonios, corre, corre por diecinueve años y a menudo cree dejarla atrás pero todos sus intentos son vanos y hoy sabe que la despedida exige un gesto definitivo. Lleva el cañón de la pistola a la sien izquierda, sonríe y presiona la cola del disparador.
Julio Páez
Niño de la calle
Caracol
Al trote y con los auriculares puestos, llegó hasta el muelle de hierro corroído y cemento desgastado, que el mar se tragaba incesantemente sin lograr desplazarlo, como si fuera una batalla sin tregua y sin razones.
Giró sobre sus pasos en unos pocos metros y volvió, de cara al sol y al viento que la empujaba hacia atrás, como si quisiera advertirle algo.
Menguó el trote y al encontrarse nuevamente con el caracol, observó que no era un simple caracol igual a los demás, tenía un extraño dibujo, formado por algas marinas. Se inclinó para verlo mejor, el dibujo contorneaba una estrella de mar, pero como ya había perdido mucho tiempo en algo insignificante lo arrojó de vuelta al agua.
Fue entonces cuando un remolino surgió entre las olas, fue directamente hacia ella y en un instante, menor que el mismo instante, se la tragó.
Mientras giraba y giraba a gran velocidad, pudo ver pasar, como si rebobinara una película, su "presente" una y otra vez, su presente giraba ... y así era, desde que se levantaba hasta que se acostaba a dormir, e incluso mientras soñaba; su vida sólo giraba sin sentido, pues jamás se detenía, ni a observar, ni a pensar, ni a escuchar.
Vivía su vida, así, tal cual se encontraba en el remolino, era el centro del universo, y el universo giraba a su alrededor.
Quiso escapar de tal situación y decidió subir, no sin temor, girando con el remolino. Subía y subía, pero, no había fin, - era imposible, se dijo- por lo menos tenía que encontrar la muerte, la muerte es el final, pero no, el remolino era infinito... entonces comprendió, era el "futuro" y el futuro es misterio, por supuesto, nada iba a encontrar en él, absolutamente nada.
Entonces decidió bajar, desde el centro, de vuelta en el presente, miró hacia abajo, todo estaba allí, su vida, con todos y cada uno de sus detalles, - i qué bueno! Podía reír con sus recuerdos, volver a ser niña o adolescente, sentir con alegría, llorar con las tristezas, revisar sus errores, justificar sus faltas; podía culpar a su infancia y juzgar a los demás por sus fracasos y angustias con mejor criterio y mayor sabiduría. Y también podía bajar a jugar con el caracol dibujado con algas, que había arrojado mar, allí estaba, podía verlo muy en el fondo.
No, no podía, la fuerza del remolino la retenía y no la dejaba bajar, - claro! qué ilusa -, si era el "pasado", podía verlo, sentirlo, añorarlo, odiarlo, pero nunca volver a él.
Entonces, ¿qué opción tenía?, ¿ninguna?, ¿viviría "atrapada" en el presente? Fue entonces, cuando encontró una salida, apretó el botón de Stop, la fuerza centrífuga se detuvo, abrió la puerta, sacó la ropa escurrida del lavarropa y la tendió en la terraza de la casa sobre la playa. Observó el mar, la arena, y HUY! Ese caracol en la orilla parece tener un dibujo, voy a ir a ver, total... la patrona no está!
Cuentos para irse a dormir
El sapo
Mi papá me había dicho
que no creyera en esas historias, que la realidad no era, pero yo quise besar
al sapo y ser mariposa.
Me acerqué a la boca
de seda y por mi mente pasó una carroza que llevaba una corona. La boca se
abrió seductora y me olvidé de los cuentos las hadas.
Fui pájaro cantor y al
cantar cerré los ojos y no necesité inspiración ni musas. Fui gata y con mi
piel acaricié la piel resbaladiza y ronroneé hasta sentirme águila. En una
fiesta de plumas sobrevolé a los desposeídos del amor y no me burlé porque era
todo sentimiento y el resto no existía. No había alturas porque ahí estaba.
Cuando bajé y pisé la
tierra rocosa y seca, abrí los ojos, recordé los cuentos, estaba en la boca del
león.
La rana cubrió las
hojas de ojos grandes y redondos, redondos como la "o" de ojo, la
"o" de oscuridad, la "o" de olor. Interrumpió los saltos y
se quedó quieta, como esperando un dato más pero el olor solo la llevaba a un
tiempo lejano de margaritas y una voz que no recordaba, la voz iba y venía como
a través del agua. No supo por qué pero algo le apretó la garganta, quiso
sonorizar una canción pero de los ojos salieron lágrimas como burbujas. Y tuvo
miedo, tuvo miedo de respirar más hondo para hacer vivo el recuerdo vago, tuvo
miedo de que la noche fuera más oscura y cerró los ojos grandes y redondos,
redondos como la "o" de ocaso.
... cuando la rana
salió a cantar vino el hombre y la hizo callar.
La flor del amor
María Victoria
9 años
El tiempo
Pasan las historias que algún día sonrieron en mí, pasan los argumentos que sin darse cuenta crecieron en un manto de algodón, en las sombras que sin querer se convierten en la estrella que nos verá entristecer, por la misma energía del andar, por esas cosas que maravillan el paso de una luz desde el vacío hacia el final.
Qué comienzo al retomo, qué vuelta del tiempo nos llevará al lugar donde las rosas cambiaron su color, y de nuevo aquí, en la brisa de un cementerio azulado, en el llanto de una risa sorprendida, en las infantiles batallas de los minutos contra un cielo de elefantes, que arriban en su tumo como una estrofa de mar.
Interesantes las inmensidades de ese océano hacia atrás, las conquistas del mundo en una noche distante y fugaz, lo que diría una eternidad, o apenas infelicidad.
La ternura del olvido hoy nos lleva a encontrar, la sinceridad del fracaso nos mueve de mano en mano cuando se trata de investigar, cuando se quiere buscar, yen esa búsqueda insolente se halla mi destino, de fecundante sabor, y un insignificante giro bloquea la ciencia del tiempo y sus números de azar, los puntos exactos de un ritmo introvertido y locuaz.
Un respiro de aire del presente me suaviza este penoso habitar, un saludo expresivo al pasado organiza en el alma esa fuente de vida que a veces no se quiere mostrar, que cuando el protagonismo necio de las nubes ansiosas se encaprichan por demás, siempre nos volverán a rescatar, y esa lucha podría de perdurar.
Querido tiempo filoso que encuentro en mis ojos en esta noche ocasional, yo valoraría tu esencia si es que a ti me permitieras mirar, si tus lágrimas empapadas de olvido no me dañaran al pasar, y una lluvia mi malestar. Termino mi día reloj con la imagen esperanzada de una carrera ingeniosa sentimental, un recorrido pausado por las hojas que mi corazón alguna vez derramará, por las nostalgias ajenas que se instalan en el paladar, o las propias que sin duda nunca nos abandonarán.