Revista Viajero Nro. 126 - Marzo de 2018




Encontrarás

Encontrarás
en el latido de la breve historia,
mil sonetos sin nombre;
un riguroso horizonte que marca el pasado,
y tanto silencio, que invaden las palabras
mientras yo…
me desvelo en tus sueños

Vivian Cast
viviancastben@hotmail.com








El baúl

    Claudia y Pedro vivían en la gran ciudad, la cual casi no tenía casas, estaba llena de edificios de muchos pisos con departamentos cada vez más chicos. Claudia era docente, Pedro arquitecto y diseñaba gran parte de los edificios que se construían. Ellos vivían en la ciudad por la cercanía de sus trabajos y para resguardarse de la inseguridad que crecía día a día.

     Todas las mañanas desayunaban mirando una pared, era la única vista que tenían: la ventana de la cocina daba a esa pared, no había plantas ni nada solo esa pared gris.

     Un día, Pedro se levantó primero y abrió el diario y allí estaba, un gran aviso que decía: Se vende. Se vendía una mansión en el medio del campo a muy buen precio. 
-Claudia, Claudia, vení a ver esto- Gritó. Claudia apurada -Qué pasa?- La encontré, dijo Pedro. Nuestra ilusión se está por cumplir! Y le mostró la foto. -No era nuestra ilusión?. -Sí, pero nos conviene?, preguntó Claudia. -Sí, yo la puedo arreglar! Así por fin saldremos de esta cueva- contestó Pedro.

     Hacía tiempo que querían mudarse al campo, la soledad los frenaba, y sobre todo la inseguridad, pero las ansias de libertad pudieron más. Fueron a la inmobiliaria y cerraron el trato.

     Al día siguiente tomaron posesión, llegaron al lugar, quisieron usar la llave pero la puerta prácticamente se abrió sola, entraron con mucha sorpresa y tropezaron con algo. Estaba oscuro, Claudia siempre prevenida encendió su linterna. Un baúl, bastante grande, obstaculizaba el paso. Lo quisieron correr y no pudieron, entonces, lo rodearon y siguieron viendo la mansión mientras Pedro pensaba y anotaba las reformas que iba a hacer.

     Comenzaron los trabajos, y en unos meses todo estuvo listo. La mansión estaba cerca de la estación, por allí pasaba el tren que, todas las mañanas los llevaba a sus trabajos en la gran ciudad.

     El baúl, a pesar de todo el movimiento que hubo, seguía en su lugar. Para entrar había que rodearlo.

     Una tarde, cuando se aseguraron de que no había nadie llegaron ellos: los ladrones, eran dos. Sigilosamente abrieron la puerta y cuando quisieron entrar, tropezaron con el baúl y volaron por el aire. Se levantaron echando maldiciones, sacaron sus bolsas y quisieron entrar en las habitaciones, tocaban las puertas y salían despedidos, no podían abrir ninguna, objeto que querían robar, saltaban por el aire y caían al piso cada vez con más fuerza. Maldecían y maldecían, pero, no podían guardarse nada.

     De pronto... el baúl se abrió, y... saltó un cartel: AQUÍ NO SE ROBA. HAY QUE TRABAJAR. Los ladrones, muertos de miedo, quisieron seguir, vieron plata, cuando abrieron la bolsa para guardarla, saltaron papeles por todos lados con la misma frase: AQUÍ NO SE ROBA. HAY QUE TRABAJAR. Entonces, se asustaron tanto que de un salto estaban afuera, y corrieron hasta desaparecer.

     Cuando Claudia y Pedro volvieron todo estaba en perfecto orden.

     Al día siguiente la empresa donde trabajaba Pedro tomó dos nuevos empleados para la construcción.

     Y...el baúl siempre estaba allí, en la entrada, todo el que quería pasar tenía que rodearlo.

Cristina Quarella
cristinaquarella@hotmail.com.ar







Tus manos

Son las que van y vienen
que arreglan las cosas
y a su conjuro
la casa se viste de fiesta.
Son las que me despiertan
presurosas con el desayuno,
y hacen más cálidas
las mañanas cuando el sol
se desangra en infinitud
de luces y pájaros.
Tus manos tienen el suave encanto
de lo perdurable;
el olor del aceite
la humedad de la casa,
la limpieza incesante
de jabones y escobas;
el goce tibio
de rojas amapolas.

Carlos Alberto Dávila







Con el corazón en divino silencio

Media hora y el papel sigue en blanco...
¿Ausencia de inspiración?
¡No! ¡No puede ser!
Pienso y nada...
¿Nada de nada?
N A D A

Creo que a veces queremos decir con palabras
lo que sólo se puede SENTIR CON EL CORAZÓN
EN DIVINO SILENCIO.

Erika Luz de Dios
erkabd2008@hotmail.com








El exilio

Nací en un barrio donde el aroma a jazmines inundaba el pasaje, era apenas una cuadra, pero era el lugar donde viví los maravillosos años de mi niñez, adolescencia y parte de juventud. Apenas una cuadra, donde las abuelas salían con sus sillones de mimbre por las tardes, los pibes jugábamos sin preocupaciones, sin dispersión de celulares, las mamás se conocían todas, ya que habían formado el barrio desde temprana edad, los papás regresaban por las tardes de su trabajo, el vecino era el pariente cercano que corría en ayuda ante cualquier situación, el teléfono casi una utopía y el televisor un sueño muy caro.
Los picados en la calle o el papi futbol en el Club Social era algo recurrente, ese era el lugar de encuentro o la esquina del almacén de “Los gallegos” Cixto y Ramiro. Allí la barra nos juntábamos en interminables charlas, que se cortaban cuando mamá nos llamaba a comer.
Nuestros padres, nos inculcaban el respeto por los mayores y guay si algún vecino se venía  a quejar, el correctivo surgía antes que el pedido de explicación.
Los sábados, infaltable ir a ver a ARSENAL, club del barrio en ese entonces en primera “C”, EL VIADUCTO,  era la octava  maravilla del mundo y la pizzería LOS TRES ASES seguramente la novena. Cuantos sueños de pibes, cuantos abrazos de amigos, cuantos besos de Mamá y Papá, todo eso era mi barrio.

A los 19 años, me llegó la noticia que no quería escuchar, Mamá y Papá eran propietarios, después de haber alquilado por más de 27 años, me llegaba el Exilio, sin decir palabra, guardé mis lágrimas para mí, era el sueño de Mamá y Papá, no podía decirles que no quería irme de mi barrio, no podía opacar su felicidad y me fui mascando angustia y dolor.
Hoy llevo en el exilio 46 años, o sea más de exiliado que de habitante del barrio que me vio nacer, a pesar de que el barrio adoptivo, me trajo el amor, la casa, los hijos, los nietos y un sin fin de horas felices, yo sigo viviendo en mis recuerdos en el “Pasaje Tafi”, porque hay algo que el hombre no puede cambiar, no puede sacarse la piel tirarla y ponerse otra. El barrio es esa piel, ese aroma incomparable, ese abrazo después del gol, esa cargada entre hinchas de Racing e Independiente, que no se tomaba a mal ni tampoco influía en nuestra amistad, porque era algo del folclore no una reacción de inadaptados, el barrio era estar cerca del amigo cuando perdía un ser querido, era la mano tendida y el corazón abierto, los sueños de lo que ansiábamos ser.
Hace poco volví, o mejor dicho me fui a encontrar conmigo mismo, pero ya no estaba me había perdido entre tantas cosas de todos estos años, como cada vecino, como cada amigo, los cuales no volví a ver, como el club social, hoy un chalet, entonces me di cuenta, que el tiempo verdugo inexorable, va matando uno a uno a los seres queridos, pero jamás podrá matar el recuerdo y por más que quiera intentarlo, no  podrá exterminar mi piel.

Carlos Rojas
carlos1952rojas@yahoo.com.ar








El gozante

Nace en la casa ferroviaria de la estación de Cerrillos,  en Salta,  en 1918. 
Es periodista en los diarios “El intransigente” y “Salta”.  Pero sólo un vocablo lo abarca y lo define: Manuel J. Castilla,  es poeta.
Asienta su obra en una región geográfica.  El norte lo deslumbra.  Es la tierra que eligió para fundar la poesía y celebrar al hombre en su tierra natal y la naturaleza que lo contiene.
De la mezcla de lo urbano y lo rural,  surge una visión interesante y compleja donde se destaca lo culto y lo popular,  convertida en canciones de raíz autóctona. Con su entrañable compañero, el Cuchi Leguizamón, contribuye a la renovación del folclore argentino, integrando el Movimiento del Nuevo Cancionero, una suerte de partitura destinada a perdurar.
Es fundador del movimiento La Carpa que une a grandes poetas del noroeste del país durante la década del cuarenta.
Obtiene el Premio Regional de Poesía del Norte,  en 1957;  el Premio del Fondo Nacional de las Artes, en 1964; el Gran Premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores, en 1974;  y el Premio Nacional de Poesía,  en 1975.
Su bibliografía es extensa, pero cabe mencionar: “Agua de lluvia”, “Copajira”, “De solo estar”, “El cielo lejos”, “Posesión de los pájaros”, “El verde vuelve”,  “Cantos del gozante”, “Triste de la lluvia”.
El lenguaje lo caracteriza, apoyado en el giro amplio del verso, en el uso reiterado y sonoro del gerundio, y en la sutil utilización del habla regional. 
Trabaja armando un territorio que le pertenece, su lugar.  El lector arriba allí, a una tierra ignota y esa llegada es única, y es la primera.
Busca excusas y recoge palabras del suelo como cristales quebrados de una derrota.
La suya,  es poesía del arraigo.  

… ni siquiera los miro.  Me ven todos.
Dejo mis ojos en la mano y pido ...

Manuel J. Castilla construye su patria, y como poeta, lo hace con palabras intentando lo imposible.

… un día brillante queda lejos y solo …

Liliana Souza
ls.lilianasouza@gmail.com

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