Zapatitos de ángel
- Te
pido disculpas por la demora –le dijo el joven vendedor mientras la acompañaba
hasta la caja.
- No es
nada un poco de espera. Estoy
recompensada porque que me llevo los zapatos que quería. Además yo nunca me
enojo, siempre tengo buen humor.
- ¿En
serio?... mirá que aquí le tomamos la
palabra a los clientes!...
-
Creéme, siempre estoy de buen humor.
- Te
haría una apuesta para comprobarlo –desafió el muchacho.
- No
hace falta, es cierto, siempre tengo buen humor, inclusive cuando me hacen bromas pesadas.
–respondió la jovencita con aplomo.
- Es
una ventaja saber con qué clase de persona uno trata, porque a este negocio
viene cada clienta con cada carácter, que te la regalo –decía él mientras le
entregaba la compra.
- ¡Qué
liviano! – dijo ella al recibir la bolsita con la caja.
- ¡Es
porque los zapatitos de ángeles tienen que ser livianitos, por si la dueña
quiere volar! –respondió galante.
- ¡Ay,
muchas gracias… y buenos días!
-
¡Hasta luego!... –respondió él con picardía, acompañándola con la
mirada.
Cuando la clienta se retiró del local, otra de
las vendedoras se acercó a decirle:
-
Estabas tan embobado con tu clientita que le dijiste: ¡Hasta luego!
- Le
dije así porque estoy seguro que va a volver a buscarme, y muy pronto.
- ¡Ay…
miren chicas, Narciso Bello, dice que la clienta que atendió recién va a volver
a buscarlo.
-
¡Estoy seguro!... apuesto una docena de facturas a que en menos de 24
horas vuelve a buscarme.
-
¡Dale!… si vuelve, entre todas pagamos la factura y si no viene pagás
vos.
-
¡Trato hecho!... pueden ir preparando el café.
Otro de los compañeros se acercó a preguntarle
con aires de cómplice:
- ¿La
embrujaste loco, que estás tan seguro?
- No
digas nada y preparate para cuando venga de buen humor: ¡le puse un solo zapato
en la caja!... acá arriba guardo el otro.
Pedro
Soto
sotopedro99@hotmail.com
Dejo caer mi
pluma.
Silencio...
Trovador de mis sentimientos ocultos,
dejo mi pluma caer sobre un papel
donde se mojan mis letras por mis lágrimas,
que añorando un amor eterno
se ve en mi un final sin esperanzas.
Soñadora del amor?
esquivo las flechas
que caen sobre mi.
Como luciérnagas
en la noche pasan rozándome
esquivando las esquirlas
cubriéndome de rosas
trato de reponerme
de un manto...
… Majestuoso y genuino de un ángel
translucido como el agua de un manantial
descubro un don....
Mis letras sin razón de ser
las escribo en memorias
biblia del pentecostes
pasarán a ser,
dónde notas olvidadas
contarán su historia.
Silencio...
afortunado sin razón de ser,
añoro las esperanzas
que un día me dejaste ver...
y lloro en silencio dejando
caer mis lagrimas rojas
sobre un papel...
Silencio...
Trovador de mis sentimientos ocultos,
dejo mi pluma caer sobre un papel
donde se mojan mis letras por mis lágrimas,
que añorando un amor eterno
se ve en mi un final sin esperanzas.
Soñadora del amor?
esquivo las flechas
que caen sobre mi.
Como luciérnagas
en la noche pasan rozándome
esquivando las esquirlas
cubriéndome de rosas
trato de reponerme
de un manto...
… Majestuoso y genuino de un ángel
translucido como el agua de un manantial
descubro un don....
Mis letras sin razón de ser
las escribo en memorias
biblia del pentecostes
pasarán a ser,
dónde notas olvidadas
contarán su historia.
Silencio...
afortunado sin razón de ser,
añoro las esperanzas
que un día me dejaste ver...
y lloro en silencio dejando
caer mis lagrimas rojas
sobre un papel...
Angelross
Alba Rosa Retondo
La Partida
Envueltas por la fría bruma,
abandonadas, desaparecen
aquellas tierras. Ensueños,
recuerdos que atrás quedan
como un camino de espuma;
mientras con afán busca
un navío su último destino.
El viento desolador golpea
su rostro, sus húmedos ojos
en la lejanía perdidos;
se agitan, se estremecen,
en una tristeza muda
enloquecen, prisioneros
del dolor de un desterrado;
en cuya atormentada alma
se desata con furor,
una implacable batalla
que le arrebatará la vida.
Claudia
Mercatante
Escritora y Artista Plástica
Teniendo un cambio
Tengo lágrimas corriendo por mi mejilla
y quiero venderlas antes de desaparecer.
Tengo sonrisas al frente de mi cara
y quiero comprarlas para hacerte reír.
Tengo manos cansadas de sostenerme
y quiero regalarle caricias de tu rostro.
Tengo piernas agitadas de correr
y quiero prestarles una calle donde puedas
caminar.
Tengo ojos borrosos y tímidos
y quiero mostrarles un espejo transparente.
Tengo el alma, confusa y distraída
y quiero conseguirle una vida a tu lado.
Tengo por último una boca reseca
y quiero para ella algo único...
el beso que nunca me diste.
Lautaro
Dure
Pestañitas
En el río Pasará,
que cruza la selva americana, vivía una cálida y tierna familia de yacarés; ¡Sí, chicos, yacarés! No
se asombren si les digo que eran cálidos y tiernos, pues ellos también lo son,
el problema es que no los conocemos.
Don yacaré y
señora, vivían felices junto a sus tres hijos y la vida pasaba siempre igual,
día tras día, sin novedad. Pero una vez, después de una larga espera, nació un
nuevo integrante en esta familia. Era tan lindo que sus papás tuvieron que
pensar muchos nombres, hasta que se les ocurrió uno especial: PESTAÑITAS. Y sí,
no podría llamarse de otro modo pues, eso justamente, era lo más llamativo del pequeño bebé ¡Sus
pestañas! Eran hermosas y cada vez que
cerraba y abría los ojos, las movía con mucha rapidez, por eso, ese era el
nombre ideal para el pequeñín.
Así, fue creciendo
bajo el cuidado de su familia. Sus hermanos eran los encargados de pasearlo por
la orilla del río y de enseñarle todos los trucos necesarios para poder
sobrevivir en un lugar tan peligroso como la selva.
El principal
consejo de sus papás fue siempre: “Tener cuidado con los extraños”. Pestañitas
era obediente, aunque un poco travieso.
Por ejemplo, se paraba sobre una piedra y después de dar una increíble vuelta
en el aire, se tiraba al agua haciendo un
gran splash para asustar a los
peces, que salían nadando por todos
lados.
Pero él no lo hacía
por maldad, porque era tan pero tan bueno que ni siquiera atrapaba peces para
alimentarse. Amaba a los animales, jamás dañaría a uno. Es por eso que para
comer, le alcanzaba con prepararse una rica ensalada, esa era su comida
preferida.
Esa comida tan
saludable, hacía que se viera un poco extraño ante los demás yacarés.
Muchas veces sus
amigos lo invitaban a jugar en el río y le decían: -Vamos Pestañitas, no olvides tu ensalada.
A él le molestaba
un poco cada vez que se lo decían, pero se sentía tan feliz que al instante se
olvidaba de todo y salía a jugar con ellos.
Un día, en medio de
una gran tormenta, el río comenzó a crecer y a agitar sus aguas. Muy pronto
éstas se enfurecieron, salieron de su camino y comenzaron a inundar todas las
orillas. Subieron y lo invadieron todo.
Pronto, todos los
animales escucharon el aviso de peligro.
Todos menos Pestañitas que estaba dormido sobre una gran piedra, y allí se
quedó, hasta que una ola lo envolvió y
por más que trató de luchar contra ella, se lo llevó lejos, muy lejos.
Mientras tanto en
su hogar, pasada la catástrofe, las familias se reencontraban y se abrazaban
felices por estar vivos. Pero esa felicidad desapareció, como desaparece la luz
de una estrella, en cuanto aparece el primer rayo de sol. ¡Faltaba Pestañitas!
Rápidamente se
organizó una búsqueda y al final del día, la respuesta era una sola: se había
ahogado.
Para su adiós se
reunieron todos frente al río y tiraron flores multicolores al agua, mientras
se escuchaban caer una a una, las
lágrimas de los que lo quisieron. Hasta sus amigos, que tanto lo cargaban,
tiraron hojas de lechuga, ese hubiera
sido su último deseo.
Mientras tanto, en
una orilla muy lejana, Pestañitas, despertaba abrazado a una rama, todo mojado,
lleno de barro, con hojas pegadas en su cara.
Con una pata se limpió los ojos para poder
ver. No entendía qué había pasado, ni en dónde estaba. Lo que sí podía entender
era que esa no era su casa; el lugar se veía distinto.
Lo primero que hizo
fue llamar a sus papás: - ¡Mamá, papá!!!!!!
Nadie contestaba su llamado.
Se quedó quieto, en
silencio, llorando lágrimas de verdad, que mojaban y todo.
En medio de ese
silencio escuchó ruidos en un árbol, miró hacia arriba, no se veía nada
especial; pero después de insistir con la mirada, logró encontrar, en medio de
las ramas, un montón de plumas y entre ellas unos ojos grandes que lo miraban.
Cuando sus miradas
se encontraron se escuchó un solo grito: ¡AAAAAHHHHH!
Los dos gritaron
desesperados; el bicho emplumado se tapó con una gran hoja verde y el yacaré
con un yuyo seco, que fue lo primero que encontró.
Después silencio, y
diez minutos después, silencio también.
Finalmente,
Pestañitas se atrevió a decir:
-Hola.
Silencio.
-Yo también tengo
miedo, pero estoy solo y perdido, por qué no nos presentamos.
-Una voz le dijo: -
No te ves muy confiable, eres muy grande y yo muy pequeño, pero valiente.
-Quiero verte.
-Negativo.
Silencio.
-Hagamos una cosa,
contamos hasta tres y los dos damos un paso hacia delante, así podremos vernos
bien.
Después de unos
minutos se escuchó un: - Bueno, pero sin trucos.
-¿Estás listo? Preguntó Pestañitas.
-Sí.
Y los dos contaron:
- Uno, dos y tres.
Pestañitas avanzó
un paso, el bicho también; con tanta mala suerte que se olvidó de que estaba
parado en una rama y cayó tantos metros como tenía el árbol.
Quedó desmayado a
los pies de Pestañitas. Este se asustó mucho, trató de despertarlo pero no
pudo. Le mojó la cara con agua del río, pero tampoco reaccionaba.
Rápidamente preparó
una cama con hojas, lo acostó en ella, y se quedó a su lado, dándole agua
fresca, mojando su cara y sus plumas, controlando que respirara.
Pasaron tres días.
Finalmente el bicho abrió los ojos, se asustó al principio, pero pronto recordó
lo sucedido y cuando se tranquilizó dijo: - Pomponia
e donde emprendería
su viaje de regreso, siguiendo el camino del norte.
Parados en la
orilla del río, se dieron un dificultoso pero cálido abrazo de despedida.
Pomponia le regaló una pluma que se sacó de un ala, y Pestañitas le dio una de
sus maravillosas pestañas.
El viaje solitario
por la orilla del río, lo hacía extrañar cada vez más a su familia y por eso
caminaba sin parar, paso tras paso, descansando por las noches para reponerse.
Una mañana tuvo un
despertar más que sobresaltado. Cuando abrió los ojos vio frente a sí una
imagen muy extraña, una cosa de altura considerable, con dos ojos lo estaba
mirando.
Dos piernas flacas,
metidas en unas botas muy altas, que le llegaban hasta las rodillas, un cuerpo
delgado, vestido con colores de la selva, un par de brazos huesudos que
sostenían algo negro de hierro, que sin saber por qué a él le dio miedo, y una
mirada muy fuerte, sin expresión.
Era muy serio, y
tenía unos bigotes enroscados hacia arriba, como los de su vecino Anselmo.
Miedo, eso es lo
que sentía al mirarlo.
Por eso decidió
quedarse quieto, para ver qué pasaba.
El cazador apenas lo vio se dio cuenta de que
era un yacaré muy especial.
“No lo mataré
todavía, es pequeño y su piel alcanzaría sólo para un cinturón, será mejor esperar, tener paciencia y poder
hacer una gran cartera”.Pensaba mientras se acercaba y se presentaba
diciendo: -Yo soy admirador de los
animales de la selva, los protejo, los mimo, los alimento, y tú quién eres?
-Pestañitas, señor.
- ¿Qué haces solo
en un lugar tan peligroso?
- Yo vivía feliz
con mi familia hasta que el río creció y me separó de ella. Ahora estoy solo-
dijo mientras se secaba una lagrimita que se le escapaba. Estoy intentando
encontrar el camino que me lleve a mi casa.
- No te preocupes,
yo puedo cuidarte.
- Pero señor, mi
mamá dice que no confíe en extraños.
- Yo ya no soy un
extraño, acabo de presentarme, y podría ayudarte a encontrar más rápido tu
hogar.
Pestañitas sentía
un poco de miedo, pero la idea de llegar más rápido con su familia, pudo más;
por eso decidió aceptar la ayuda.
Juntos empezaron
una larga caminata. Después de varias horas, el cazador le dijo que entrarían
al pueblo para descansar un poco en su casa, porque pronto llegaría la noche.
Esto no le gustó
mucho, pero después de todo por qué sospechar, si hasta ahora no le había hecho
nada y lo había tratado bien Pensó
Pestañitas.
Así, fue con el
cazador hasta su casa. Al entrar, éste le dijo que tenía una cómoda cama para
él y lo invitó a entrar en una habitación, un poco extraña, pero por lo menos
allí podría pasar la noche más seguro
que a la orilla del río.
Al amanecer, cuando
el primer rayo de sol entró y lo despertó, descubrió con gran tristeza, que no
estaba en una habitación, sino en una jaula de la que no podía salir.
Solo y más triste
que nunca, pensaba en su mamá, y escuchaba su voz dándole consejos sobre no confiar en
extraños. Ahora entendía lo que le había querido decir.
A partir de allí,
su amigo “el extraño”, ya no le hablaba, sólo se acercaba para traerle comida.
Con desesperación
comprobó que no era el único, y pronto comenzó a hablar con todos los yacarés
encerrados como él. Estos le contaron que no había salida y que serían
convertidos en carteras y zapatos.
Pestañitas no
lo creyó y no estaba dispuesto a
darse por vencido. Es así como esperó la próxima noche.
Como era muy pequeño, logró deslizarse entre los barrotes, y después de abrir
las jaulas de sus compañeros, huyó.
Corrió por las
calles, donde todo era extraño para él, y una vez que se alejó lo suficiente,
se detuvo frente a una zapatería. Con gran asombro vio que había en la vidriera
muchos familiares suyos, y aunque tenían formas raras, decidió llevárselos.
Entró corriendo en el negocio y cargó todos los zapatos, carteras y cinturones
que pudo y les dijo: - Muchachos no teman, ya están a salvo.
Durante los días
siguientes, caminó y caminó por la orilla del río, cargando a sus amigos, con
el deseo de encontrar a su familia.
El deseo se hizo
realidad y una brillante mañana llegó al lugar, lo encontró, era su casa.
Allí estaba su
mami, que salió corriendo a recibirlo y lo llenó de besos (como lo hacen las
mamis).
Pestañitas contó su historia y les presentó a
los parientes que había encontrado: dos pares de zapatos, cuatro cinturones y
tres carteras..
Sus papás tuvieron
la difícil tarea de explicarle, que esos objetos ya no tenían vida.
Hubo un gran
silencio...
Muy pronto,
Pestañitas entendió todo, con razón esos parientes no quisieron comer nada
durante el viaje: ¡No tenían vida!
Con gran pena,
acompañado de su familia, colocó los objetos en una canasta y los puso en el
río; mientras los veía irse, tiraba flores al agua, en señal de despedida.
Con el tiempo
recuperó todo lo que había perdido, su familia, sus amigos, los paseos por el
río.
Eso era todo lo que
necesitaba para ser feliz; aunque extrañaba a su amiga Pomponia, de la que tenía
el mejor de los recuerdos y una linda y suave pluma que guardaba cerquita de su
corazón.
Liliana Rita Álvarez
Los poetas
Desarman las luces de las paredes ajadas
Giran en orbitas sus sombras
Y se escurren y se espejan
en la luna cómplice y ardiente
Es noche de velas.
Y se estremecen y tiemblan
Y escuchan y se detienen.
Y pronto se inundan
En el más diáfano de los misterios:
Y cesaron los gritos del quebrado silencio.
Noches distantes y crudas asoman temerosas
sobre salvajes vestigios que reunió la bestia:
allí donde los soles reposan ya sin sueño,
y cientos de espectros de fantasmas bailan
una música: sin nombre, sin grillos ni linternas.
Aun más arriba, sobre los capiteles dormidos,
las nubes se abren ante una pasarela de estrellas,
desfilando encantadas ante las recelosas miradas.
Braman desde el cielo las trompetas
y desde irrisorias colmenas mueren las sombras,
donde las aguas callaban el tiempo.
El mar es sombra y anochece.
Cientos de Ejércitos corrompidos por hilos
sobre los cuales caminan tambaleantes,
simulados reyes convertidos ya en ceniza
reposan en el lecho denunciando su desnudez impura.
Poco más atrás, el reloj, metáfora del tiempo,
cobija con cendales de lágrimas
otra pintura, no muy distante.
Agitados, se desgajan de las tierras
Y son aire.
Ajenos al destino y al tiempo,
incomprensibles del silencio.
Giran en orbitas sus sombras
Y se escurren y se espejan
en la luna cómplice y ardiente,
no entienden la celebración,
hunden sus alas en el naufragio de cielos
y espejos.
Sólo son pájaros.
Ayelen
Illanes
Yo no
sabía
Yo no sabía…
que aquellas caricias
que en mi niñez
Madre, tú me dabas.
Yo no sabía…
que un día llegaría,
del dolor amargo
de tu ausencia, Madre…
Yo no sabía…
si mi andar
en el mundo, añorara
tanto, tu presencia Madre…
No sabía,
que los años, corrían… corrían
que nos separaban,
día a día, Madre…
Yo no sabía…
que te ibas, despacio…
lentamente, acariciando,
con tu amor, de Madre…
Tita
Acuña Gauna
Profesora Nacional de Artes Plásticas