Poema
Y qué esta noche, si el tiempo
se toma cuchillo
transcurriendo sobre mi piel.
Si mi único postrero horizonte es
la triste verdad
de esta vieja pared.
Qué hay de mí
agonizando este cuarto donde
Curiosas sensaciones me asisten
y me ignoran
las básicas nociones
temporales y espaciales.
Las sonrisas huyeron despavoridas;
tras hermosos
velos de artificio han expiado.
y qué va a ser de mí!
Sebastián Humberto
El delirio de ser verdad
El fracaso de ser, solo ser.
Un ser que decepciona y alimenta,
juega y perdura,
tiembla y resiste.
Un ser que fluye como el río solo.
Un ser sin fin, sin edad, sin destino.
Alguien sucio lleno de belleza.
Alguien limpio lleno de maldad.
Un ser que delira su verdad,
alimentando la mentira.
Un ser prófugo del corazón,
atrapado por el fuego del amor.
Ese ser guarda rencor de ser humano.
Ese ser no es un ser, sino humano.
Como tal piensa y razona,
pero su locura cotidiana lo traiciona.
Encierra en la mirada jazmines
y mira con ojos de espinas.
Mira como burlando la verdad,
encierra en esa locura la cordura.
Ese ser que no quiere ver,
ese ser ama demasiado.
Un ser así es diamante,
que se oculta y se mutila.
Jonatan
Slade
En Rocaroja
Slade era un hábil
mago de magia negra conocido como “Blade el negro”.
Un día, Slade
recibió la misión de vencer una gárgola oculta en el castillo en el poblado de
Rocaroja, llamado así por la temible bestia que lo habitaba (No es que la
bestia fuera roja sino que era roja la sangre de sus víctimas).
Una vez en el
sitio, Slade alquiló una habitación en una posada llamada Ojo de Fénix.
-Saludos, buen
extranjero.- Lo saludó el posadero.- ¿qué le puedo servir?
-Un té de anti-gárgola.-
Bromeó Slade mientras bebía un sorbo de
agua de su cantimplora.
-¡Vaya!- comentó
asombrado el posadero.- ¡así que usted es el famoso Blade el Negro!
-Sí, ¿por qué?-
preguntó Slade.
-No, no, por nada.
Unas
horas después, Slade se dirigía al castillo Dedalus (Ahora conocía el nombre
del hogar de la gárgola) cuando se encontró con
el hombre al que jamás creyó volver a ver, Nylon Mohán, un amigo de
aventuras juveniles. Justo cuando este se daba vuelta para saludarlo, una garra
surcó los aires y golpeó en medio del abdomen a Nylon, desgarrándolo al
instante.
Atrapado
por la cólera, Slade lanzó el hechizo
más mortífero que conocía, él zerpenta metí.
-Snape
morpea fallecius centauro ¡Finish!- Pronunció con un movimiento curvado con la
mano. La gárgola, afectada por el hechizo, comenzó a desintegrarse rápidamente,
cumpliendo con la misión de Slade.
Eso sí,
lanzar este hechizo tenia sus costos.
Unos
costos mortíferos...
Nahuel Melis
10 años
La historia de los espectros que resurgieron de las tinieblas
El granjero yacía muerto en el corral, el potrillo ensillado en la tranquera. La oscuridad era plena. Todo marchaba según sus planes.
-Llévalo tú,
Ignacio- ordenó una voz revelándose entre las penumbras. Ignacio secó
torpemente el sudor de su frente y se marchó jadeante. El crimen estaba hecho.
Ajustaron las correas de los bultos y se internaron en el abrigo del bosque. Comenzaba a amanecer; ávidos brotes de sol husmeaban oscuros rincones. Bordearon setos, malezas y juncos; arroyos que serpenteaban vagamente profundas laderas y lechos, caminos salpicados por altos robles y nogales. Cabalgaron durante horas, tratando de evitar contacto con cualquier otro individuo. La cabaña no habría de estar muy lejos. Tenían poco tiempo.
El sol se puso; el
cielo nocturno los envolvía sosegado, límpidamente. Se adentraron en los
senderos más recónditos, camuflándose bajo la sutileza del vidrio, la ilusión
agazapada. Todo parecía cobrar vida: a la distancia, árboles que se confundían
con extrañas figuras, el incesante suspiro de una brisa somnolienta entre
las ramas, el aterrador murmullo de las hojas perdidas y…un grito… ese
despertar del silencio sepultando gemidos agonizantes, la oscuridad sellando la
sutileza del crimen, la esperanza desenredando infiernos, el arte de lo
perverso resurgiendo de lo inevitable...
Quedaron
paralizados. Ya era demasiado tarde. Fugaces sombras se escurrieron entre
los juncos, como si jugaran a las escondidas. Reían. Sintieron escalofríos que
los estremecían gradualmente. Las figuras no paraban de moverse. Reían. Siguieron
avanzando lentamente, no miraban hacia los costados. Tenían miedo. Las sombras
se evadían de ese mundo incierto, entre pantanos y juncos, para convertirse en
inocentes ardillas que se esfumaban bajo la insoluble oscuridad y un
silencio efímero, cuestionado por los grillos bajo azules perdidos. En fin,
sólo eran ardillas…
Parecía mentira:
años perdidos en soledad y abandono; hipnotizados por amargos rencores,
misterios, traición, odio…insolada locura. Decapitando sueños; sepultados en
infernales calabozos durante años que parecían eternos. Sus vidas parecían dar
un vuelco repentino, como oscuros espectros que volvían a resurgir de las
tinieblas…
Cada minuto que
pasaba era eterno. Su ansiedad por llegar era cada vez más prematura. De
repente, una figura que resurgía entre los robles se abalanzó sobre ellos.
Ambos se lanzaron hacia los juncos.
-Llegan tarde-
profirió una voz- debemos apurarnos, ya deben estar esperándonos…
Las sombras trepaban los setos, las nubes comenzaban a levantarse, la imaginación inerte de sus pensamientos se desplomaba en el horizonte. Siguieron al desconocido un trecho, parecía conocer los caminos de memoria. La ineludible palidez de su rostro delataba una personalidad ermitaña, sosegada. ¿Quién era ese hombre? ¿Acaso era uno más?
Las sombras trepaban los setos, las nubes comenzaban a levantarse, la imaginación inerte de sus pensamientos se desplomaba en el horizonte. Siguieron al desconocido un trecho, parecía conocer los caminos de memoria. La ineludible palidez de su rostro delataba una personalidad ermitaña, sosegada. ¿Quién era ese hombre? ¿Acaso era uno más?
El camino se
tornaba cada vez más dificultoso; se habían apartado del sendero. Caminaron por
el corazón del bosque, ceñidos por una bruma espesa y la penetrante crispación
del instinto; el puñal del viento acuchillando la inspiración del alba. El cielo
se tornaba pálido; pasajeras manchas crepusculares envolvían el horizonte; la
inmensidad del cielo vespertino los hacía cada vez más pequeños. Sólo eran
puntos: tres puntos que trataban de superar los límites que el propio destino
había sido capaz de ponerles a prueba, superar la barrera que
separa una vida incierta, misteriosa, férrea de…
Un destello de luz
agonizante se disipó entre las hiedras. Las horas de oscuridad habían parecido
eternas. Pudieron ver las luces de la cabaña parpadeando en el agua. No podían
creer haber llegado…
Cruzaron un viejo y
llamativo puente, el mismo que el leñador les había predicho poco antes de
emprender el viaje. El lugar apestaba a resina. Asediado por numerosos cedros y
alerces, un arroyo cristalino zigzagueaba rústicamente los alrededores de la
cabaña. El ermitaño golpeó bruscamente la puerta. Nadie respondió. Se asomaron
por la ventana y notaron que la mesa estaba servida.
-Será mejor que
esperemos aquí, no debe tardar en llegar- dijo por fin el ermitaño, tratando de
evitar mirarlos a los ojos.
Se sentaron
plácidamente en las escalinatas de la cabaña, acólitos por una bruma
enternecedora gravitando aquel mundo desconocido. El lugar transmitía una
armonía única, irreprochable. No era más que eso, sentarse y escuchar el
silencio…
Abrieron los ojos
lentamente. Estaba amaneciendo, un sosegado resplandor naranja impactó contra
sus rostros, cerrando las puertas a un ocaso predecible. Se miraron fijamente
unos segundos, como si aún no aterrizaran en la dolorosa pesadumbre de la
realidad. Se habían quedado dormidos, esto no podría estar pasándoles… La
cabaña estaba vacía, no había rastro de nadie que pudiera haber entrado
mientras ellos dormían profundamente en lo más remoto de sueños sublimes,
pesadillas quizás...
Atroces y singulares
crímenes, ¿Qué podría ser peor? Uno más en la lista, un grito, era tarde. El
leñador no les había previsto nada de esto; debía haberles dejado algún
mensaje, una señal… pero nada de eso habían encontrado. En fin, tenían que
seguir su camino. El granero no habría de estar muy lejos…
Los caminos eran
cada vez más desolados, el cielo cada vez más despejado…habían acabado el tramo
del bosque, irrumpieron en terrenos cada vez más solitarios. Estaban cansados,
pero no debían detenerse, el tiempo los sujetaba hasta el cuello. El ermitaño
aminoró la marcha, respiraba con dificultad. Su rostro se fue tornando cada vez
más colorado, como si alguien lo estuviera estrangulando, pero no había nadie
más allí: solo oscuridad, silencio… Con un último esfuerzo tomó un papel de su
bolsillo y lo aferró duramente entre sus dedos, al mismo tiempo que un golpe
seco y un último grito callaban el silencio. Ellos lo sabían, siempre lo
supieron; tarde o temprano sus condenas llegarían, no había escapatoria. De
todos modos, nada perderían por intentarlo.
Las luciérnagas
acometían vagamente la cúpula infinita. Ensillaron el potrillo en la tranquera
y se apresuraron a llegar al corral. Como lo suponían, era demasiado
tarde… jadeando, Ignacio llevó el cadáver hacia el lago.
Singulares crímenes, el granjero que yacía muerto en el corral, la misteriosa desaparición del leñador en el bosque, un ermitaño que yace sepultado en lo más profundo de su soledad aferrado a un mísero papel… Dos sujetos: dos sujetos que marchaban hacia el bosque bregando sus últimas horas, mientras los envolvía, sin pausa, la oscuridad.
Ayelen Illanes
2° premio de la etapa regional en los torneos bonaerenses
Burla a la soledad
Siento la frontera de tu piel,
y hace frío.
El freno de tus ojos a los míos,
y hace
frío.
Cómo tratás de ocultarme tu fragancia
y vaciarte de mí. Hace frío cuando
frente al mar te lloro.
Escondo en el frasco del silencio el dolor
y
hace frío
Cando junto a la almohada hace frío,
con una frazada
lo esquivo.
Danilo
La espera
Era aquel un lugar distinto por su
estructura edilicia. Los principales edificios públicos, que se encontraban a
lo largo de una avenida de doble circulación, le daban la apariencia de pueblo
de paso. Sus incontables casas estaban
dispersas en manzanas mal dispuestas,
debido a una anárquica diagramación
urbana. Solo la inmensidad de la pampa
que lo rodeaba, unía a Puente Viejo
con los demás pueblos del mundo.
En el fondo de la avenida, ya saliendo de la
zona urbanizada, estaba la estación de servicio. Don Juan, su
propietario, estaba parado en la
puerta. Los brazos en jarro, le daban a aquel hombre una imagen de “patrón” del universo. Su mirada,
hundida en el paisaje,
vislumbraba, desdibujada y ondulante por el espejismo, una polvareda muy
lejana, casi eterna.
Se
percató que a su alrededor, todo era
silencio, que las campanas de la iglesia no repicaban, porque no había
feligreses para llamar, y que el Palacio Municipal estaba vacío, porque no había contribuyentes,
ni concejales para legislar. La policía
no procedía, ni los jueces impartían
justicia, porque no había crímenes, ni robos, ni controversias de ningún tipo.
El hospital estaba sin médicos y
enfermeras, porque no había enfermos que curar. En los locales
comerciales no se exhibían mercaderías,
porque no había compradores. Reinaba la paz en todos los ámbitos de Puente
Viejo, porque el pueblo no tenías
habitantes.
Por un
instante imaginó, que la polvareda desdibujada y lejana, se transformaba en
gente que poblaba las calles de Puente Viejo. Entonces – pensó - que resonarían
las campanas de la iglesia llamando a los fieles, que acudirían a confesar los
pecados, que volverían a cometer una y otra vez, que el Palacio Municipal se
llenaría de contribuyentes y los concejales legislarían, procurando quedarse
con la mayor parte de los dineros del pueblo, pero siempre prometiendo una vida
mejor para todos. La policía reprimiría
brutalmente a los inocentes y haría la “vista gorda” con el accionar de los verdaderos delincuentes. Los
jueces impartirían injusticias olvidando, en sus fallos, la aplicación de las
leyes. El hospital estaría superpoblado de gente enferma y sin atender, porque
los médicos y enfermeras estarían protestando
para obtener mejores salarios.
Las calles estarían cortadas por
piqueteros, que pidiendo pan y trabajo,
sabrían de antemano, que nadie les daría
respuesta a sus necesidades. Se
acrecentarían las ventas de artículos
innecesarios para vivir, ofreciendo
regalos, tómbolas y toda la artillería pesada del marketing y la gente
compraría, con todos los medios de pago posibles, hasta quedar económicamente
destrozados.
El caos se apoderaría de Puente Viejo.
Pero no
obstante todo ese caos, también se llenarían las plazas de niños jugando, con
sus madres embarazadas, esperando a que los padres regresen de trabajar. En los
asientos, de esas mismas plazas, se
sentarían parejas de enamorados
prometiéndose amor eterno, entre besos y caricias. Los ancianos, jugando a las bochas, se sentirían felices, rodeados de sus nietos. En realidad todos los
habitantes de Puente Viejo, en algún momento, podrían gritar con toda la fuerza
de sus pulmones: “ Hoy he tenido un día
de felicidad”
Don Juan dio media vuelta, entro en la oficina
de la estación de servicio y se sentó en cómodo sillón del escritorio Con la mirada puesta en el
infinito y con voz muy segura expresó “Vale la pena esperar”.
Mario Cano
No hay comentarios.:
Publicar un comentario