Somos una diminuta
partícula
Somos una diminuta partícula
en este enorme UNIVERSO EN EXPANSIÓN.
Somos una diminuta partícula,
sin rumbo ni orientación.
Somos una diminuta partícula
y perdidos estamos sin tu AMOR.
Y aunque nos creemos importantes,
solos, sin VOS, somos insignificantes.
Somos una diminuta partícula,
que UN DÍA DESPERTÓ.
Somos una diminuta partícula,
en PROFUNDO CAMBIO y TRANSFORMACIÓN.
Somos una diminuta partícula,
QUE SE DIO CUENTA DE TU AMOR.
Somos una diminuta partícula
y estamos en COMUNIÓN,
sabiendo que si estamos UNIDOS
¡SOMOS INMENSAMENTE GRANDES SIENDO UNO
CON VOS!
Erika
Luz de Dios
Creando
Basado en la obra de la tapa
Aunque se subestime un poco nuestra labor, imaginarán
que no es tarea fácil ser paleta de un artista plástico. Si bien vivir en un
atelier es un trabajo, diría, mágico, y estar vestida de mil creativos colores
tiene su encanto, los olores que emanan de las pinturas, como perfume, no son
muy recomendables. El óleo es decididamente insoportable porque la trementina
que se usa para diluirlo destila un aroma que ahuyenta todo pretendiente que se
me acerque. Los recupero cuando mi dueño pinta con acrílico que es mucho más
noble y, encima, como se mezcla con agua, en los días calurosos calma mi sed.
Cuando pretendo estar limpia, me ensucia. Cuando estoy vestida de entrecasa, me
ignora. Pero en términos generales nos llevamos muy bien. Otra, por ahora y
mientras no me cambie, no nos queda…
Demás está decir el orgullo que me provocan algunas obras en las
que he participado decididamente; por supuesto que no todas. En ciertas charlas
que he presenciado ha confesado que es imposible sentirse identificado
plenamene con la totalidad de sus obras, pero no reniega de ellas y son parte
inevitable del crecimiento. Hay veces que no vemos la misma realidad. Tiene
otros ojos, indudablemente. En general, cuando atraviesa su pulgar mi ombligo
no tiene ni idea adónde quiere llegar. Qué quiere transmitir. Se deja llevar y
espera a que alguna musa lo visite y le ordene su mente y sus sentimientos.
Como le dice a sus alumnos, el tema es siempre bautizar la tela. Manchar y
salir de la blancura a estrenar, tan temida y desafiante como la hoja en blanco
de los escritores.
Reconozco que de vez en cuando delira un poco. Pierde el
equilibrio, el mismo que persigue en sus obras, casi obsesivamente. Mil
imágenes y pensamientos pasan vertiginosa-mente; algunas le provocan sonrisas y
otras lo hacen poner muy serio. Lo visitan unas especies de chispas, creativas,
que viven fracciones de segundo. Alguna toma y otras descarta (por lo menos
para esa obra); aprueba y desaprueba constantemente. Y después de un paciente
ejercicio se queda con ella, con la que mejor lo representa. A la que, tal vez,
ha seguido durante un largo tiempo y por fin fue atrapada definitivamente. Con
la que más cómodo se siente. Y coquetean. Y se entrega. Y se enamoran. Sucede
cuando ella, la idea, es lo más parecida a él. Juntos emprenden un largo viaje.
Trabajoso. Sufrido, por momentos; muy feliz, por otros, pero de una entrega
notable, absoluta. Y se juran fidelidad. Ella, promete que jamás saltará a la
mente de otro artista, que será absolutamente de él. Y el pintor, que le dará
vida con el alma, sin guardarse nada. Unidos, inseparables, se los identificará
siempre así. Ignorados, ovacionados o criticados pero siempre juntos, casi sin
saber quién creó a quién.
Transcurren días enteros sin tocarme. Sospechosamente me ignora como
si hubiera cambiado de profesión. Cuando retoma, agita desenfrenadamente los
colores de un lado a otro, como poniéndose al día. Tiene una especie de brote,
que festeja excitado. En su ambiente, para no llamarlo así, suelen denominarlo
inspiración. Como en una danza frenética sus manos gesticulan y tratan de
captar lo etéreo y dibuja la obra, primero en el aire con su inquieto pincel
antes de arrimarlo a la tela. En realidad, la obra ya está pintada, en su
mente, y sólo hay que plasmarla para compartirla. Parirla, para usar palabras
de él mismo. Ponerle nombre y hablar de ella con cierto orgullo, como si se
tratase de un hijo. Que lo es. Por eso también, sobre todo en público, trata de
ocultar sus defectos y reivindica sólo sus virtudes. Pero yo, desde mi modesta
ubicación, veo todo. Y lo entiendo. Y haría lo mismo…
En plena inspiración, opina mi dueño, hay una especie de hilo
invisible que une tres protagonistas esenciales de las grandes obras
artísticas. Los sentimientos, la inteligencia y una mano ejecutora que la
plasme. Si están juntos es muy probable que los resultados sean óptimos. Si la
obra pierde uno de estos elementos se pondría en riesgo. Un indeseado
cortocircuito le haría perder parte de su presencia y calidad.
Veamos (digo yo -que dice él-), una pintura (o escultura) muy bien
ejecutada y la idea plasmada es muy creativa pero carece de sentimientos, puede
fracasar. Por no conmover, por no movilizar. Al igual que una obra a la que le
sobra inteligencia y emoción pero, a la hora de de ser llevada a cabo, la mano
no está a la altura requerida por no tener la capacidad ni la experiencia
suficiente; correría serios riesgos de no ser comprendida por falta de
claridad. Y por último, una obra muy sentida, puro sentimiento, acompañada de
una mano ejecutora muy bien dotada pero que plasma un concepto pobre. Quiere
decir pero no dice. No transmite una idea, el sentido. Cuando los tres
elementos hablan el mismo idioma, igual lenguaje, la obra difícilmente no
brille. Y esa armonía, inevitablemente plasmada, será percibida. Esto es una
pequeña teoría que hilvanó a través de los años. No es la verdad absoluta. Es,
apenas, su verdad. La nuestra, diría esta paleta convencida.
Me consta cómo le fastidia que artistas copien a otros autores.
Dice que allí no hay mérito. Que por mejor que esté elaborada, la virtud está
en la obra original y que no se puede copiar la felicidad ajena. Copiar al que
fue feliz creando nos otorga felicidad? Sarcásticamente reivindica la más
chiquita de las creaciones y la ubica por encima de la más lograda de las
copias. Hace una salvedad, la copia como medio o como fin. Esta última le
produce más rechazo porque se anula todo intento de creación propia. Y si es
estimulado desde un docente es más grave aún, suele opinar. Es, tácitamente, decirle
a un alumno: “Naciste para copiar”, “Copiá esta imagen así no te complicás”,
“Jamás se te caerá una idea”, “No insistas con tu creatividad, dejala de lado”.
En cambio, como medio para descubrir determinados recursos, para ilustrarse,
para aprender acerca de efectos de luces y sombras, el método de la copia le
resulta medianamente aceptable, siempre y cuando dure un lapso de tiempo
prudencial. Extendido, es decididamente nocivo, suele aconsejar. Y agrega, si
podemos conocer la personalidad de un artista a través de su obra es
inmejorable la posibilidad de mirar hacia adentro y ser uno. Y dejar testimonio
de ello plasmándolo en un lienzo.
Si observan que empiezo a apurar este monólogo es porque intuyo
que puede aparecer en cualquier momento. No creo que le disguste que yo ande
revelando secretitos internos pero, por las dudas, no quisiera terminar en un
cesto ni en manos de alguien, por ejemplo, que pinte imágenes que provoquen
angustia o sufrimiento. Ya bastante tenemos con esta fastidiosa realidad. Lo
cotidiano ya es denso por naturaleza y a pesar nuestro; repetirlo y recordarlo
expresamente en un hecho artístico hace la vida doblemente complicada.
Prefiero, estéticamente, caminos más llevaderos, más agradable a los ojos.
Aunque se plasmen ideas espesas y bien realistas, se puede provocar en el alma
de esos ojos observadores cierta complacencia y gozo. Bienestar por un instante
mientras se observa un hecho artístico. De todos modos si es auténtico,
bienvenido. Lo genuino sale a la luz. Y perdura.
Si me escucha seguramente agregaría que una obra al repetirse
pierde eficacia porque la hace previsible. Y si no hay sorpresa se pierde uno
de los condimentos esenciales, tal vez el más preciado en el mundo del Arte.
“Hay que pintar en serio, no en serie”, alecciona mi amigo, tratando que el
alumno se exija y busque más allá, que no se conforme con lo primero que le
viene a la cabeza y sobre todo si es muy similar a lo que alguna vez pintó. En
algunas muestras ver un cuadro es ver todos. Lo reiterativo es inversamente
proporcional al fervor y a la adrenalina que genera la creación. No siempre el
artista está iluminado y lo suficientemente lúcido como para crear obras
innovadoras. Hay momentos más fructíferos que otros pero hay que intentarlo,
decididamente. De todos modos, suscribimos lo que por allí se dice: “El Arte
es, ante todo, incuestionable; simplemente es”.
Suele afirmar que
Plástica es una de las materias que más entusiasmo provoca y una de las que
menos detractores tiene. Junto a la otra materia artística, Música.
Incomparables con la mala prensa de Matemáticas o Geografía, a las que el
alumnado teme y ofrece resistencia. Indudablemente, concluye, se debe a la
libertad que ellas nos brindan. Sin embargo, si coincidimos con esta premisa,
deberíamos indagar por qué no hay tantos artistas. Si bien conforman una buena
cantidad (y calidad) cree que es desproporcionada al entusiasmo que provocan en
los niños y adolescentes. En cuanto a Plástica, y tras un par de décadas en la
búsqueda de respuestas, urdió una teoría relacionada con Van Gogh y su muerte
por suicidio. Cree que la nublada vida de este emblemático artista holandés,
indudablemente único, ha impregnado el inconsciente colectivo asociando el
infortunio y el sufrimiento con el Arte. No es el único caso de desgracia
personal, pues muchos de los grandes artistas (Amedeo Modigliani, Henri
de Toulouse-Lautrec, Rembrandt, Caravaggio… por citar algunos) tuvieron una
vida no muy llevadera. Algunos alcanzaron la fama después de muertos, y fueron
marginados e incomprendidos
por su decadencia económica y social. Muchos, marcados por una mezcla de
pobreza, alcohol, drogas y locura. El extraordinario talento reconocido, pero,
tardíamente. Este mito de la errante bohemia encarnado en la sociedad atenta
contra la proliferación de artistas, se atreve, casi, a asegurar.
Si analizamos lo expuesto, vidas tan pintorescas como dramáticas,
en países desarrollados y con ricas culturas y tradiciones artísticas, no es
desatinado pensar que los padres, en este recóndito lugar del planeta,
desanimen a sus hijos con cierta vocación plástica. Apenas coquetean con
estudiar una carrera artística, los inducen, a veces sutilmente y otras no
(sobre todo en décadas pasadas) a otras socialmente más respetadas y, por supuesto,
decididamente más rentables y seguras. Menos riesgosas. Por eso abundan
abogados, contadores, arquitectos, psicólogos… donde, se supone, se está al
margen de todo sufrimiento, dolor y, básicamente, de la temida desocupación.
Y la vocación?, pregunta mi artista cuando está en presencia de un
caso con estas características. Dónde descansará durante décadas? En qué lugar
de la mente se alojará, mientras se desarrolla ocho o diez horas diarias una
profesión que a veces no colma plenamente? Es justo trasladar una frustración
de padre e impulsar a un hijo a estudiar una carrera, desoyendo su auténtica
vocación? Siempre se ha cuestionado dónde adormecen cincuenta, doscientas o
quinientas obras no pintados y que jamás verán la luz? Si la existencia de
aquellos auténticos exponentes del Arte, no reconocidos en vida, se la denomina
fracaso, qué término habría que utilizar cuando no se defiende con coraje y
esfuerzo una verdadera vocación, decididamente
enraizada? Estos interrogantes lejos están de ser respondidos por una humilde
paleta.
Escuché
ruidos… hoy tenía una inauguración. Expondrá y se expondrá, como suele afirmar.
Sé que volverá tarde pero por prudencia voy contándoles algunas experiencias
más, que tal vez te sirvan, fundamentalmente, si tu futuro transitará caminos
artísticos. Sé que estaría orgulloso si me escucha por transmitir su
pensamiento. Trataré de ser breve…
Cada
vez que se reúnen entre colegas discuten un tema álgido, controvertido y
generador de polémicas. Me refiero al mercado, a la venta de las obras y al
momento clave del desprendimiento de una producción. Según él, lograr el
equilibrio entre producción y mercado es muy difícil pero vital, sobre todo si
se pretende vivir de la pintura. Hay que pulir el arte de Vivir del Arte, como un arte paralelo,
muy difícil de aprender, suele recomendar. Se nace con un don, una cierta
inclinación natural por lo artístico, pero comercializar la propia obra es un
sendero que nadie te enseña a transitar, donde aprender lleva años y resulta
francamente muy duro.
Asegura
que pintar, pintar y pintar y acumular obras y descuidar el mercado es tan
nocivo como vender, vender y vender y descuidar la calidad de la obra. Es
indispensable mejorar y perfeccionar la obra, crecer artísticamente y esperar
que, naturalmente, y a la par, el posicionamiento en el mercado también crezca.
Inevitablemente, tarde o temprano, lo hará. En cuanto al desprendimiento de la
obra, opina siempre con cierta nostalgia, es indispensable para seguir
produciendo. Es el precio que debe pagarse. Acumular obra, no venderla y
trabajar en otra actividad no le parece ni justo ni inteligente. Hablando de
trabajar, suele ironizar con esta palabra que está vinculada directamente con
el esfuerzo y el disgusto. Él, cuando pinta, está trabajando pero jamás el verbo
usado es éste. Simplemente pinta. Jamás, me consta, tiene pereza para hacerlo.
A la hora que sea está dispuesto. Y siempre feliz.
Ahora
sí me voy. Descansaré porque mañana empezamos una obra bastante ambiciosa cuyo
boceto ya compartí cuando lo coloreamos. Mañana es día de sueños. De vuelos.
Transitaré lugares soñados. Cuando su imaginación vuele yo no detendré mi
marcha, desplegaré mis ilusorias alas buscando altura. Recorreremos, siempre
juntos, el mejor camino. Captaremos una idea en pleno aleteo. Yo, como una de
las sutiles herramientas del artista me niego a permanecer en la realidad, por
cierto rígida. Prefiero el mundo mágico que él propone. Me exilio en las nubes
demandando respuestas. Explorando, las encuentro. Y el artista, nuevamente, se
encuentra.
Alejandro Costas
Instantes
Instantes, solo instantes
de los recuerdos encapsulados
en el vientre del universo,
años luz de aquel segundo.
Brotan de mi piel lágrimas
contenidas allá lejos
en este presente sin sentido.
Corro de prisa como agua
de manantial en libertad,
cristalina de río caudaloso.
Sostengo en mis manos
los restos del pasado,
como cristales rotos
caen de entre mis dedos,
se dispersan por el viento,
como torrente tumultuoso,
en instantes, solo en instantes,
la nada.
Marta María Nastaly
Rosas Rojas...
Rosas rojas dejas en mis huellas
en mi calle estás
bajo mis pasos...
En el contestador de mis mañanas.
Suenan en sintonía de mi refugio
donde nos cobijamos con amor.
Como un ángel llegaste a mi
dedicándome tu espacio
en cada paso una noticia
bajo un poema de amor.
Donde la música son los ángeles
que coronan el alma...
Rosas rojas me entregaste
en un embalaje especial
para que perdurara su aroma
cuando tu no estás...
Mas mi alma que estaba dormida
La iluminaste con tu andar
en un son de campanadas
son el sonido palpitante.
que me sumergen en tus melodías
que desprenden cada noche...
Rosas rojas son el secreto
en cada pétalo una señal
que se encandilan con las estrellas
en el prodigio mágico de la llama
donde profesas que me amas.
Las rosas rojas huelen frescas
Cuando las desojas bajo mi vertiente
y con el primor de la excelencia.
En un susurro proclamas
el privilegio de este amor latente...
Angelroos
La joven del camisón
blanco
Los fantasmas son ideas de la mente. Loops que se repiten. El mes
pasado, por ejemplo, al abrir la puerta del living vi un fantasma. Era una
mujer joven. Llevaba un camisón blanco, ensangrentado. Su cara era muy bonita y
pensé que decir algo hubiese sido adecuado pero solo contuve la respiración y
ella levantó la mirada y me vió y pareció asustarse o algo y desapareció. No me
parece raro que los fantasmas se asusten de los vivos. No quiero decir que los
fantasmas sean espíritus de los muertos.
Ellos son imágenes de nuestra conciencia. Reales, por supuesto.
Pueden decir que es energía residual, como algo que queda en una batería para
dar su último impulso. Al menos eso es lo que me dijo mi profesor de piano. Él
es un hombre raro. Muchas veces habla de fantasmas y de cosas paranormales y me
dice lo que existe y lo que no. Pero yo no sé qué creer. Solo tomo las
partituras y ejecuto lo que él me dice lo mejor que puedo. Luego conduzco hasta
mi departamento y me quedó allí hasta que me da sueño y me voy a dormir y al
día siguiente me levanto temprano para ir a la fábrica de automóviles y nadie
quiere hablar allí de fantasmas o de cosas así y preferimos discutir si el jefe
nos está estafando con las horas extras que debemos hacer o si los hijos de
alguien han participado de un acto escolar.
Tenemos miedo a quedar en ridículo o a tener razón. También a
estar equivocados. Mi profesor de piano se queda callado mucho tiempo y cierra
los ojos y escucha lo que toco como si estuviera en otro lado. No sé por qué
tomo clases, es algo que se me ocurrió un día y las tardes de los jueves las
tengo libres y pensé que era una buena forma de ocupar el tiempo.
Cuando mi profesor de piano abre los ojos dice algunas cosas que
no tienen nada que ver con Chopin o con lo que sea que esté tocando y habla un
rato corto. Luego se calla y me mira unos instantes. Yo le digo que tiene razón
o simplemente asiento con la cabeza y luego guardo las partituras y mientras
conduzco hasta mi casa recuerdo lo que pasó, pero ahora que he visto a la joven
me cuesta pensar en otra cosa que no sea ella y me quedo estacionado en la
banquina, viendo los automóviles pasar y tarareando en mi cabeza una melodía
que se repite una y otra vez y que nunca logro recordar quién la compuso.
Alejandro Bentivoglio
Incierto
Complicado me hallo.
En el incierto no logro hilvanar mis ideas.
Transitando deambulan,
ilusos mensajes de gloria y poder.
Trastocando realidades a las cuales
inevitablemente no puedo eludir.
Mi meta es tan lejana como deseada.
Insalvables obstáculos se oponen a mi llegada.
Y así resignado, mi cuerpo pide olvidar
y alejarme de ti.
Olvidar que si nada es mío
y alejarme de que si nada tengo.
Luis
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