Adolescentes
Debiera
sentirme relajado supongo,
pero
abatido suena mejor;
en
realidad no,
pero
así estoy hoy.
Debiera
sentirme seguro quizás,
sin
motivo aparente,
pero
fehaciente me suena mejor;
no sin
razón, no.
Debiera
verme cuando me veo,
pero en
realidad no soy.
Una
persona traicionada por su sombra
es lo
que soy.
Debiera
mirar hacia el frente,
pero
humano, verás, es lo que soy.
Me
quema mi pasado instantáneo,
que sin
mirar, observo.
Debiera
ser muchas cosas
más de
las que soy;
debiera
ser alguna cosa primero
más no
la puedo hallar,
la
existencia de mi vida,
sin
divulgar está.
No sin
motivo,
seguro
que no,
pero
acaso,
¿quién
lo dirá?
No la
oiré jamás
si mi
centro no logro hallar
en esta
intrincada etapa
que
solo puedo recordar.
Destino
ventajoso
pero no
tan piadoso,
no te
reveles, no;
más
déjame ver
lo que
debo hacer
para
finalmente ser.
Gonzalo M. Romano
Presagio
Caminaba con calma
por la calle desierta. El frío era agudo. Unos pocos bares se encontraban
abiertos y en su interior se podía ver a los hombres perdidos en la bebida. Me
había sentido demasiado abrumada al comprobar que pasaría la noche de fin de
año en soledad, por lo que había decidido abandonar mi humilde hogar para salir
a vagar por esas calles sin dueño. Creí que, al menos, serviría para despejar
mi mente de los problemas económicos que me acosaban en ese entonces.
Sin embargo, fue
inútil. Pensé que las familias disfrutaban de ostentosas cenas mientras yo me
“deleitaba” observando a los pobres hombres, y hasta incluso perros, que
revolvían la basura intentando hallar algo de comida para saciar su apetito.
Los estrechos
caminos se encontraban iluminados únicamente por las luces procedentes de las
casas o bares; el resto, oscuridad. Ni siquiera los focos de alumbrado público
podían esclarecer aquel ambiente tan sombrío. De pronto, toda la situación me
infundió miedo.
Al observar con
detenimiento la precaria luz proveniente de la ventana de un pequeño edificio,
recordé las horrorosas circunstancias de las que había sido testigo alguna vez.
En una noche fría y
oscura, ella camina por la vereda de enfrente al edificio en el que vivo. Como
casi todos los días, la veo; es la hora en que me dispongo a cerrar las
cortinas de mi departamento, ubicado en el primer piso.
Repentinamente, un
hombre sale desde un estrecho callejón a espaldas de ella y se le acerca con
sigilo. Tiene un arma blanca en la mano derecha, que presiona sobre su delicado
cuello. La obliga a retroceder y la conduce hacia el mismo callejón del que
salió. La oprime contra la pared y continúa hundiendo el filo del cuchillo en
su cuello. Su cara se encuentra tapada por una máscara que por momentos se
confunde con la opacidad de la noche, aunque pese a ésta veo. Le indica con un
movimiento de cabeza el bolso que ella carga en su brazo izquierdo. La mujer lo
abre y él saca de su interior un objeto un tanto rectangular, probablemente un
monedero.
Cuando parece que
finalmente va a marcharse, la obliga a levantarse el vestido y se dispone a
violarla, pero ella comienza a gritar. La calle está desolada. Pide ayuda una y
otra vez; nadie más que yo puede saber lo que sucede. De pronto, observo cómo
el ladrón se convierte en asesino al cortar con la hoja del cuchillo el cuello,
imagino que más precisamente una de las venas yugulares de la mujer. Él corre
con el monedero en la mano, ella se desvanece en el suelo donde será encontrada
sobre un charco de acuoso granate, manchada de muerte.
Cierro la cortina y
continúo con mi vida como si nada hubiera sucedido, me convierto en cómplice de
aquel desconocido al ocultar por el resto de mis días la visión de ese homicidio.
Seguí mi camino
intentando olvidar aquellas imágenes que reaparecían en mi mente después de
tantos años de sucedido el hecho. Desde el momento en que había sido testigo
también había sabido muy profundamente que jamás podría librarme de ellas.
Sentí un escalofrío
que subía lentamente por todo mi cuerpo. Al percatarme de la intensa oscuridad
que aumentaba a medida que los minutos corrían, opté por regresar al
departamento, aunque tuviera que acostumbrarme a la soledad del ambiente. Así
que apresuré el paso y doblé en una esquina, no obstante, al hacerlo, me hallé
en una calle aún más oscura que la anterior.
Mi mente se escapó,
escabulléndose por recovecos y lugares desconocidos, para detenerse frente a
unas imágenes con algún factor común y a la vez familiar.
Me encontré parada
en una callecita lúgubre e imperturbable como ninguna otra. Caminaba despacio,
hasta que escuché pasos que se acercaban lentamente. Un hombre se detuvo frente
a mí, impidiéndome el paso. Me pidió plata que yo no tenía y me amenazó de
muerte si no le entregaba toda la suma que llevaba conmigo. Le repetí que no
tenía dinero, pero no me creyó. Se oyó un disparo seco y algo que se hundía en
mi corazón, quemando mi interior.
Súbitamente regresé
a la realidad. Casi por instinto, llevé la mano al corazón para asegurarme de
que todo había sido solo producto de mi imaginación. Miré alrededor, me
encontraba en el escenario donde había tenido lugar la fantasía. Todo era
exactamente igual, incluso los mínimos detalles. Sentí pánico y traté de
convencerme de que era una locura, nada de aquello había sido real ni tenía por
qué serlo ahora.
Instantáneamente,
oí unos pasos largos en dirección a mí. El pánico se convirtió en completo
espanto y comencé a correr desesperadamente sin rumbo fijo. Solo deseaba salir
de la oscura calle y buscar refugio entre algún tumulto de gente. Sin embargo,
ya estaba frente a mí. Su cabeza estaba cubierta por una máscara de tela negra
y sus manos, por guantes del mismo color. Llevaba un revólver en su mano derecha,
el cual apuntó a mi cabeza, al mismo tiempo que pedía dinero.
-No tengo -le dije
con voz temblorosa.
-No grites o te
mato. Dame todo lo que tengas. ¡DALE! -contestó él.
Exclamé una vez más
que no tenía dinero, que se llevara el reloj o cualquier otra cosa, pero que
dinero no tenía. En ese preciso momento, escuché el sonido del disparo que
había oído anteriormente en mi extraña visión. Sentí frío, mucho frío y me
desvanecí en el suelo. En medio de la espesa e interminable sombra alcancé a
ver una precaria luz proveniente de la ventana de un pequeño edificio.
Natalia
Soledad Rotelo
Mar de ojos vacíos
Ella camina sola
sobre el mar de ojos vacíos
porque nada queda para ella
solo otro igual sin un dios
esperándola en la ciudad desierta
sobre el mar de ojos vacíos.
El la ve llegando con la caída del alba
bajo la luz de lágrimas y ecos
que separan los ojos de la cara
aquellos ojos que perdieron la libertad en vos
haciendo lo posible imposible
lo imposible tu única ayuda
y entonces encuentras
la libertad en los ojos vacíos
y entonces encuentras
la vida tras tus caminos
entonces
ellos abrazan la suerte en una caricia
y miran el mar de ojos vacíos
esta vez ella le dice a su mirada
ya no somos la espera de los dos
y nunca parte fuimos
del mar de ojos vacíos...
Lautaro Dure
Virtudes
Hoy el mundo me confiesa su
frescura;
me muestra su ternura y su sabor
a flores.
Hoy me inspiro en una pequeña
idea:
en juegos trasparentes, manzanas
dulces,
toboganes a la nada, sube y
bajas al cielo.
Hoy encuentro mi
bella necesidad;
mi pureza en lo
impuro,
en lo que
florecerá.
Hoy redescubro
primaveras; hoy soy la primavera,
que
nace para los que aman;
que
vive en los que se aman.
Hoy mis suspiros
caen rendidos a tus caderas;
y mis manos se
desarman en tu boca.
Jonatan
sin ton ni sazón
Era una tarde triste, y esas siempre
atraen la melancolía invitando a reflexionar sobre aquellas cosas que, en días
de sol, se espantan como los vampiros.
Preguntas revoloteaban como
moscardones:
¿Tendría alguna vez un minuto de paz o
comprensión? Quizás no, y pasara su tiempo así, saltando de aquí para allá
tratando de no importunar demasiado. ¿Acaso no le decían siempre que cuando se
excedía en su presencia todo se volvía demasiado ardiente? No, mejor estar poco
y desaparecer rápidamente para no cargar las tintas con su temperamento
picante, inquieto y excitante.
Reflexionando, su soledad no
era total, siempre estaba allí su mejor amiga. Y no por que fuera tranquila y
simple, muy por el contrario, en
realidad nadie sabía muy bien qué guardaba en su interior. Como compuesta por
miles, jamás era la misma, cada día una faceta nueva, cada momento una nueva
capa salía a la luz. Capaz de hacerte llorar, o de congraciarse con los más
dulces, combinaba a la perfección con su ardiente humor, convirtiéndose ambas
en el alma de la mayoría de las reuniones.
Tristemente, lejos de su
amiga que la suavizaba, tendía a
excederse y por eso cada dos por tres se hallaba sola reflexionando sobre su
triste destino.
Una tarde de invierno, de
esas que invitan a estar junto al fuego bebiendo algo caliente, cargado, de
cuerpo seductor, ella llegó al límite de su fugaz paciencia. No quiso soportar
más la mirada de soslayo, la crítica velada y los ceños fruncidos. Estalló, les
cantó las cuarenta y descargó todo su furor en medio de la cálida reunión. Así,
arruinó lo que podría haber sido una velada deliciosa, equilibrada, sazonada en
partes iguales con la profunda intensidad de su gran amiga y con un puñado del
ácido dulzón del «gordo», siempre rojo de tanto viajar de lugares fríos a
climas ardientes, y con el toque sabrosón de su compañero igual de rojo pero
con distinto temple y sin olvidarnos del pequeñín, tan pícaro y fogoso como
necesario para levantar cualquier
reunión. Eso, sin entrar en detalles hablando de Boogie, siempre intentando
unir y aceitar las relaciones, o del flaco, con su aroma inconfundible y palmas
dispuestas a enfatizar cualquier sensación.
Nada quedó de ese delicado
equilibrio, todo fue furia y ardor.
Cuando salió de allí,
llorando su cólera, la pobre corrió al viento hasta la plaza más cercana y se
sentó en una banca vacía. Se preguntó
por enésima vez si ése sería su destino eterno, como Sísifo arrastrando la enorme
roca una y otra vez por toda la eternidad.
En ese momento, no pudo evitar recordar aquella noche fría,
de esas que crujen en el estómago pidiendo más. Esa noche perfecta, cuando se encontró con él. ¡Le quemaban los recuerdos
sólo con su imagen! Era tierno, de carnes firmes, jugosamente voluptuosas, una
buena pieza de los de su clase.
Juntos, habían alcanzado una
deliciosa combinación, exacta para una fría noche de invierno. No es que se
hubiesen convertido en un par digno de un rey, por que eran sencillos, pero capaces
de saciar a un león.
¿Dónde estaría él ahora?
¿Volvería a verlo alguna vez? Extrañaba
su textura tierna, más ahora, en esta destemplada jornada. ¡Quiera el destino
volverlos a reunir para inundar el aire de delicia!
Para su desgracia, la
realidad no era como los recuerdos, y un mar de soledad la esperaba, su mejor
amiga poco podría hacer para consolarla, escaso consuelo eran las dos solas.
Caro fue el precio del enojo y la furia,
para su desgracia, no le quedó más remedio que admitir que necesitaba de ellos,
cada uno con su toque, cada quién con su
particular modo de excitar los sentidos. Pero, después de lo
ocurrido, compañeros y amigos, hartos de su espíritu de fuego, dejaron de invitarla
a las reuniones.
Pasaron las semanas y la
barra de amigos se reunía aquí y allá fingiendo no haberla conocido nunca. Cada
quién continuó su vida como si nada, semanas enteras de almuerzos, cenas,
reuniones casuales y no tanto quedaron atrás sin la furiosa amiga. Ella por su
lado, tejía el hastío con un falso optimismo, que se apoyaba en las ventajas de
la nueva situación. Pero, los constantes sueños con aquella noche de invierno,
atestiguaban el vano intento.
Pasaron infinidad de noches
con sueños ansiosos y recordando tardes deliciosas.
Atrás quedaron miles de
tardes de charla desabrida, y de amistades sin sustancia.
Insulsa fue la rutina de cada
uno de los amigos.
Al tiempo, todos parecían resignados a una
vida de colores deslucidos, aromas tenues, sensaciones aguadas. Atrás quedaba
la sinrazón y la pasión arrolladora subida a un bocado. Pero atrás había
quedado también el sabor de vivir, la sazón de un corazón latiendo sensaciones
únicas y que colman.
Bordeando la primavera, la amiga más
reciente y menos comprometida del grupo, dijo lo que todos estaban sintiendo y
ocultaban en el fondo más oscuro de su alma. Ella, la frívola y poco pensante,
la que se sentía especial con su piel tersa, su aroma único, su temple intenso,
exótico y su mirada verde, dijo lo que nadie quería admitir.
Fue un mediodía ventoso, con
ráfagas que olían a pescado asado haciendo cosquillas que llegaban hasta el
estómago. Ese día, prometía ser perfecto, sabores en excelsa armonía, colores
invitando sensualmente a ser tocados, degustados. Pero ella intuía que sería un
fracaso, entonces lo dijo: —Hasta que no estemos todos juntos nuevamente, esto será como absorber
vitaminas de un vaso de agua. Si quieren realmente volver a paladear un sabor
verdadero, deben recuperar a la que falta—.Clavó su mirada verde en cada integrante reforzando la afirmación.
Ignorando lo que ocurría, la marginada
compañera, pasaba el tiempo templando su soledad con amistades superficiales
que quisieran aceptarla. Pero estos paliativos ya no funcionaban, ansiaba
desesperadamente recuperar la fiesta de
colores y sensaciones que les daban sus compañeros.
Dolorosamente había aprendido la lección
¿Sería tarde para cambiar las
cosas? ¿Habría oportunidad de reparar los lazos?
El sol que entraba por la
ventana le traía recuerdos de aromas infinitos vividos con sus amigos, una
piedra pesada cayó en el fondo de su alma, entonces, llegando al límite de la
desesperación dejó a un lado el tonto orgullo y tomó el teléfono. Éste,
aparentando estar unido telepáticamente a sus deseos, sonó al apenas apoyar la
palma en el auricular. La voz de Boogie hizo que su corazón latiera feliz, la
estaba invitando a comer asado de pescado.
Sin disimular su felicidad, tal como era su
estilo, partió rápidamente hacia el lugar de reunión. Al verla, los amigos
soltaron los rencores que volaron muy lejos llevados por las ráfagas de
primavera.
Tibias
resultan las palabras para describir la intensidad de las sensaciones de
ese día, usar vocablos fantásticos como “pantagruélica”, “colosal”,
“magnífica”, “ciclópea”, “apoteósica”, no son capaces de transmitir esa mezcla
exacta entre el aroma lesivo del humo y a la vez estimulante con sus ráfagas
llenas de carne casi a punto. No podemos sentir con ellas esa explosión de
colores que penetran por los ojos y por la nariz al traernos la suavidad del
aceite, la intensa y exótica presencia de las aceitunas, la justa combinación
entre lo ácido y dulce del tomate o la tajante sensación del morrón, recostado
todo en un colchón de deliciosa cebolla transparente y jugosa, con una lluvia
del aromático e indispensable perejil y el infaltable toque aromático del ajo.
Difícil se hace provocar esa inmensidad de
sensaciones donde no hay órgano sensorial que quede sin ser acariciado,
llevándonos a un éxtasis. ¿Hay otra creación del ingenio humano capaz de
provocar tanta cantidad de placeres a la vez?
Por eso, ese mediodía de inicios de
primavera, quedó grabado en todos los amigos con la indescriptible esencia de
la comida, recuerdos regados por la salsa, aromatizado por la mezcla de humos,
carne dorada, verduras y frutas de inconfundible presencia, y prendida a la
vista con sus verdes fulgurantes, rojos deliciosos, jugosas transparencias.
Nuevamente, fue la compañera
más frívola la que pudo ponerle palabras a esa magnífica jornada. Sirviéndose
un delicioso vino blanco con un dejo de uvas frescas, alzó su copa y dijo: —Brindo por nosotros, que, como
esta sabrosa salsa criolla con aceitunas, necesita todos los ingredientes para
transportarnos su esencia única. Cada componente tiene alma propia: picaresca,
aromática como la del ajo, dual y sabrosa como la del tomate, jugosa y compleja como la de la cebolla... —decía señalando divertida a sus amigos —...picante, fogosa y pasional como la de la
pimienta —agregó señalando a la recién llegada. Luego bebió un nuevo sorbo y continuó
su brindis: —Esencia única, pero nueva creación al unirse a otros; única
y fundamental por que sin esa salsa que
formamos todos, este pescado sería un ejemplo del aburrimiento y lo insulso.
Pero, con salsa y todo, aún sigue siendo algo soso y rutinario sin la pimienta,
esa gota de pasión y sinrazón, piedra filosofal de la creación—. Ella dirigió sus ojos a la alocada amiga y con
un gesto la invitó a beber. —Brindo por cada uno, y por el mundo nuevo,
pleno de sensaciones que se abre cuando integramos nuestras esencias.
Maria Claudia Machelett
Entre Penumbras
Entre penumbras
Veo arder tu reflejo
En el frío líquido desparramado
De las paredes aterciopeladas
En una habitación redundante.
En el reflejo de sombras ardientes
Descubro tu mirada encendida
Que descifra el fuego incontenible
De figuras que se enredan,
Mezclan aliento y saliva,
Se transforman divisándose levemente
Entre paredes espejadas,
Anudan respiraciones entrecortadas,
Se unifican en diversas formas.
Un desbordante rayo desorbitado
Quiebra la noche
Por uno de sus costados.
Momento culmine,
Brota la sensación de embriaguez
Colmada de alocada pasión,
Y tu
alma destila centellas de luz
En esta noche imperfecta
Dentro de este entorno vacilante
Me lleno de lumbre de tus estrellas.
Después de nuestras voces,
La lluvia comienza a desalojar
El silencio de la habitación,
Y tu sombra se encadena
Al sentir inagotable de mi fantasma
Por el resto de las noches y los días
De la vida entera.
Roxana Contreras
Ahora me has dejado
Ahora que me has dejado,
es cuando más pienso en ti,
Ahora que ya no te tengo
a mi lado es
cuando más te deseo
junto a mí.
Y aunque tú te hayas ido,
yo nunca te he dejado
de querer,
por eso hoy te ruego
que regreses junto a mí.
He intentado olvidarte,
pero no lo eh podido lograr,
porque cuanto más lo intento,
mas sufre mi corazón.
Te recuerdo cada noche
ahora que no estás,
y a oscuras siempre estoy
esperándote llegar.
Te busco en mis sueños,
y nunca tú estás,
no sé como hacer para
retenerte junto a mí.
Regresa vida mía,
no puedo ya seguir así,
no dejes que mi corazón,
sufra más por este amor.
Regresa amado mío,
no me dejes sola así,
no ves que mi corazón
se está muriendo,
al verte a ti partir,
y si tú no regresas pronto,
él dejara de latir
es cuando más pienso en ti,
Ahora que ya no te tengo
a mi lado es
cuando más te deseo
junto a mí.
Y aunque tú te hayas ido,
yo nunca te he dejado
de querer,
por eso hoy te ruego
que regreses junto a mí.
He intentado olvidarte,
pero no lo eh podido lograr,
porque cuanto más lo intento,
mas sufre mi corazón.
Te recuerdo cada noche
ahora que no estás,
y a oscuras siempre estoy
esperándote llegar.
Te busco en mis sueños,
y nunca tú estás,
no sé como hacer para
retenerte junto a mí.
Regresa vida mía,
no puedo ya seguir así,
no dejes que mi corazón,
sufra más por este amor.
Regresa amado mío,
no me dejes sola así,
no ves que mi corazón
se está muriendo,
al verte a ti partir,
y si tú no regresas pronto,
él dejara de latir
Romina
Contreras
romi_lh@hotmail.com