Congelados sobre asfalto de cielo
Congelados sobre asfalto de cielo
con finitos placeres y vocablos
él ríe
crucifica plegaria fluorescentes
sobre las que gira desenfrenado
hoy calma hay
se toca y se mima estruendoso
casi edénico
o esplendoroso
se lubrica con resinas de médulas
sexualmente quebradas
punto coma residuos de escotes
lunares que marcan
el camino
mil agujas cosen arco iris a sus párpados
-él- ebrio de resplandores
de fusilos de labios
mordidos
mórbidos
no se encuentra
cosechable
José Castillo
engendro_gelido@hotmail.com
Una vez fui de Constitución a Quilmes con los ojos cerrados
Una vez fui de Constitución a Quilmes con los ojos cerrados.
Volvía de la cancha. Yo no vivía en Quilmes, pero no había otra: la policía te sacaba de la cancha y te dejaban la estación de Quilmes, con la misma obstinación con que Clint Eastwood trasladada presos a través del desierto.
Hice Parque Patricios-Plaza Constitución a pie, trotando, siempre al ritmo de los caballos. Una de corrí, en Victoria.
Poquito corrí.
El poder de observación de un amigo: la montada le pega a los que corren. Nos hicimos un costado y caminamos como peatones comunes. Estación Victoria, tren a Retiro y subte a Constuta. Ahí, en el subte, pude zafarme. Zafarme de Quilmes. Me apuré a subirme al tren antes de que se cierran las puertas automáticas del otro lado del andén, abierta para que se bajen los pasajeros que acababan de llegar a la terminal. Salí como uno de ellos y me tomé 129 derecho mi casa.
Yo vivía en Varela Éramos unos cuantos hincha de Quilmes en el barrio. Cuestión hereditaria: cuando nuestros padres eran chicos el Defensa no estaba ni fundado. Los hinchas del Halcón vecinos medio que nos cuidaban, no mencionando nuestra existencia a forasteros y avisándonos si algún barra iba a andar por el barrio, cosas que no se nos ocurriese andar con nada representativa encima.
Cuando el último ascenso, me encontré con la hinchada de Quilmes en los andenes de Constitución. Yo iba, qué vergüenza, a Palermo. Iba a una reunión, con otro amigo, músico, también hincha de Quilmes.
Era un bardo armar fechas para tocar. Ni me imagino después de lo de Once. Por suerte la banda ya no existía y nunca más se me ocurrió quemarme delante de gente.
Caíamos en que podríamos haber hecho a tiempo. Ir a la cancha y después a la reunión, digo. El partido se había retrasado porque los del bicho habían alfombrado el campo de juego casi por completo por completo con papelitos.
Fue en Ferro. De haber sido en Paternal, lo hubieran alfombrado por completo. Se había perdido el ascenso aquella otra vez que llegue a Plaza, desde Patricios.
Czornomaz se había comido un gol imposible.
En el asiento del tren eramos tres, mi amigo el que aquella vez en Victoria, yo y alguien que no sé, en ese orden, desde la ventana.
A ese alguien que no sé nunca lo llegué a ver.
-¡La ventana! grito un policía. "Cierran la ventana", quiso decir. El hijo de puta recorrió el tren de punta a punta con una especie de rifle de agua, compresor o porquería similar.
-¿Qué?- dijo mi amigo, volteando hacia la ventana. El chorro se le metió en medio de la palabra, a mí me dio en los ojos.
Olor a mostaza; esta no lo sabíamos. Mi amiga tosía. Él tampoco podía ver.
Me quemaron la cara.
Cuando nos alejamos un poco de Constitución, el de al lado del pasillo abrió la ventana. Un pequeño alivio, ahí dejamos de putear al rati.
Nos quedamos calladitos.
-No agachamo, muchacho -el desconocido nos advertía acerca de inminentes impactos de proyectiles, provenientes de las villas, a la formación. También nos dio aviso de arribo a Quilmes.
-Quilme.
Nos despedimos de nuestro lazarillo fortuito, esa voz sincopada, para hacer un recorrido ciego, hombro a hombro, por las calles céntricas.
Pudimos haber causado una catástrofe.
Pero bien podría haberla causado cualquiera, no fuimos particularmente afortunados. E es lo único que cabe esperar de la metrópolis: que colapse. Podría suceder en cualquier momento. Solo hace falta un mal día.
Todo se prende fuego.
El equilibrio del tránsito es el equilibrio de un rengo de vidrio, con más experiencia en ser vidrio que en ser rengo.
Lo único seguro se me hace el tren, cruzando la ciudad, a oscuras a la fuerza, ardiendo bajo el suelo negro, quemado.
Solo hace falta un mal día.
Esa noche había poco movimiento. Quilmes estaba de luto. Y no sabía lo que le faltaba, todavía.
Llegamos, de memoria, al almacén familiar de unos amigos que también iban en la cancha, sobre la calle Alsina. El padre se había quedado atendiendo, viendo el partido por televisión. Los hijos aún no habían llegado.
La canilla del baño reactivó el ardor.
El almacenero nos vio las caras rojas y aspiró una expresión de impresión: todas las eses tragadas entre Constitución y Quilmes.
Luis Orani
luis_orani@yahoo.com.ar
Segundo
El segundo en poner un pie en la Luna, el segundo hijo de mi padre, el segundo mejor alumno, el segundo mejor compañero, el segundo en tomar mate, el segundo en la fila. Exclusivamente segundo.
Quizás el segundo en notarte, el segundo en amarte. No hay recuerdo mío que no te recuerde antes a otra persona, no hay mujer que me ame más que como una empecinada alternativa. No hay rastro mío que no sea característico de alguien anterior.
Soy una sumatoria de segundos, el segundo entre mis amigos, el segundo en tu agenda. Absurdamente segundo.
El segundo nombre que muchos gustan esconder, la segunda estrella en caer atravesando el cielo, el que se para idiota, y también segundo, sobre el “2º” en un cruel podio. Soy el segundo tropiezo con la misma piedra, por supuesto ya habiendo sido pisada dos veces por algún inerte autómata.
La segunda materia en los estudios, la segunda puerta que no esconde ningún premio, la segunda persona estafada por tus ojos. Meramente segundo.
Sin embargo, soy el primero en darme cuenta de todo esto.
A Guillermo Huergo
despliega la mar
su bravura incontenible:
alud de proezas y fantasmas
mudos, cuyas gotas
blancas tienden
al anonimato inhabitado.
El faro, inmutable
en su temblor agónico,
recorta el horizonte
y lo colma de lejanía.
Entre piedras que serán
olas de un atardecer,
me confundo con su ligadura
de dunas y soles a soñar
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